Carol Bottger lleva trabajando con nosotros desde 2011 en países como República Centroafricana, Níger, India, Colombia, Sudán del Sur y Sierra Leona. Además, acaba de pasar un año en México como coordinadora médica de nuestros proyectos en el país. En esta entrevista repasa nuestro trabajo en el país y valora el impacto de las nuevas políticas migratorias establecidas en EE UU, México y en países centroamericanos en los pacientes que atendemos.
Desde que llegaste a México, hace un año, ahora se ha evidenciado un ataque directo a migrantes y refugiados con nuevas políticas establecidas. ¿Se han notado en el perfil de pacientes que atiendes?
Sí, hay una diferencia. Hace un año, empezamos a ver el cambio de la composición de los migrantes con más familias, más mujeres, mas menores no acompañados, que hacen que la atención médica sea más compleja A esto hay que sumarle el perfil del deportado: ya existía, pero que ahora es mucho más numeroso. Además, se trata de deportados que llevaban 5, 10 o 20 años en EE UU y que, de repente, se encuentran en la frontera, sin lazos sociales o familiares en México, muchos con problemas de salud crónicos o que han sido trasladados de la cárcel a la frontera. Muchos de ellos sufren estrés postraumático.
A esto hay que sumar el perfil de la persona que lo ha vivido todo: violencia en origen, en tránsito, que consigue llegar a EE UU pero es devuelto bajo el programa conocido como ‘Quédate en México’ o, -cínicamente- de forma oficial, los ‘Protocolos de Protección al Migrante’ (MPP en inglés). Estos suelen padecer estrés agudo, muy intenso, ante el temor de revivir el horror que acaban de pasar, -precisamente cuando pensaban haberlo dejado atrás y haber alcanzado cierta seguridad-. Padecen la incertidumbre de regresar a un sitio de mucha violencia, en el que la amenaza de ser muy rápidamente captados por el crimen organizado es muy real, y ser secuestrados, extorsionados, etc. Y verse regresados, además, a un lugar desconocido, porque muchas veces los devuelven a 1.000 kilómetros del punto fronterizo por el que cruzaron, a una ciudad completamente diferente y en la que nunca habían planeado acabar.
La complejidad y diferencia de los perfiles es grande, con un denominador común: el sufrimiento que soportan es universal para todos ellos.
En este último año, se ha trasladado la atención mediática de la frontera Sur de México, con las caravanas, a la frontera Norte, por las políticas de la administración de los EE UU. ¿Cómo son los pacientes que veis en el norte?
En la frontera Norte, muchas mujeres son víctimas de violencia sexual y de trata, y los menores no acompañados víctimas de violencia sexual y física. El que llega a la frontera Sur -entre Guatemala y México- arrastra una situación de violencia, pero está a la expectativa, ha salido de los lugares del que huía, ha conseguido llegar a algún sitio. La mayoría sabe que va a pasar todavía una travesía mucho más peligrosa, pero cuando los vemos ya en el norte, esa amenaza ya se ha materializado y ha sido peor de lo que imaginaban, con consecuencias físicas y psicológicas mucho más graves.
¿Cuáles son los peligros de las nuevas políticas restrictivas migratorias?
Antes, los flujos y rutas migratorias eran ‘conocidos’ Ahora, ante políticas tan represivas, no han disminuido, sino que se hacen invisibles. El migrante se vuelve más invisible y, por tanto, mucho más vulnerable. Cambian los lugares habituales de paso de frontera o de llegada a poblaciones, cambian los medios de transporte… Hay más vulnerabilidad en una población que, sintiéndose perseguida, va a temer hacerse visible para acudir al médico si lo necesita, por ejemplo. Van acudir más a las redes de tráfico de seres humanos. Estas políticas son políticas de persecución, son políticas que matan.
¿Qué es lo que te sorprendió al llegar a México?
