Desde 2013, Mosul, en el norte de Irak, es una ciudad de violencia y sufrimiento totales, donde miles de personas han presenciado decapitaciones, torturas y apedreamientos en público. Aunque ahora viven en campos de desplazados, necesitan ayuda contra la depresión severa, la ansiedad y otros desórdenes mentales agudos.
La reciente ofensiva militar del Gobierno iraquí por recuperar Mosul, en el norte del Irak, ha obligado a miles de personas que ya vivían tiempos extremadamente traumáticos a dejar la ciudad y las aldeas cercanas.
“Durante dos años, han soportado la ocupación de sus aldeas por parte del Estado Islámico (EI), han sufrido bombardeos aéreos, enfrentamientos entre las fuerzas iraquíes y el EI, han huido para salvar sus vidas, y se han refugiado en campos de desplazados”, explica Bilal Budair, nuestra coordinadora de salud mental en Erbil, la capital kurda, a 90 kilómetros de Mosul.
“Tuvieron que huir rápidamente, con las manos vacías, y ahora se sienten encerradas en un campo”, añade.
En concreto, alrededor de 30.000 personas viven en los campos en Hasansham y Khazer, a 35 kilómetros al este de Mosul. Allí, nuestros equipos de salud mental -formados por un psiquiatra, un psicólogo y un trabajador comunitario- atienden a cerca de 45 pacientes diarios.
Ya en 2013 trabajaron con refugiados sirios en el norte del país, y en 2014, cuando el Estado Islámico tomó el control de la región, ayudaron a los iraquíes desplazados que habían huido de Mosul.
En 2016, con el aumento de los desplazamientos de la población en la gobernación de Nínive, en el noroeste, y el inicio de la batalla para recuperar Mosul a mediados de octubre pasado, nuestros equipos han atendido a pacientes con trastornos mentales aún más graves.
Torturas y decapitaciones en público
Desde el pasado mes de noviembre, los pacientes que acuden a nuestras consultas están aún más afectados. Muchos cuentan que han sido testigos de ejecuciones públicas en el mercado y que han visto cadáveres de víctimas de homicidio encadenados y abandonados durante días en los puentes de la ciudad.
Muertes por apedreamiento, decapitaciones, torturas y castigos corporales… una violencia extrema que ha dejado a muchas personas profundamente traumatizadas.
Para nuestros psiquiatras, muchas historias que cuentan los pacientes resultan especialmente duras y difíciles de creer. Como la de un padre que fue obligado a matar a su propio hijo porque éste había proferido un insulto.
Pero los hechos son ineludibles cuando diferentes personas narran la misma historia.
Viven con miedo
Los enfrentamientos en las aldeas y los barrios también han causado mucho sufrimiento para los desplazados. Muchos han visto morir a sus amigos o parientes. Es el caso de una mujer que vino a consulta con su hijo de 10 años. La niña de su amiga fue asesinada cuando un proyectil de mortero cayó sobre su casa. Vio el cuerpo de la niña, al igual que su hijo, quien era amigo de la pequeña.
Aunque estas personas se han desplazado de Mosul y de las aldeas cercanas a campos seguros, están aterrorizadas: viven con miedo de estar expuestas una vez más a la violencia del Estado Islámico.
En los campamentos de Hasansham y Khazer, nuestros médicos proporcionan atención en salud mental y realizan consultas a pacientes con depresión severa, ansiedad o trastorno de estrés postraumático.
Algunos sufren enfermedades crónicas como epilepsia y psicosis y necesitan reanudar el tratamiento; otros muchos padecen trastornos del sueño y desórdenes más agudos.
“Tratamos todos los casos, sean moderados o graves», continúa Budair. «Médicos Sin Fronteras (MSF) somos la única organización que trata casos severos y que proporciona atención psiquiátrica. Estamos aquí para apoyar a las personas, identificar a las más vulnerables y ayudarles a adaptarse a su nueva situación”, añade.
Es el caso, por ejemplo, de un hombre de 50 años que ahora vive en el campo Khazer 1. En Mosul, destruyeron todas sus tiendas. «No podía entrar en la tienda de campaña. Lloré. Me gustaría que vinieran a matarme a mí y a toda mi familia. Esto es como estar en una prisión. Me costó 20 años construir mi casa, pero ahora todo se ha ido, no me queda nada, ni un solo dinar en mi bolsillo”, se lamenta.
Tras varias semanas, la mayoría de las personas desplazadas comienza a acostumbrarse a la vida en los campos, pero otros desarrollan trastornos más duraderos. Piensan que sus vidas ya han llegado a su fin y quieren morir.
Tenemos que intervenir rápidamente y ofrecerles el apoyo psicólogo y/o psiquiátrico que tanto necesitan.