Un hombre sale de una mezquita en el norte sirio, cerca de la frontera con Turquía. Es el templo islámico de referencia para un campo de desplazados situado en la provincia de Alepo que no para de crecer. Muchos viven en tiendas de campaña, pero Husein Alwawi y su familia se alojan en la mezquita.
«Vivíamos en un barrio de Alepo» relata Husein. «Un avión de combate atacó el vecindario. Muchas casas quedaron destrozadas, entre ellas la mía. Nosotros no estábamos pero dos familias fueron asesinadas. Nos quedamos en Alepo cinco días y vinimos aquí.
La historia de Husein es similar a la de muchos de los habitantes del lugar, que buscan un lugar seguro para huir de los combates. En las antiguas aduanas se halla este terreno conocido como campo de tránsito, porque en principio muchas de las familias esperan para irse a Turquía; pero en realidad se trata de un campo de desplazados: muchos llevan meses viviendo aquí y la población sigue creciendo. MSF ha vacunado a más de 3.300 menores de 15 años y ha aplicado medidas de saneamiento del agua para ayudar a los desplazados.
En el campo hay peluquerías, escuelas y vendedores de comida. Niños y adultos organizan un partido de fútbol con una pelota de baloncesto. En plena agitación deportiva, una ambulancia pasa a toda velocidad por la carretera, probablemente transportando a un herido desde Siria a Turquía, pero los jugadores apenas prestan atención.
No muy lejos del improvisado campo de fútbol, unas mujeres denuncian las condiciones del campo. Las hileras de tiendas de campaña se repiten. Una señora kurda de 44 años, Saleha Mustafá, abre el cierre de su tienda a los visitantes. Tiene una olla de sopa de lentejas que calienta con un hornillo.
Vinimos aquí por los bombardeos y los ataques con helicóptero. También porque soy viuda y no tengo nada. Me iré a Turquía si mis familiares quieren, dice la viuda, que ahora depende de sus primos, instalados en tiendas vecinas.
También quiere refugiarse en el país vecino Mohamed, un sirio que prefiere que su auténtico nombre no sea revelado. Quiero irme a Turquía con mi familia. Esto no es seguro, hay combates constantes, explica mientras sorbe el café.
Mohamed vive desde hace tres meses en una tienda de campaña con su mujer y sus cinco hijos. Se fueron de Alepo porque los bombardeos y los ataques con misiles eran continuos y los niños tenían miedo. Tiene claro que el trauma que vive su país no es pasajero. Lo que pasa ahora en Siria quedará grabado en la mente de los niños durante mucho tiempo, vaticina.