Patrick Irenge es coordinador médico de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Bamako, en Mali, desde septiembre de 2017. Este país de África occidental atraviesa una crisis política y de seguridad desde 2012 pero, en los últimos meses, la violencia se ha intensificado en la región central afectando gravemente a la población civil.
Patrick describe cómo la inseguridad ha provocado una crisis humanitaria sin precedentes y repasa la respuesta de emergencias de MSF, en paralelo con nuestros proyectos regulares, para asistir a la población más vulnerable.
La crisis en el norte de Mali persiste desde 2012 y no está mejorando. De hecho, el conflicto se ha intensificado en el centro del país. ¿Cuál es la situación a día de hoy?
En Mali se ha establecido un clima de violencia en la vida cotidiana de la población en el centro y norte del país. En el centro del país, los incidentes de seguridad y los conflictos intercomunitarios no han dejado de crecer desde hace más de un año; las masacres en la aldea de Ogossagou (marzo de 2019) y, más recientemente, en la aldea de Sobane (junio de 2019), que costaron la vida respectivamente a 160 y 35 personas, incluyendo a 24 niños (cifras del 17 de junio de 2019), son la triste prueba de ello.
El gran número de víctimas de estos ataques hizo que tuvieran cobertura en los medios internacionales y suscitó una indignación generalizada. Desafortunadamente, aunque la violencia extrema de estos dos sucesos es singular, son solo los dos últimos ejemplos entre una multitud de episodios similares. Actualmente, la región de Mopti se ve golpeada de forma recurrente, casi a diario, por ataques u otras formas de violencia. Y lo más alarmante es que cada vez están afectando más a la población civil, creando un clima de inseguridad, miedo y desconfianza con consecuencias aún más desastrosas.
¿Cuál es el impacto de esta violencia en la situación humanitaria? ¿Cuáles son las principales necesidades de las personas que viven en las zonas más afectadas?
En primer lugar, hay que señalar que en el centro y el norte de Mali la gran mayoría de la población rural vive de forma muy modesta de la agricultura y la ganadería, y que ya hacen frente a periodos especialmente duros como la estación de lluvias o épocas de escasez.
A estas dificultades estacionales se añade ahora la incapacidad de desplazarse, a veces casi total. Este fenómeno es consecuencia del miedo a utilizar una ruta a menudo minada, con presencia de actores armados o el temor a atravesar una aldea de otro grupo étnico.
Como resultado, poblaciones enteras del centro del país viven literalmente confinadas: los habitantes ya no pueden realizar las actividades económicas habituales y ya no disponen de acceso a los servicios de salud.
Nuestros equipos presentes en el distrito de Douentza y en contacto diario con la población son testigos directos de las grandes dificultades para acceder a la atención sanitaria. Otro problema es el creciente número de personas desplazadas que han huido de la violencia. A menudo lo han dejado todo atrás (pertenencias, ganado, etc.) y subsisten en asentamientos improvisados o en comunidades de acogida, abandonados a su suerte y privados de la esperanza de un posible retorno. En consecuencia, las necesidades actuales de las poblaciones afectadas por la violencia y desplazadas son numerosas en términos globales: alimentos, atención médica, artículos de primera necesidad, vivienda, protección y acceso al agua. Y desafortunadamente, la ayuda humanitaria es insuficiente porque resulta muy difícil desplegarla de forma regular, o casi imposible en las áreas más remotas.
En el ámbito de salud, ¿cuáles son los signos más evidentes del deterioro de la situación humanitaria?
Hay varios y son alarmantes. Un indicador evidente es la llegada tardía a los centros de salud de un gran número de pacientes que esperan a estar gravemente enfermos antes de decidir venir a la consulta. Vemos también un aumento en los casos de desnutrición directamente relacionados con la disminución de las actividades económicas que permiten abastecerse a la población.
