Desde 2021, según el Instituto Nacional de Migración (INM), han cruzado más de 100.000 personas por Trojes, en la frontera entre Honduras y Nicaragua, con el fin de poder continuar su trayecto hacia el norte del continente, y cada día cientos de migrantes esperan en las afueras de esta institución, bajo el sol o la lluvia, para recibir un permiso especial de tránsito para cruzar el país.
Este documento se otorga aquellas personas que entran al país de manera irregular y los exime de pagar una multa de más de 200 dólares. La espera puede tomar varios días, durante los cuales las personas enfrentan graves limitaciones para acceder a alimentación y alojamiento adecuados.
Cada semana, un equipo de nuestra organización se traslada a esta zona para brindar asistencia médica, psicosocial y de promoción de la salud. Desde su paso por la selva del Darién, frontera entre Colombia y Panamá, estas personas de distintas nacionalidades no han recibido un acompañamiento y la vulnerabilidad en la que se encuentran es cada vez más compleja. Estos relatos evidencian la magnitud de la crisis:
Huyendo de la violencia en Afganistán
En las últimas semanas, la oficina del INM en Trojes se ha comenzado a visibilizar la presencia de personas de nacionalidad afgana. Muchos de ellos y ellas huyen de la situación que actualmente atraviesa este país del Asia central tras la vuelta al poder del Talibán en 2021. Esta es la historia de Omar* un afgano que para salvar su vida viajó a Brasil desde hace un año y decidió emprender la ruta al norte para reencontrarse con su familia:
“Afganistán es un país donde ya no es viable vivir. En mi país era ingeniero civil, trabajaba y tenía mi empresa, pero con la llegada de los Talibanes tuve que dejarlo todo, dejé una buena vida».
«Me fui a Brasil y mi vida ahora está a salvo. Ellos –los Talibanes- matan, torturan, no escuchan sobre los derechos de las mujeres, los derechos humanos. Detuvieron las escuelas y las universidades, mis hijas dejaron de estudiar. Es algo que los medios también censuran de esta realidad. Voy hacia los Estados Unidos porque allá tengo familia, pero realmente es una situación difícil para nosotros”.
Angélica y la travesía por el Darién con sus dos hijas
“Por momentos no quiero recordar qué fue lo que pasó en la selva, es algo que de haberlo sabido no habría expuesto a mis dos hijas».
«Salimos de Venezuela por razones obvias: allá trabajaba como auxiliar de enfermería, pero el pago dejó de ser digno. Tengo familiares en los Estados Unidos que son enfermeras y me dicen que allá me puede ir mejor.
Cuando llegamos hasta el Darién, realmente no imaginamos que cruzar la selva iba a ser tan difícil. Viajo con mi esposo y mis dos hijas, una de 8 años y la otra de 6 años. En un tramo nos tocó cruzar el río solos, no creíamos que la corriente fuera tan fuerte y me comenzó a arrastrar a mí y a una de mis hijas. Nos vimos en la necesidad de soltar nuestras mochilas para poder sostenerla a ella, fue un susto fuerte.
Al llegar a Nicaragua creímos que ya habíamos pasado la pesadilla de cruzar ríos, nos tocó volver a cruzar uno y mi hija realmente se vio afectada, ella no quiere saber más de los ríos. Logramos atravesar y ahora esperamos seguir avanzando. Hemos recibido medicamentos para aliviar la gripa que agarraron y a seguir adelante”.
La historia de la familia Brito en la selva del Darién
“Esa selva (del Darién) es tan mala que quisiera borrar esta etapa de mi vida y no tener recuerdo. Esta es una desgracia, pero nosotros hemos estado bien a pesar de que nos tocó quedarnos en una de las montañas más peligrosas que hablan en los videos, en ‘Las Banderas’. Cuando uno sale de la montaña de Las Banderas, ya no ve más civilización más que uno mismo y los grupos que vienen detrás».
«Teníamos tres días y medio sin comer, que no probábamos nada, solo agua y unos sueros que nos ayudaron bastante.
Llegó un momento que pensé en decirle a ellas que ya estábamos mal. Cayó el momento en que me puse a llorar, empecé a pedirle a Dios y empecé a llorar. Me fui lejos, y me fui a llorar, a desahogarme solo. Es por eso que digo, es terrible, esa fue una experiencia tan terrible que ya no veo nada ni me provoca ver más sobre esa selva”.
Cruzando la frontera entre Colombia y Panamá
“Decidimos salir con quien es mi actual pareja por la situación que nadie ignora en Venezuela. Pasamos por Colombia y después por la selva, eso realmente fue una pesadilla. Por todo nos cobraban y en Nicaragua fue donde peor lo vimos, nos cobraron 740 dólares por cruzar un río».
«Cuando comenzamos a caminar, nos empezaron a perseguir unas personas. Por suerte un señor se detuvo en su carro y estas personas salieron corriendo, seguro pensaron que eran policías. Primero nos montaron en la parte de atrás, pero ahí llevaban a un niño de 17 años muerto, su mamá nos dijo de cambiar de lugar. Eso fue realmente feo. Llegando a Honduras alcanzamos a recibir atención médica, en especial mi pareja que tiene problemas en sus riñones, pero es un viaje que no lo recomiendo a nadie”.