Por Daniella Ritzau-Reid, responsable de comunicación de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Bangladesh.
Apiñados como si fueran cerdos o vacas de camino al matadero, pero en un barco pesquero de madera en lugar de un camión y en un trayecto a la deriva que duró casi dos meses en lugar de unas pocas horas. Alrededor de 500 personas que intentaban llegar a Malasia desde los campos de refugiados en Bangladesh vieron a decenas de personas morir de hambre mientras eran sometidos a un inhumano y vejatorio trato por parte de los traficantes de personas que estaban a cargo de la embarcación. Todos los pasajeros eran de la etnia rohingya de Myanmar, y la mayoría tenían entre 12 y 20 años, aunque también había algunos niños muy pequeños. Sin permiso para atracar en Malasia durante todo el tiempo que duró su pesadilla, los aproximadamente 400 que lograron sobrevivir fueron finalmente rescatados el 15 de abril por la guardia costera de Bangladesh.
Amina* (nombre modificado), una niña rohingya de 14 años de una pequeña población en el oeste de Myanmar, me cuenta con detalle las terribles condiciones en las que permanecían en la cubierta del barco, bajo un sol abrasador y junto a cientos de personas. «Teníamos que sentarnos así», dice, mientras junta las rodillas contra su pecho y las rodea con sus brazos.
“A la gente se le hinchaban y paralizaban las piernas. Algunos murieron y fueron arrojados al mar. Íbamos a la deriva y moría gente cada día. Nos sentíamos como si estuviéramos en el mismísimo infierno».
Los refugiados aseguran que eran golpeados con cualquier excusa y que apenas recibían comida y agua. «Hacía mucho calor y no había comida ni agua», recuerda Amina. «Recibíamos un puñado de lentejas y el agua que cabía en el tapón de una botella una vez al día. Eso era todo». Otros supervivientes afirman que a menudo no recibían comida ni agua en días. Desesperadamente sedientos, muchos recurrieron a beber agua del mar.
Todos los días morían personas, aseguran los supervivientes, que calculan que alrededor de 100 personas murieron a bordo o fueron arrojadas al mar por los traficantes. Nadie sabe cuántos murieron con exactitud.
Todos los pasajeros creían que se dirigían hacia un futuro mejor para ellos y sus familias, con perspectiva de trabajo y matrimonio. Perseguidos por las autoridades birmanas y sin derecho a la ciudadanía en Myanmar, incapaces de regresar a sus hogares en ese país, cerca de un millón de rohingyas languidecen en campos de refugiados superpoblados en Bangladesh, desesperados por encontrar una salida.
Los supervivientes describieron cómo sus familias habían reunido todos sus ahorros para poder pagar las grandes sumas que exigían los traficantes de personas. Según sus testimonios, después de llegar a aguas de Malasia, los contrabandistas los obligaron a llamar a sus familias en Bangladesh para decirles que habían llegado sanos y pedirles que transfirieran el pago del pasaje.
Al barco se le negó el permiso para atracar en Malasia, y en cualquier otro lugar, y finalmente regresó a Bangladesh. Días antes de llegar a Bangladesh, la mayoría de los traficantes abandonaron el bote dejando en él, sin agua ni comida, a los pasajeros que habían logrado sobrevivir hasta entonces.
Tras recibir información de que el barco navegaba a la deriva por la costa sur de Bangladesh, la guardia costera rescató a las aproximadamente 400 personas que quedaban con vida. Ahora están recibiendo atención médica y psicológica y permanecerán en cuarentena durante 14 días, por si fueran portadores del coronavirus COVID-19, antes de que se les permita volver con sus familias.
MSF envió equipos de especialistas médicos y de salud mental para apoyar el rescate y dar atención de emergencia a los supervivientes en el momento mismo que desembarcaron en Bangladesh.
«Muchos de ellos no podían ni siquiera mantenerse en pie o caminar por sí mismos», me explica Hanadi Katerji, enfermera de MSF y responsable de nuestro equipo médico. “Eran solo piel y huesos, muchos de ellos apenas mantenían un hilo de vida”.
Los médicos de MSF estabilizaron a aquellos que estaban muy mal y derivaron a cinco personas a nuestros hospitales por desnutrición con complicaciones graves y otras afecciones. Nuestros equipos de salud mental pasaron decenas de consultas en pocos días.
«Estaban gravemente desnutridos, deshidratados y apesadumbrados», afirma Hanadi. «Muchas personas tenían una mirada en sus ojos que nunca podré olvidar: se les veía muy asustados. Algunos de los hombres tenían heridas bastante graves y en muy mal estado. No estaban sanando bien, probablemente debido a la desnutrición. Muchos tenían cicatrices en sus cuerpos; otros dijeron haber sido golpeados en repetidas ocasiones por la tripulación del barco».
“La mayoría de las personas estaban muy traumatizadas y asustadas. La gente lloraba por los familiares perdidos, y había niños que habían perdido a sus padres”, dice Hanadi.
La minoría rohingya ha sufrido décadas de persecución y abuso por parte de las autoridades de Myanmar. Como es sabido, en 2017 una campaña de violencia selectiva contra los rohingyas por parte del ejército birmano obligó a más de 700.000 personas a huir a la vecina Bangladesh, donde permanecen hacinados en campos casi tres años después y sin soluciones a la vista.
«La tripulación del barco nos decía: ‘En todas partes son refugiados’», recuerda Amina. «‘En Myanmar son refugiados, en Bangladesh son refugiados, en el barco y en Malasia también son considerados refugiados. Morirán donde sea que vayan.»
Informes recibidos por MSF en los últimos días apuntan a que todavía hay otros tres barcos más en el mar, que transportan en total a más de 1.000 personas cuyas condiciones podrían ser muy similares a las de los 400 rescatados el pasado día 15 de Abril.