Este es un relato de primera mano obtenido por Candida Lobes, nuestra responsable de comunicación a bordo de nuestro barco de búsqueda y rescate en el Mar Mediterráneo, el Geo Barents.
Ali tiene 7 años, y se apresura a tomar la mano de su padre en cuanto nuestro equipo de rescatistas le ayudan a salir del bote salvavidas y a subir a la cubierta del Geo Barents. Moustafa, el padre de Ali, cojea. Inmediatamente pienso que debe ser difícil para él permanecer de pie después de muchas horas sentado en la misma posición en un bote abarrotado, y ahora con el Geo Barents balanceándose. Pero Ali lo ayuda a ponerse de pie y lo sostiene con fuerza. Cuando me acerco a ellos para ayudarles y ponerles una manta térmica sobre los hombros, noto algunas palabras en árabe escritas con bolígrafo en el brazo derecho de Ali.
«Tuve miedo de no poder lograrlo, así que escribí en el brazo de Ali el nombre de su madre y su contacto. Ella está en Siria. Esperaba que si me pasaba algo en ese bote, alguien podría cuidar a mi hijo e informar a su madre”, me explica Moustafa.
Me cuenta que salieron de Libia el día anterior, en el bote de madera del que fueron rescatados. “Cuando vi a todas las personas que subían a bordo [en Libia], me di cuenta de que había demasiada gente. Me asusté, quería abandonar el bote y le grité al contrabandista que nos dejara bajar”, me dice Moustafa, mientras examina la cubierta del Geo Barents para comprobar que sus tres hijos están a salvo y a bordo. “Era demasiado tarde, el hombre al que le pagué para subir al bote me gritó que me detuviera y amenazó con matarnos a mí ya mis hijos con su arma. No tuvimos elección«.
Moustafa y sus tres hijos se encuentran entre las 99 personas sobrevivientes rescatadas por nuestro equipo a bordo del Geo Barents el 16 de noviembre, durante una difícil operación de búsqueda y rescate a menos de 30 millas náuticas de la costa libia. Las personas sobrevivientes relatan que partieron de Zuwara, a unos 100 km de Trípoli, en la costa libia, a última hora de la tarde del 15 de noviembre en un estrecho bote de madera. Después de algunas millas en el mar, el clima comenzó a empeorar, las olas cada vez eran más altas y el motor dejó de funcionar.
“Las personas estaban en pánico, teníamos mujeres, niños y niñas a bordo, todas las personas estaban asustadas y llorando; muchas sollozaban, gritaban y se movían en el bote con desesperación. No había nada que pudiera hacer, solo rezar a Dios para que mis hijos siguieran vivos”, relata Moustafa, con su hijo menor, Ali, entre sus brazos.
El bote de madera, con 109 personas, incluyendo a Moustafa y sus hijos, salió de Zuwara la noche del 15 de noviembre. Cuando el Geo Barents llegó al bote de madera en peligro a primera hora de la tarde, nuestros equipos encontraron los cuerpos de 10 personas en la cubierta inferior. Se cree que se asfixiaron por los gases del combustible. Las personas sobrevivientes nos dijeron que habían pasado más de 13 horas en la estrecha cubierta inferior del bote.
Algunas de las personas en el bote no se habían dado cuenta de lo que les ocurría a sus amigos o familiares en la cubierta inferior; otras tuvieron que viajar durante horas junto a los cuerpos de sus compañeros de viaje.
Muchas de las personas rescatadas ese día han sobrevivido a una serie de eventos traumáticos a lo largo de sus viajes, y su experiencia en el bote es solo la más reciente. Cualquiera que sea el motivo que les empujó a abandonar su lugar de origen, y cada vez que se marchan, siempre hay un elemento común en sus relatos: la experiencia de la violencia, las privaciones y el miedo desgarrador por su vida y la de sus seres queridos.
«Ya no tengo deseos para mi vida, solo quiero una buena vida para mis hijos, quiero que estén seguros y quiero que por fin tengan una buena educación», me dice Moustafa, sentado en el suelo con dolor.
© Virginie Nguyen Hoang
Moustafa tiene un fijador interno de metal en su pierna derecha que lo hace cojear. Dice que ha tenido dolor desde 2011, cuando su pierna resultó gravemente herida en Siria y los médicos tuvieron que colocarle el fijador. “[Hombres armados] vinieron a buscarme mientras estaba en mi tienda. Cerraron la puerta, me golpearon repetidamente con la culata de sus rifles y con lo que encontraron”, me cuenta Moustafa, mostrándome una larga cicatriz todavía visible en su cabeza. “Caí inconsciente, pensaron que estaba muerto. Unas horas después, me desperté en una calle vacía, detrás de unos edificios abandonados, con una pierna rota y cubierto de sangre”.
Moustafa es de Babbila, un suburbio del sur de Damasco que estuvo bajo un asedio de cuatro años durante el conflicto en Siria, que comenzó en 2011. Cuando se levantó el bloqueo en 2015, decidió huir de la guerra con sus tres hijos. Ali tenía solo un año en ese momento. Su viaje ha sido largo y difícil desde entonces: la familia pasó casi un mes en Sudán y luego se trasladaron a Egipto, donde sus condiciones de vida eran difíciles. En septiembre de 2021, sin trabajo y con sus pasaportes vencidos, Moustafa tomó la difícil decisión de ir a Libia e intentar cruzar el Mediterráneo. Esperaba darles a sus hijos por lo menos la oportunidad de asistir a la escuela. La familia cruzó la frontera de Egipto a Libia; pasaron por Bengasi y Trípoli, luego a Sabratah y Zuwara para encontrar el barco del que los rescató el Geo Barents.
Me resulta difícil comprender que un niño como Ali, con una sonrisa increíblemente tierna y su amabilidad, haya pasado toda su vida huyendo. Me es imposible aceptar que a un padre cariñoso no le quedara otra opción que arriesgar la vida de sus hijos en un bote en el Mediterráneo solo para permitirles asistir a la escuela de forma segura.
Esta es la vergonzosa realidad que se desarrolla en las fronteras europeas, donde las políticas migratorias irresponsables e imprudentes condenan a las personas como Moustafa y su familia a arriesgar sus vidas.