Por Mohammad Ghannam, es periodista y trabaja para Médicos Sin Fronteras (MSF).
Gebreel lleva durmiendo a la intemperie, debajo de un puente de Ventimiglia (norte de Italia), un mes. Desesperado, durante este tiempo le ha sido imposible cruzar la frontera con Francia. Al igual que otros miles de migrantes que arriesgaron sus vidas en el mar y que ahora se encuentran atrapados en Italia, Gebreel no se da por vencido y sigue luchando por completar el último tramo de su viaje.
La seguridad soñada
Gebreel tiene 28 años y procede de los Montes Nuba (Sudán) donde su padre fue asesinado en un conflicto local. En 2014, viajó a Libia con la idea de trabajar y mandar dinero a su familia. Aunque los tres primeros años fueron duros por el caos que consumía al país norteafricano, su vida se convirtió en un verdadero infierno cuando fue secuestrado para pedir un rescate.
Pasó un año retenido en un sótano frío e insalubre. Los raptores le dispararon en un pie y perdió un dedo. Como no podía pagar la suma de dinero que le exigían, le torturaron y le ordenaron que se pusiera en contacto con su familia. Sin embargo, y dado que Gebreel era el cabeza de familia y el único que mantenía a sus seis miembros, nadie podía ayudarle. Implacables, los captores le siguieron presionando; le apagaban cigarrillos en el cuerpo y le forzaban a permanecer arrodillado hasta desollarse las rodillas.
Cuando finalmente fue liberado, no le quedó otra opción que arriesgar la vida para intentar llegar a Europa. Pensó que aquí estaría a salvo y que podría encontrar un trabajo para mantener a su madre y hermanos.
“Estaba enfermo y muy cansado, pero aun así conseguí llegar a Italia. Sin embargo, después de todo lo que he pasado en Libia, estoy aquí atrapado. Sufriendo otra vez, ahora en Italia”, afirma Gebreel.
“Llevo aquí bloqueado un mes. He intentado, sin suerte, cruzar la frontera con Francia en tren tres veces. No puedo tomar la carretera de las montañas porque mis piernas están demasiado débiles. ¿Alguien me puede ayudar? Necesito llegar a un lugar seguro para poder mantener a mi familia y a mí mismo. Duermo bajo un puente, como un animal y voy a tener que quedarme aquí quién sabe cuánto tiempo. Estoy muy triste”, se lamenta.
En el camino
En 2016, más de 180.000 solicitantes de asilo, refugiados y migrantes llegaron a Italia en barco, una cifra récord. Hasta la fecha, este año han arribado 98.270 personas a las costas del país. Muchas de ellas ya han salido del país o han intentado cruzar la frontera con Francia. (Datos a 29 de agosto de 2017. Fuente: ACNUR)
A pesar de que Italia ha registrado cifras récord de llegadas durante varios años, resulta cada vez más evidente que se ha dejado solo al país transalpino ante el problema y que ha existido una notable falta de solidaridad y de gestión compartida entre el resto de los Estados miembros de la Unión Europea.
Sean cuales sean lo motivos, el resultado es que el sistema de recepción italiano no está respondiendo a las necesidades de los migrantes más vulnerables y muchos sienten que no son bien recibidos. También les resulta muy difícil, en particular a los más vulnerables, integrarse en Italia.
Personas como Gebreel sienten que no tienen más opción que seguir adelante hasta llegar a países como Alemania y Francia, donde piensan que pueden tener más posibilidades de tener una vida digna.
A raíz del endurecimiento de las políticas fronterizas en Europa tras el marcado aumento de los flujos migratorios y de refugiados en 2015, Ventimiglia se ha convertido en uno de los principales puntos de tránsito para quienes tratan de proseguir su viaje hacia el norte. Muchos migrantes, entre los que se cuentan mujeres, sus hijos y menores no acompañados, llegan aquí directamente después de una larga ruta hacia el norte desde las costas del sur de Italia. Otros acuden a la localidad tras pasar un tiempo en un centro de acogida a la espera de respuesta a su solicitud de asilo o tras ver denegada su petición.
