Con el paso de los días, la situación se deterioró y se hizo insoportable; Alyona y su familia huyeron de la ciudad el 29 de enero. Ahora han encontrado cobijo en un balneario[1] en el bosque de Svyatogorsk, a 115 kilómetros de Debaltsevo, junto a otras 350 personas desplazadas. Un equipo móvil de Médicos Sin Fronteras (MSF), proporciona atención primaria y de salud mental a los desplazados en el balneario. Alyona, que está recibiendo el apoyo de los psicólogos, está preocupada por el impacto del conflicto en su hijo.
La primera vez que abandonamos Debaltsevo fue en julio, dos semanas después de que la ofensiva militar llegara a la ciudad. Huimos a Konstantinovka, pero acabamos regresando a Debaltsevo en octubre porque iban a despedir a mi marido por no acudir al trabajo.
Ahora nos damos cuenta de que lo que vivimos entonces no tiene comparación con lo que tiene lugar en estos momentos en Debaltsevo. Incluso antes de que se intensificaran los combates a mediados de enero, eran contadas las ocasiones en las que nos quedábamos en el apartamento: siempre corríamos a buscar resguardo en el sótano. Habíamos organizado nuestro refugio durante meses: lo manteníamos limpio, teníamos mantas y lo íbamos acondicionando con todo lo que podíamos conseguir para que estuviera en las mejores condiciones. Sin embargo, al final, cuando empezaron los bombardeos, no tuvimos elección y tuvimos que correr al sótano más cercano.
En ocasiones, los bombardeos se detenían durante un par de días. Con todo, lo más habitual era que no pudiéramos salir de los refugios. Por el sonido de los disparos éramos capaces de distinguir si los proyectiles procedían o tenían como destino Debaltsevo. En una ocasión, tuve que esconderme junto a mi hijo en el baño. Cuando escuchó las detonaciones me miró y me preguntó: “Mamá ¿vienen de nosotros o hacia nosotros?”. Llega un momento, tras días soportando el sonido constante de los cohetes y las bombas la gente deja de prestarles atención.
Los últimos diez días antes de llegar aquí, a Svyatogorsk, los pasamos en un sótano sin energía ni calefacción. Estamos hablando de refugios que datan de la Segunda Guerra Mundial y que se encuentran húmedos y abandonados. Hacía mucho frío, unos 8 grados centígrados, y convivíamos unas 25 personas. La gente traía consigo algo de comida pero, como no teníamos electricidad, teníamos que usar un pequeño horno a base de bombonas de gas para cocinar.
Todos los sótanos de Debaltsevo estaban atestados. En ellos se refugiaban ancianos, niños… todo el mundo se cobijaba allí. Y llegó un momento en el que la gente empezó a enfermar. Antes del 19 de enero era posible conseguir medicinas de farmacéuticos de la ciudad, pero no podíamos encontrar tratamientos específicos. No había dinero, solo funcionaba un banco en toda la ciudad, pero el principal problema era que la gente no tenía nada que retirar: los negocios estaban cerrados y los habitantes de la ciudad no cobraban.
Fuimos evacuados por voluntarios. Se suponía que un autobús vendría a recogernos a las 8 de la mañana, pero el autocar llegó cinco horas después a causa de los bombardeos. Daba miedo esperar ahí fuera, junto a un edificio que ya había sufrido el impacto de los misiles en varias ocasiones. Hicimos tiempo todos juntos. Pensé que aquello podría convertirse en una fosa común para todos nosotros. Esa misma mañana, en torno a las 7, un proyectil había caído en la zona y una mujer había perdido la pierna. Cuando llegó la ambulancia, cinco horas más tarde, había muerto desangrada.
La mayor parte de mi familia ha sido evacuada de Debaltsevo, pero algunos han decidido permanecer en la ciudad. Solo en contadas ocasiones pueden cargar sus móviles, resulta terrible esperar su llamada para saber que se encuentran bien.
Los psicólogos de MSF han hablado con mi hijo y dicen que está bien. Una mujer suele venir a jugar con nuestros hijos y trata de entretenerlos. Los voluntarios nos traen muchos juguetes para los niños, pero incluso aquí puedes comprobar qué clase de juegos son los más populares entre los niños aquí y ahora (afirma mientras ve a su pequeño jugar con armas de juguete). Me doy cuenta de que Gleb no quiere apartarse de mí. Todavía está asustado. De verdad, espero que mi hijo no tenga secuelas por lo que ha vivido.
No tenemos planes para el futuro. En estas condiciones es difícil tener esperanza. Todo el mundo nos hemos visto afectados, mental o físicamente. Lo teníamos todo y ahora mi hijo carece de un hogar. Es imposible dar marcha atrás al reloj.
[1] Antes de la guerra, los balnearios eran muy populares y frecuentados por la población para descansar durante las vacaciones de verano. Tras el inicio del conflicto en el este de Ucrania, muchos habitantes han encontrado refugios en estas instalaciones después de huir de sus hogares.