Este 23 de mayo se conmemora por primera vez el día internacional para la eliminación de la fístula, condición que afecta a más de dos millones de mujeres en todo el mundo, mayoritariamente en África.
Las fístulas obstétricas son una posible consecuencia de complicaciones no tratadas durante el parto. Estas ocurren cuando se abre un orificio anormal entre la vagina y el recto, o la vagina y la vejiga y el recto. Las fístulas se desarrollan durante los días que dura un parto obstruido: la presión prolongada que ejerce la cabeza del bebé interrumpe el flujo de sangré en el tejido. A menudo, el bebé no sobrevive el parto. La fístula resultante genera incontinencia fecal y urinaria. La fístula no es sólo un problema médico: a la mayoría de las mujeres que las desarrollan se les margina de la sociedad, pues son aisladas y estigmatizadas por todos.
Para la madre, se trata de una experiencia traumatizante, explica Geert Morren, cirujana de Médicos Sin Fronteras. No solamente porque el parto es largo y difícil, sino que en ocasiones puede perder el bebé y además se encuentra con una fístula que le provoca incontinencia.
Las fístulas son un signo de un sistema de salud que funciona mal, ya que una mujer embarazada que da a luz con el acompañamiento adecuado no sufre este problema. Las fístulas surgen allí donde las mujeres no tienen acceso a cuidados de salud, confirma Morren. No hay que perder de vista la dimensión social del problema: son sobre todo las mujeres de bajos recursos, jóvenes, quienes las padecen. Se estima que entre 100 y 150 mujeres contraen fístula cada día.
Sin embargo, las fístulas se pueden tratar mediante una intervención quirúrgica. Desafortunadamente, operar fístulas es poco atractivo para los cirujanos locales. Antes que nada, son operaciones difíciles desde un punto de vista técnico. Si bien no requieren de insumos sofisticados, hace falta tiempo para dominar la técnica. Además, estas intervenciones quirúrgicas no son interesantes financieramente porque la mayoría de los pacientes no tiene recursos, explica Morren.
Es por eso que no hay suficientes cirujanos para asistir a todas las pacientes, y se hace necesario apostar a la prevención y por lo tanto a servicios obstétricos de calidad. Entonces, MSF se encuentra ante una elección difícil: formar ginecólogos para tratar fístulas o entrenarlos para asistir partos, privilegiando de esta forma la prevención. ¿Cómo se resuelve este dilema?
El principio de MSF es el de no arrancar con proyectos de tratamiento de fístulas sin invertir también en la prevención, dice Morren. Un ejemplo es el caso de Burundi, donde MSF abrió una clínica en Kabezi especializada en cuidados obstétricos y en Gitega, un centro de tratamiento de fístulas. Desde el comienzo del proyecto hemos operado a más de mil de pacientes.
Luego, MSF puede jugar un rol en formar ginecólogos. Hemos invertido mucho en la formación de cirujanos burundeses en Gitega. Si logramos formar un número suficiente como para poder continuar con el proyecto cuando nos vayamos, podremos decir que hemos tenido éxito, dice Morren.
La historia de Séverine
Luego de dar a luz a su séptimo hijo, Séverine sentía que algo no andaba bien. Decidió consultar con un médico en el centro de MSF en Gitega. El veredicto: Séverine sufría de fístula.
El equipo de MSF me acogió en una aldea de mujeres. Allí me sentía bien, bailábamos juntas muchas veces. Todas las mujeres sufrían del mismo mal, allí nos ayudaban. En una semana me hicieron la operación. Yo esperaba que todo saliera bien, tenía confianza. Quería retornar lo más rápido con mi familia. Mi marido me apoyaba, se sentía igual de responsable que yo de mi embarazo. Dicho eso, no estoy enojada con mi hijo, al contrario, estoy feliz de que haya sobrevivido. Muchas mujeres pierden a sus hijos en un parto difícil.