El número de niños que sufren desnutrición aguda en diferentes áreas alrededor de la ciudad de Pibor, en Sudán del Sur, se ha duplicado con respecto al año pasado.
Un hecho preocupante y por el que pedimos la colaboración urgente de otras organizaciones, ya que es muy posible que las cifras sigan subiendo en los próximos meses.
Allí dirigimos un centro de alimentación terapéutica así como dos proyectos nutricionales ambulatorios en las cercanas localidades de Lekongele y Gumuruk.
“En las últimas fechas, el número de niños y niñas desnutridos no ha parado de crecer. Cada semana supera a la anterior”, explica Jean Soro, nuestro responsable médico de proyectos en Pibor.
“El pasado mes de mayo, uno de nuestros pequeños pacientes murió por desnutrición. De momento es un hecho aislado, pero si no se toman medidas preventivas, esto podría empezar a ocurrir de manera más continuada”
Del 1 al 31 de mayo, admitimos a 146 niños con desnutrición aguda en nuestras dos clínicas a las afueras de Pibor, un hecho alarmante si se compara con los 69 pacientes que fueron atendidos el mismo mes del año pasado.
También nos preocupa la alta proporción de niños que sufre desnutrición aguda severa. Solo por poner un ejemplo, en Lekongele, uno de los dos lugares de la región donde pasamos consulta ambulatoria, la tasa de niños con desnutrición aguda severa, que es aquella que puede suponer un riesgo inminente para los vida si no es tratada de inmediato, ha alcanzado el 4.46%.
Además, otro 23% de los niños que están siendo atendidos sufre desnutrición aguda. “Un amplio número de factores se han combinado para hacer que el pico anual de casos haya sido especialmente duro este año“, afirma Jean Soro. “La falta de distribución de alimentos, que el año pasado ayudó a muchas familias a superar los meses más difíciles, está haciendo que esta situación empeore”.
Al igual que ocurre en muchos otros lugares de África, cada año Pibor afronta un periodo en el que los casos de desnutrición se multiplican. Suele comenzar en el mes de abril, cuando las reservas de las últimas cosechas se acaban y los alimentos sembrados en los meses anteriores aún no están listos para ser recogidos.
Además, “este año en particular hay diversos factores ambientales (como la sequía) y económicos que han hecho que el impacto sea aún mayor. Si a esto unimos el conflicto, con los miles de desplazados que han buscado refugio en la zona, y la falta de provisión de ayuda, ya tenemos el cóctel perfecto para que nos encontremos en la actual situación”, prosigue Soro. Las lluvias irregulares han reducido la calidad y cantidad de los cultivos disponibles, mientras que una serie de enfrentamientos armados bloquearon durante meses la carretera a través de la cual llegan y salen los suministros desde y hacia la capital, Juba.
Menos comida, más cara
Los pocos alimentos que están disponibles en el mercado han aumentado drásticamente de precio y, por ejemplo, alimentos básicos como el sorgo, cuestan hoy cuatro veces más que hace tres meses.
Por eso, pedimos a otras organizaciones que trabajan en los alrededores de Pibor que distribuyan alimentos y lleven a cabo programas complementarios de alimentación dirigidos a grupos vulnerables, tales como embarazadas, mujeres lactantes y niños menores de cinco años.
También hay que incrementar el acceso a los servicios médicos para aquellos ciudadanos que residen fuera de Pibor, ya que las comunicaciones en la región no son buenas y no siempre resulta sencillo llegar hasta los pocos centros de salud existentes.
“Una distribución de alimentos a las comunidades que viven en los alrededores de Pibor marcaría una gran diferencia en la lucha contra la desnutrición aguda y evitaría muchas muertes innecesarias”, resalta Soro. “También hay necesidad de establecer más servicios de salud y poner en marcha programas contra la desnutrición aguda dirigidos específicamente a grupos vulnerables como los que residen en los alrededores de Pibor”.
“Hace unas semanas acogimos a una niña de 1 año que solo pesaba seis kilos”, explica Soro. “Empezó a ponerse mal en su casa, con fiebre y diarrea, pero su familia vive a casi tres días a pie de nuestra clínica. Cuando llegaron aquí su situación era crítica. Afortunadamente conseguimos sacarla adelante, pero muchos otros niños podrían no correr la misma suerte”.