«Estamos intentando llegar rápidamente a las localidades que reportan enfrentamientos violentos para poder ofrecer asistencia médica y psicológica urgente, pero también estamos monitoreando la situación en los pueblos más alejados, afectados por la violencia que predomina en la zona y que no han tenido acceso a médicos en años, según nos cuentan, con niños sin vacunar y embarazos y partos que no han recibido ningún tipo de seguimiento médico».
Helmer Charris, coordinador de terreno, explica así cómo actúan nuestros equipos móviles que, desde su base en Iguala, operan en las regiones de Tierra Caliente, Norte y Centro de Guerrero, donde los constantes enfrentamientos entre diversos grupos imposibilitan el mantenimiento de servicios sanitarios regulares en centros de salud, pero también en hospitales, como en Filo de Caballos o, en algún momento, en Tlacotepec.
Las respuestas de los equipos en la zona definen el tipo de violencia que se vive: así, a finales de julio acudieron a una comunidad en la que se había reportado el secuestro de 12 personas. A día de hoy, se sigue sin conocer su paradero.
«Lo terrible es que llueve sobre mojado. La violencia de los últimos tiempos ha supuesto que muchas familias hayan tenido que revivir escenas de violencia del pasado», se lamenta nuestro psicólogo, Alberto Macín.
Macín apunta el trauma de una familia en concreto que vivió el secuestro del cabeza de familia en 2014, en un incidente de violencia extrema. El hombre permaneció secuestrado durante cuatro meses con otras 60 personas y presenció cómo uno de los retenidos fue mutilado para forzar al pago a las familias. Otro fue quemado vivo. El resto de su familia desesperaba.
“La madre y los hijos, cuando leían que habían aparecido cuerpos abandonados se dirigían allá a toda prisa, para ver si los restos se correspondían con el padre, con el marido”, apunta el psicólogo.
Tras su liberación, la familia tuvo que encajar el asesinato de dos de sus hijos, uno de ellos en presencia del hijo menor. Tras la vivencia del secuestro de julio, la familia ha vuelto a quedar traumatizada, el cabeza de familia con depresión severa, el resto con estrés postraumático.
En otro punto, en una localidad de la región Norte, cuyo centro de salud llevaba dos años cerrado, nuestros equipos han contribuido asimismo a rehabilitarlo y dotarlo de medicamentos. Ahora ya dispone de una enfermera. En áreas más cercanas a Michoacán, en la sierra de Petatlán “la presencia de las armas es constante, y hay mayor tensión”, según Charris. El equipo acudió a finales de agosto ante informes de enfrentamientos armados que habrían dejado dos muertos.
El aislamiento de las comunidades obedece en buena parte a la violencia que bloquea el transporte público pero también a las dificultades del terreno, con caminos de terracería que se anegan con las lluvias.
Nuestro equipo (compuesto por un logista, enfermero, psicólogo y médico) presenció de forma directa un tiroteo originado a las afueras una localidad en la Sierra de Guerrero y se vieron obligados a refugiarse en el centro de salud (considerados zonas neutrales y que deben ser protegidas).
Además de atender a dos heridos, pudieron asistir a dos niñas que también se refugiaron allí, entre otros vecinos que buscaron resguardarse en el centro. Una vez que cesaron los disparos, el equipo pudo iniciar su regreso a la base. Los equipos tienen previsto volver a este lugar y otros pueblos (donde también se han registrado episodios de violencia reciente) en los próximos días.
“Intentamos ser muy dinámicos, las necesidades en la zona son enormes, con centros de salud que han permanecido cerrados durante mucho tiempo en áreas donde la gente está bloqueada en sus localidades, salir es un peligro y buscar acceso a servicios de salud en otras localidades es casi imposible. Estas necesidades son más urgentes cuando los ataques y las amenazas se reproducen con más frecuencia, como ahora es el caso”, concluye Sergio Martín, nuestro coordinador general en México. “En colaboración con la Secretaría de Salud, analizamos las necesidades más perentorias e intentamos llegar a los lugares, de forma pactada con todas las partes involucradas”.
Operamos en Acapulco desde 2014, y nos centramos en la atención básica y de salud mental a víctimas de violencia y violencia sexual y en clínicas móviles en Tierra Caliente, Norte y Centro de Guerrero desde 2016. La necesidad de que las víctimas de la violencia reciban atención en salud metal es uno de los aspectos que buscamos enfatizar como prioritarios en el país. En las actividades realizadas en Guerrero últimamente, llevamos a cabo una media de 975 consultas médicas y 150 en salud mental.