Hassan Sugal Takoy nació en Kismayo, Somalia, en 1987. Con tan solo cinco años, él y su familia se vieron obligados a huir de la guerra y encontrar refugio en el campo de Dagahaley en Dadaab, Kenia. Hassan comenzó a trabajar como traductor para Médicos Sin Fronteras (MSF) en 2011. Hoy es trabajador social. Aquí cuenta la historia de su huida de la guerra de Somalia y su reacción ante el reciente anuncio del Gobierno de Kenia del cierre de los campos de Dadaab en noviembre de este año:
“Tuvimos que huir de Somalia en 1992, cuando yo tenía cinco años. No recuerdo muy bien qué estaba pasando, pero recuerdo claramente los combates ocasionados por la guerra civil.
Había rumores de que las mujeres estaban siendo violadas. Debido a las amenazas de los hombres, mi madre se escondía entre los arbustos. Una vez, unos hombres la encontraron y la golpearon hasta dejarla inconsciente.
Mi padre fue asesinado cuando tratábamos de huir. Unos desconocidos que iban armados le atacaron. También asesinaron a algunos de nuestros vecinos y se llevaron todo el ganado. Mi madre nos llevó hasta otro pueblo mucho más tranquilo. En este pueblo, oyó que alguna gente estaba huyendo hasta Liboi, ciudad fronteriza situada en Kenia, así que también fuimos hacia allá. Pasamos en Liboi diez días hasta que fuimos trasladados al campo de Dagahaley, en Dadaab.
Recuerdo el día que recibimos la tienda de campaña y los utensilios. En ese momento empezó nuestra vida como refugiados.
Fue un viaje agotador y nos dio mucho miedo. Todos tenían hambre y mi madre estaba triste. Era muy duro verla llorar cada vez que hablaba de su experiencia de huir de la guerra de Somalia. En esos momentos quería salir de la tienda para llorar, pero sabía que tenía que demostrarle mi entereza. Me gustaría volver al pasado y sostener su mano para consolarla. Nuestros vecinos venían con nosotros y nos consolaban, pero mi madre no se fiaba de nadie después de la muerte de mi padre. Tenía miedo y pensaba que el que había matado a su marido estaba entre los que habían huido. Esto dificultaba que mi familia y yo encontráramos apoyo.
Fue un periodo doloroso para mi familia y para mí. Ningún ser humano debería vivir así: huir de la guerra, el hambre y el odio. Es una mala vida.
En 2003, mi madre falleció. Al principio se quejaba de dolores en el pecho, y unos meses más tarde ya tenía dolores de cabeza muy fuertes. Su salud se deterioraba día a día hasta el punto de llegar a vomitar sangre. Tras pasar más de tres meses postrada en la cama, murió. Yo solo era un adolescente. Ella no debería haber muerto, solo tenía 50 años. Su muerte nos dejó totalmente solos.
Ante el anuncio del cierre solo pude reaccionar con frustración, asombro y miedo. Estoy asustado. Regresar significa volver a estar en peligro. Temo ser reclutado por alguna fuerza armada. Estoy muy asustado.
No quiero morir. Solo tengo 29 años. El cierre afectará a todos y a cada uno de los refugiados y especialmente a ancianos y mujeres. Algunos padecen presión arterial alta, por lo que volver a Somalia significaría un empeoramiento de sus condiciones médicas. Probablemente morirían.
El sistema sanitario no es lo suficientemente estable como para atender a las mujeres embarazadas y prevenir la mortalidad materna. Me pregunto si los niños podrán conseguir sus vacunas ¿Está el sistema sanitario lo suficientemente equipado para poder atender a brotes como el sarampión? Se están realizando devoluciones de muchos refugiados y esto es sin duda un potencial caldo de cultivo para las enfermedades contagiosas.
Me gustaría decirles a los Gobiernos de Kenia y Somalia, al Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y a la comunidad internacional que respeten los derechos de las personas y los refugiados. Verse obligado a regresar es inhumano. Dagahaley, en Dadaab, es el lugar al que yo llamo hogar.”