Por Marta Cañas, Directora General de Médicos Sin Fronteras (MSF) España y Raquel González, responsable de Relaciones Externas de MSF España.
Uno de los problemas a los que se enfrentan las personas que deciden lanzarse al mar, extorsionadas, muertas de miedo y con pocas esperanzas de llegar a algún lugar concreto, es nuestra incapacidad para ponernos en su lugar. ¿Qué puede llevar a hombres, mujeres y niños a huir de esa manera? Sobre sus espaldas, sostienen un drama que los arroja en manos de cualquiera que les prometa llegar a un lugar donde la vida tenga valor.
En lo que va de 2019, más de 8.400 personas han buscado seguridad en Europa cruzando el Mediterráneo central desde Libia, de las cuales más de 500 han muerto en el intento; desde 2014, son más de 17.000 las personas se han ahogado en el Mediterráneo, que se ha convertido en una de las fronteras más letales del mundo.
Ante este goteo constante de fallecidos, la presencia de buques de rescate en el mediterráneo es un acto humanitario cuyo único objetivo es el de salvar vidas. Por eso, Médicos Sin Fronteras y SOS Mediterranée reanudamos las operaciones de salvamento con el barco Ocean Viking, por una cuestión de humanidad.
Hace trece meses el Gobierno italiano impidió por primera vez el desembarco en sus puertos de las personas rescatadas por las ONG. Pero desde mucho antes, las organizaciones que salvaban vidas en el mar venían estando en el punto de mira de una campaña sostenida por parte de los Gobiernos de Italia y otros países de la Unión Europea para detener la acción humanitaria en el mar.
Las consecuencias que ha tenido la falta de buques humanitarios en el Mediterráneo central durante todo este tiempo contradicen las acusaciones de que estos generan un “efecto llamada”. La realidad es que, aun cuando cada vez hay menos embarcaciones humanitarias, las personas con pocas alternativas continúan emprendiendo esta ruta mortal.
Los Gobiernos europeos están eludiendo su obligación legal de proteger a las personas que intentan llegar a nuestras costas. La UE además ha cedido al sentimiento xenófobo que se ha instalado en parte de Europa, y ha externalizado sus fronteras con un coste humano inaceptable.
Un coste humano que se hace patente también en Libia, donde la situación se ha deteriorado gravemente en lugares como Trípoli, Misrata o Joms. Las personas que son interceptadas en el mar y retornadas a los centros de detención de ese país se exponen a un ciclo interminable de explotación, tortura, violencia sexual y enfermedad.
Muchos de estos centros en Trípoli están peligrosamente cerca de las líneas de frente, expuestos a los bombardeos, como ocurrió en Tayura el pasado julio, donde murieron más de 60 personas. Esta tragedia puso de manifiesto la incoherencia de los inexplicables intentos de los Gobiernos europeos para presentar Libia como un lugar seguro.
La búsqueda de seguridad para sí mismo o para la propia familia jamás debe ser considerada un crimen. Salvar vidas tampoco. Criminalizar la acción humanitaria en el Mediterráneo pretende normalizar un mensaje perverso en la sociedad: que las muertes en el mar y el sufrimiento de las miles de personas atrapadas en Libia son el precio aceptable de externalizar la gestión de fronteras a terceros países.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, remarcó en su discurso en el Parlamento Europeo que “en el mar existe la obligación de salvar vidas”, que “la UE tiene la obligación moral y jurídica de hacer lo mismo” y que “necesitamos fronteras humanas”. Apelamos a que la UE recoja el espíritu de las palabras de Von der Leyen y avance con medidas concretas, como la puesta en marcha de un mecanismo europeo de respuesta y desembarco seguro, e incluya la reubicación de los migrantes y refugiados rescatados en la UE. Apelamos también a que el Gobierno español apoye la coalición propuesta por el presidente francés, Emmanuel Macron, que apoyan ocho países de la UE, para participar en un mecanismo temporal de desembarcos.
Y de forma contundente también solicitamos el fin inmediato de las detenciones arbitrarias de refugiados y migrantes en Libia, y su evacuación inmediata fuera del país. Esto no solo es factible, como se demostró con la evacuación urgente de 300 personas entre abril y mayo, sino que es la única opción humana, dadas las condiciones en ese país.
Salvar vidas no es negociable. Y para salvar vidas en el Mediterráneo, es necesario un cambio en las políticas migratorias de la UE, que actualmente están agravando el sufrimiento de las personas que, golpeadas, violadas, se lanzan al mar apiñadas en una barca para intentar sobrevivir. Nada, ni un muro, ni un océano, las detendrá.