Muchas mujeres embarazadas ya no acuden a los centros de salud para controlar sus embarazos y, a menudo, se ven obligadas a dar a luz en el hogar, lo que aumenta el riesgo de complicaciones y muerte a nivel comunitario. Los niños también sufren las consecuencias de esta situación. Ya no tienen acceso a las vacunas rutinarias ni a tratamientos preventivos, como la profilaxis para la malaria estacional, y están expuestos a enfermedades potencialmente mortales. En algunas aldeas remotas, los niños nunca habían sido vacunados, lo que indicaría que algunas poblaciones no han tenido acceso a un equipo médico durante años. También existe un drástico incremento en los trastornos psicológicos entre las personas que han sufrido o que han huido de la violencia.
¿Cuál es la respuesta de MSF a esta situación?
En paralelo con los centros médicos que apoyamos, hemos intensificado nuestras actividades puntuales de respuesta a emergencias desde mayo de 2018. Monitorizamos diariamente las necesidades en el país gracias a la presencia de nuestros equipos en el terreno y a un sistema de gestión de alertas, así como a misiones de evaluación in situ, para detectar rápidamente los movimientos de población y otras situaciones graves.
Estas intervenciones se llevan a cabo utilizando clínicas móviles que, generalmente, brindan atención curativa, preventiva y psicológica y, según sea necesario, distribuyen artículos de primera necesidad. Así, podemos prestar ayuda a los más vulnerables y ofrecerles una protección temporal en términos de salud a pesar del contexto de inseguridad. También usamos esta estrategia en nuestros proyectos regulares. Son clínicas móviles de una sola intervención: tan pronto como se abre una ventana de seguridad, como una tregua temporal en un área específica, desplegamos un equipo que hará todo lo posible en ese lugar, incluidos, por supuesto, los valiosos tratamientos preventivos y las vacunas. A veces se realizan más de 180 consultas en un solo día.
Has mencionado las clínicas móviles de una sola intervención, que de alguna manera son una estrategia para adaptarnos al contexto de seguridad. ¿Se han puesto en marcha otras estrategias para abordar el problema del acceso a las poblaciones?
Nuestra identidad como organización neutral, imparcial e independiente, y nuestra aceptación nos han permitido alcanzar áreas de difícil acceso. Pero, teniendo en cuenta que la inseguridad es una variable muy cambiante e impredecible, MSF hemos decidido adaptar nuestras operaciones a la situación de conflicto en el centro y el norte de Mali. Una estrategia ha sido involucrar más a la comunidad en la gestión de ciertas enfermedades, a través de la capacitación de agentes de salud comunitaria y la provisión de medicamentos.
Así, los enfermos con patologías simples como la malaria o la diarrea son atendidos dentro de sus comunidades, lo que les permite evitar complicaciones debido a la falta de acceso. Los agentes de salud comunitaria también están capacitados para monitorear el embarazo, así como detectar la desnutrición y signos de enfermedades graves, a fin de remitir los casos a las estructuras competentes a tiempo.
Este método de descentralización de la atención también se ha aplicado en comunidades nómadas que, debido a su forma de vida, tienen un acceso limitado a las estructuras de salud. Por lo tanto, cuando esta población se mueve con su ganado, los agentes de salud comunitaria de su propia comunidad pueden continuar brindando atención médica. Otro aspecto importante en el que nos estamos enfocando es la vacunación, porque en situaciones de conflicto puede reducir significativamente la mortalidad infantil.
¿Cuáles son las mayores preocupaciones de MSF para los próximos meses?
Nuestro mayor temor es que la crisis continúa intensificándose, privando inevitablemente a cada vez más poblaciones de acceso a la salud y bienes de primera necesidad. Como ya he mencionado, Mali se enfrenta cíclicamente a una serie de desafíos importantes. Por ejemplo, la temporada de lluvias que acaba de comenzar vendrá acompañada de muchos problemas, como el aumento de la incidencia de la malaria, las inundaciones y el deterioro de las carreteras, que a su vez merma la accesibilidad de las comunidades. También hay un riesgo en términos de disponibilidad de alimentos porque la inseguridad ha restringido significativamente las actividades de plantación. En consecuencia, las dificultades a las que se enfrentará la población maliense en los próximos meses se anuncian más catastróficas que en años anteriores. Nuestros equipos están preparados para responder gracias al stock de material y medicamentos en la capital y a nuestros proyectos, así como a la presencia de equipos especializados en las emergencias.