¿Cuál era la situación en Bangassou cuando llegaste?
Antes de llegar, me describieron a Bangassou como un «pequeño paraíso», un refugio de cohesión social en la República Centroafricana, relativamente poco afectado por el conflicto intercomunitario que desgarró al país entre el 2013 y el 2014. Pero solo tres días después de mi llegada en 2017, viajaba en una ambulancia y me encontré en medio de un enfrentamiento, transporté a 27 pacientes heridos de guerra al hospital de MSF.
Fue como si la ciudad de la que había oído ya no existiera.
En aquel entonces aún teníamos un gran equipo en la región. Estábamos expandiendo el hospital, capacitando al personal médico en tres centros de salud rurales, e implementando un ambicioso programa en los pueblos donde queríamos mejorar el acceso al agua potable para prevenir casos de diarrea y aplicar medidas profilácticas contra la malaria. Estas enfermedades no matan tan violentamente como las armas, pero son mucho más mortales. Pero cuando la inseguridad empeoró tuvimos que reducir nuestros equipos.
Fue un periodo intenso. Antes de que las tensiones aumentaran en Bangassou, el número de pacientes admitidos por casos de trauma violento en un solo mes podían contarse con una mano. Pero durante abril de 2017, tratamos a 141 pacientes con heridas de guerra, y seguían llegando: 30 por mes, a veces más. Y, además de eso, las personas no dejan de enfermarse durante el conflicto.
Pero muchas personas que necesitaban atención tenían tanto miedo de encontrarse con hombres armados en su camino al hospital, que no se atrevían a intentar el viaje a menos que estuvieran tan enfermos que sus vidas dependieran de ello. Nunca olvidaré un caso que tuvimos en agosto o septiembre: vimos a un niño de cuatro años con un caso complicado de malaria que viajó más de 200 kilómetros para poder llegar al hospital. Todavía no entendemos cómo sobrevivió el viaje.
¿Por qué MSF se vio obligada a suspender actividades en Bangassou?
Muchos de los desafíos que enfrentamos en Bangassou tienen que ver con el territorio, al momento de proporcionar ayuda humanitaria a quienes más la necesitan, y hacerlo lo más cerca posible de ellos. Pero nos vimos obligados a irnos cuando ya no fuimos capaces de trabajar bajo las condiciones de neutralidad e imparcialidad que deberían protegernos en zonas de guerra. Si no podemos atender a las personas únicamente en función de sus necesidades médicas, fallamos en nuestra misión.
Por ejemplo, recuerdo el caso de un niño de 12 años que había recibido un disparo y resultó herido. El personal hizo todo lo posible por salvarlo y sobrevivió. Pero unos meses después, este mismo niño sufrió una obstrucción intestinal. Él vivía en un campo para personas desplazadas a menos de un kilómetro de nuestras instalaciones. Pero nos dijeron: «Si lo llevan al hospital, lo mataremos». Tuve que resucitarlo en el campo, estabilizarlo y trasladarlo a más de 700 kilómetros de distancia a Bangui, donde fue operado.
El aumento de incidentes como este nos llevó a preguntarnos si nuestra presencia seguía siendo legítima, teniendo en cuenta que los hombres armados nos prohibían brindar atención a una parte de la población. El robo a mano armada de nuestra base en noviembre de 2017 fue la gota que derramó el vaso, y fue entonces cuando decidimos irnos.
¿Qué hizo que MSF regresara a Bangassou en abril de 2018?
Las tensiones en Bangassou se han aliviado un poco recientemente, lo que nos alentó a reanudar nuestras operaciones progresivamente. Regresamos bajo una condición: que todas las partes acepten y se adhieran a los principios humanitarios, y permitan el acceso a nuestros servicios a todos aquellos que lo necesiten, independientemente de quiénes sean. Llevamos a cabo largas discusiones y consultas con la población local para garantizar que nuestro retorno -que se necesitaba desesperadamente, considerando el alcance de las necesidades médicas no cubiertas- podría realizarse en condiciones de seguridad aceptables para nuestros equipos.
La participación de todas las comunidades nos convenció de que podíamos volver.
Estamos reanudando actividades gradualmente, enfocándonos primero en emergencias pediátricas y quirúrgicas. En el departamento de pediatría del hospital de Bangassou realizamos al menos 60 transfusiones de sangre mensualmente. Aquí, una transfusión generalmente se realiza debido a una malaria grave que, si no se trata, puede causar la muerte. El hospital de Bangassou es actualmente la única estructura de salud disponible para los 200.000 habitantes de la región. Simplemente no podemos abandonar a estas personas. Pero nos mantenemos alertas, porque República Centroafricana sigue siendo uno de los contextos más peligrosos del mundo.
¿Cómo describirías la situación actual en la ciudad?
Las cosas han mejorado significativamente en Bangassou. Las personas están empezando a cortar la hierba de nuevo y podemos ver el horizonte. Los niños juegan en las calles; incluso hay pacientes que vienen desde el campo para personas desplazadas al hospital para una consulta, algo impensable hace solo unos meses. Pero eso no significa que los combatientes armados que operaron desde Bangassou hayan desaparecido.Simplemente se han retirado a la periferia, y la población sigue afectada.
A pesar de todo esto, todavía tengo esperanza.
Las comunidades aquí no están tan divididas como parece. En Bangassou, los musulmanes y los cristianos siempre han vivido juntos. De hecho, hay muchas parejas mixtas. Creo que fueron los eventos externos los que cambiaron la dinámica interna de la ciudad. Podríamos sentirlo durante los meses en que suspendimos nuestras actividades, cuando la gente de Bangassou se comprometió a trabajar en conjunto para permitir que todos accedan a la atención. Tener esto en cuenta me ayuda a seguir adelante.