Carlos forma parte del equipo de atención comunitaria conformado por psicólogos sociales, agentes y promotores, los cuales llevan a cabo actividades de promoción comunitaria de la salud, prevención y de reconstrucción del tejido social en diferentes puntos de la ciudad. En este blog describe, desde su experiencia personal, los efectos emocionales como consecuencia de perder a un ser querido debido a la violencia así como la ruptura del sentido de comunidad en un contexto de inseguridad.
«Ese día, era un día como cualquier otro. Terminé mis actividades en la comunidad y me dirigí a casa. Tan pronto crucé la puerta mi familia me recibió con una noticia triste y desgarradora. Habían asesinado a una persona cercana a nosotros. Él era alguien dedicado a su trabajo y a su familia. Inmediatamente me puse en contacto con sus familiares. Estaban inconsolables.
Estuve en el velorio. El ambiente estaba plagado de tristeza y desesperanza, las luces estaban apagadas, la habitación apenas se iluminaba por las cuatro velas que rodeaban el féretro que guardaba los restos de una persona que tenía muchas metas por cumplir, metas que se apagaron cuando alguien jaló el gatillo en varias ocasiones.
Acompañé la caravana camino hacia el cementerio. Aquí en Acapulco los cementerios guardan los restos de muchas personas asesinadas.
Rodeado de llantos en medio de súplicas, escuché una voz inconsolable que gritaba: “¿porque te pasó esto?, eras una persona buena, algo estamos haciendo mal, cuiden a sus hijos y familias, denles mucho amor”. Esa frase me hizo resonancia, porque pensé que solamente una persona que no tiene amor en su corazón es capaz de asesinar. Esas palabras de dolor me hicieron un nudo en la garganta; sin poder decir nada se me enchinó la piel, unas gotas de agua rodearon mis ojos, estaba sintiendo impotencia y dolor.
Esta es una historia que desafortunadamente viví en carne propia, sin embargo, pude darme cuenta que todos estamos expuestos a algo así. Aquí en mi hermosa ciudad, mi Acapulco.
Soy trabajador de MSF desde hace tres años, debido a mi trabajo, todos los días puedo observar de cerca mi comunidad y me da tristeza saber que la gran mayoría de las personas dejó de confiar en los demás. La gente ha dejado de reunirse para platicar y tratar de solucionar los problemas que afectan a la comunidad. Lamentablemente, ha dejado de existir la organización comunitaria, en gran parte, a consecuencia de la inseguridad.
Hoy me siento comprometido a continuar aportando y apoyando en las actividades comunitarias y de psicoeducación para que como comunidad logremos reconstruir el tejido social, así como redes de apoyo que nos permitan volver a confiar en el otro.»