Esta parte del viaje está plagada de dificultades y muchos son detenidos por la policía en el lado francés cuando intentan cruzar la frontera y son devueltos a Italia, a centros de acogida o a comisarías de policía. Cuando son puestos en libertad, normalmente vuelven a intentarlo una y otra vez hasta que lo consiguen.
Según los testimonios de los migrantes, hay varias formas de entrar a Francia desde Ventimiglia.
Los más fuertes pagan a un traficante que les lleva por un complicado y exigente sendero de montaña hasta llegar a la ciudad francesa de Menton. Otros caminan de noche por una autovía tan peligrosa que la llaman el Paso de la Muerte. La mayoría tiene que intentarlo varias veces hasta tener éxito porque la policía francesa los deporta al otro lado de la frontera. Duermen al pie de las montañas, en la parte italiana, esperando a que anochezca para volver a cruzar.
Los hay que optan por tratar de cruzar a pie a través del túnel del ferrocarril de Ventimiglia a Menton. Una ruta tan peligrosa como la autovía y en la que, desde septiembre de 2016, han muerto 10 personas mientras intentaban alcanzar Francia. Las familias tratan de hacer el viaje hasta la turística Niza en tren. Pero con frecuencia son descubiertas y devueltas.
Decididos a seguir intentándolo
“He intentado cruzar a Francia tres veces por la mortífera ruta de las montañas, pero me detuvo la policía francesa”, explica Zakaria, un sudanés de 23 años que lleva un mes durmiendo debajo del puente de Ventimiglia. “En una de esas ocasiones, me golpearon. En otra, me devolvieron a Taranto, en el sur de Italia. Allí, [la policía italiana] me tomó las huellas y me ordenó pagar una multa de entre 15.000 y 30.000 euros si me volvían a pillar [intentando cruzar la frontera]”, afirma.
A pesar de la amenaza, Zakaria está decidido a intentarlo de nuevo, porque no se siente bienvenido en el país transalpino.
“En Italia no nos hacen una entrevista para hablar de nuestros problemas o de por qué abandonamos nuestros hogares. Solo quieren tomarnos las huellas a la fuerza. Pero somos seres humanos”.
El apoyo de los voluntarios
Los voluntarios intentan hacer las vidas de los migrantes en tránsito un poco más fácil. La iglesia de San Antonio alle Gianchette, en Ventimiglia, por ejemplo, brinda techo y comida a unas 100 personas: familias migrantes con niños y personas especialmente vulnerables. En la parroquia reciben asistencia sanitaria gracias a un médico voluntario, y a una matrona, un psicólogo y un mediador cultural de Médicos Sin Fronteras (MSF) que acuden a la iglesia a diario. El equipo de MSF también visita a los migrantes que viven debajo del puente. Desde el inicio de 2017, los trabajadores de MSF han realizado 1.860 consultas médicas.
Además, la Cruz Roja gestiona un campo a las afueras de Ventimiglia que el verano pasado acogió hasta 600 personas. En el último mes, alrededor de medio millar han pernoctado en el mismo, todos hombres solteros. Desde finales de junio, el acceso se ha ampliado también a menores no acompañados.
Durante el verano las llegadas han aumentado, cada vez más gente se queda bloqueada en Ventimiglia y no encuentra un techo bajo el que refugiarse. Un promedio de 150 migrantes, con picos de hasta 300, duerme en las orillas del río Roya en condiciones inhumanas y sin acceso a agua corriente, letrinas ni electricidad.
En el lado francés, activistas de la sociedad civil se han organizado para dar una respuesta local y prestar asistencia a los migrantes que llegan a través de las montañas. Pero ellos también han sufrido presiones por sus actuaciones. Así, el año pasado se iniciaron procedimientos legales contra varios voluntarios por haber alojado o ayudado a migrantes indocumentados procedentes de Italia.