Es fácil olvidar la importancia de las vacunas cuando no vemos la enfermedad. Sin embargo, cuando la amenaza está tan cerca como lo está ahora en el caso del COVID-19, nuestra expectativa se enfoca en encontrar algo que pueda protegernos.
Parece absurdo que recientemente varios países desarrollados hayan tenido un creciente movimiento antivacunas. Myriam Henkens, nuestra coordinadora médica internacional en Médicos sin Fronteras (MSF), explica por qué no se suele ver lo mismo entre las comunidades en las que trabajamos desde MSF.
«Cuando ves el impacto que tienen las enfermedades, no olvidas vacunarte», asevera.
Durante las campañas de inmunización en nuestra respuesta a epidemias, es común que las personas caminen durante días para llegar a los sitios de vacunación.
La vacunación puede ser una respuesta de emergencia para frenar la propagación de una enfermedad, como es el caso en este momento de la epidemia de sarampión que ha matado a más de 6.000 personas y contagió a casi 300.000 en poco más de un año en la República Democrática del Congo. Será el mismo caso si se desarrolla una vacuna para proteger contra el COVID-19 y se pone a disposición con la pandemia aún en curso, permitiendo que las personas sean inmunizadas y dejen de correr el riesgo de contagiarse y, en consecuencia, transmitir la enfermedad.
Sin embargo, esta no es la única función de las campañas de vacunación. Las vacunas también pueden ser herramientas para erradicar enfermedades. En 1980, la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció la erradicación de la viruela en todo el mundo, tres años después de que se registrara el último caso natural de la enfermedad. Tomó alrededor de dos décadas en un esfuerzo mundial para eliminar la enfermedad por completo del mundo. Fue la primera y única enfermedad humana que, hasta la fecha, ha sido erradicada. Gracias a esto, las generaciones futuras ni siquiera necesitan vacunarse contra la enfermedad, ya que no existe riesgo de contagio.
Actualmente muchas vacunas pueden prevenir enfermedades, e incluso podrían haberse erradicado utilizando el mismo modelo de viruela, pero en MSF seguimos viendo cómo nuestros pacientes mueren a causa de ellas todos los días. Son vidas que se pierden a causa del sarampión, la polio, cólera, neumonía neumocócica; la mayoría de esas muertes en niños. Incluso la difteria, una enfermedad que ya había sido erradicada en diferentes partes del mundo, hasta el punto de que prácticamente dejaron de fabricarse medicamentos para combatirla, regresó a países como Yemen debido a la falta de vacunaciones de rutina en medio de la guerra.
El colapso de los sistemas de salud pública debido a conflictos es una de las principales causas de los brotes epidémicos. Sin una estructura que pueda garantizar la continuación de los programas de vacunación de rutina, resurgen enfermedades que previamente habían sido erradicadas en estos lugares. Y eso es lo que pasa cuando no hay atención médica disponible para ayudar a las víctimas de una epidemia.
Pero no son solo las guerras las que imponen barreras a las vacunaciones de rutina. La falta de infraestructura de transporte, o incluso del suministro de electricidad, hacen que sea muy difícil llevar a cabo campañas de vacunación en lugares remotos. Las vacunas deben mantenerse a bajas temperaturas, lo que puede ser muy difícil en muchos de los lugares donde trabajamos en Médicos Sin Fronteras. A pesar de estos desafíos, solo en 2018, vacunamos a más de 1.400.000 personas contra el sarampión en respuesta a los brotes de esta enfermedad.
Existe otro gran obstáculo para acceder a las vacunas: los precios elevados. La neumonía es la enfermedad más mortal para los niños y niñas en el mundo y puede prevenirse de una forma: con la vacuna contra la neumonía neumocócica. Durante años, esta herramienta de inmunización, aunque existía, no era accesible para millones de niños que la necesitaban.
La Campaña de Acceso a los medicamentos de Médicos Sin Fronteras, que lucha para que las barreras financieras no impidan que los medicamentos lleguen a quienes más los necesitan, presentó en 2016 una petición con más de 400.000 firmas pidiendo a las dos compañías farmacéuticas responsables de producir la vacuna que bajaran el precio de este insumo.
Para los países en desarrollo y las organizaciones humanitarias, se estipuló un precio de compra de $9 por la vacuna, por cada niño. La entrada de una tercera compañía competidora para la producción de la vacuna en diciembre de 2019 abrió la posibilidad de reducir aún más el precio, permitiendo comprar más dosis. Este es solo un ejemplo de algo que se puede ver como un juego de negocios, pero cuyo resultado se mide en miles de vidas que pueden ser salvadas.
Hoy, el mundo siente el impacto de una enfermedad que nos amenaza a todos y nos ha obligado a tomar medidas sin precedentes.
¿Qué haremos si se desarrolla una vacuna para el COVID-19, pero llega al mercado a precios tan altos que impidan que la mayoría de las personas se beneficien de ella? ¿Cuántas personas mayores, personas con enfermedades preexistentes y profesionales de la salud morirán para que no se pierdan ganancias? ¿Cuántos de nosotros pagaremos con nuestras propias vidas o con las vidas de nuestros seres queridos?
La pandemia del nuevo coronavirus ya está marcada indeleblemente en nuestra historia personal y en la historia mundial.
Pero una vacuna asequible puede ayudar a escribir un final con menos pérdidas.