De forma más banal, lo primero que me sorprendió fue encontrar la Ciudad de México tranquila, comparado con lo que había leído. Pero lo que me llamó la atención de verdad y lo que llevo conmigo fue descubrir que donde estamos trabajando hoy en día, en proyectos de migración y en zonas como Guerrero, la población sí sufre una situación de violencia muy grave, con afectaciones tan severas en su salud que jamás habría imaginado. He escuchado historias que a veces no me han dejado dormir.
Es una violencia tan severa que MSF dispone de un centro para la atención integral (CAI) de pacientes que han sufrido tortura o violencia extrema. ¿Cómo se trabaja en este centro?
La gran mayoría de nuestros pacientes son migrantes que han sufrido situaciones de violencia terribles en su país de origen y/o durante la ruta. La mayor parte de ellos son identificados en el sur de México y apoyamos su desplazamiento hasta la capital, donde está el centro.
Nuestro objetivo es aliviar su sufrimiento y que consigan recuperar funcionalidad física y mental para poder continuar su viaje o proyecto personal. Por eso, estamos muy satisfechos cuando, tras unos 6 meses de media, el paciente quiere irse. Eso es un éxito. Todos nuestros pacientes tienen necesidad de protección, muchos de ellos pertenecen a la comunidad LGTBI, han padecido tortura o mutilaciones incluso, trata, confinamiento, secuestro, extorsión.
La mayoría de los pacientes arrastran afectaciones severas de salud mental, con somatización de estos problemas que requiere atención y otros también necesitan cuidados especializados por la violencia física sufrida. Recuerdo una mujer a la que conseguimos ofrecerle una cirugía de reconstrucción. Se alivió su dolor físico y también se alivió su dolor psicológico. Por lo general son pacientes muy complejos, que requieren muchas consultas y tiempo para sanar. A eso hay que sumar que los pacientes casi siempre vienen acompañados de su familia que también presentan niveles moderados o severos de afectación en salud mental.
Además de los proyectos con migrantes, tenéis proyectos en zonas con elevados índices de violencia de México como Guerrero. ¿Vais a llegar a otras zonas?
Vamos a buscar intervenir en lugares violentos, con elevadas tasas de criminalidad y sí, en Guerrero, pero también vamos a intentar llegar a otros lugares como Michoacán u otros, allá donde se detecten necesidades de poblaciones que sufren por picos de violencia por ataques y/o situaciones de confinamiento.
Trabajamos con clínicas móviles e intervenimos por un periodo variable de tiempo ofreciendo atención integral: atención médica y psicológica y referencias. Cada intervención es diferente porque cada población es diferente o el episodio violento es distinto, con acceso diferente a servicios de salud dependiendo de la zona. Hay clínicas móviles que se organizan para ir a un lugar en el que se van a prolongar seis meses; en otros duran cuatro y en otros con una única intervención podría ser suficiente.
¿Se podría decir que son proyectos diferentes, el de migrantes y el que llevan a cabo en Guerrero, pero aun así conectados por ser en muchos casos los pacientes víctimas de violencia?
Víctimas de violencia y víctimas de falta de protección. Recuerdo en una población de Guerrero, una familia de niños solos, los padres desaparecidos probablemente por el crimen organizado. Eran niños víctimas de violencia sexual y la hermana mayor, de 14 años se vio forzada al trabajo sexual para mantener a sus hermanos. Conseguimos ofrecerles cierta protección, con una tía, ofrecerles técnicas de autocuidado. La falta de protección, es común. Nos encontramos con mucha gente de Guerrero en la frontera Norte, buscando protección al otro lado de la frontera en Estados Unidos. La gente huye. Igual que el salvadoreño huye de la violencia de las maras, el perfil del mexicano que huye es el mismo, huyen de la trata, la violencia, la desaparición de la familia…Tienen la necesidad de irse, porque no hay otra elección. La peor injusticia es que ahora, ni unos ni otros tampoco encuentran protección.