La pequeña Bibi Haua tiene 4 años. Estuvo con fiebre y neumonía durante cuatro días. Su padre, Agha Muhamad, está muy preocupado. “Traje a mi hija aquí para que la tratasen”, recuerda con voz apagada, sentado junto a la niña en la sala de espera de la clínica de invierno de Médicos Sin Fronteras (MSF), habilitada para los desplazados de Herat. Soportar el riguroso clima invernal de Afganistán no es fácil.
“Vivimos en una tienda con una temperatura exterior muy fría. No tenemos suficientes mantas. Nuestros hijos enferman una y otra vez”, explica Agha Muhamad.
Agha Muhamad tiene 60 años, y vivía con su familia en Naqchiristan, un pequeño pueblo de Badghis, una provincia accidentada y batida por el viento, y una de las zonas más pobres del noroeste de Afganistán.
Su familia es una de los más de 30.000 hogares –unas 150.000 personas– que han tenido que dejar las áreas rurales en las que vivían a causa de una larga sequía y una inseguridad generalizada. Gran parte del país sigue estando en guerra, y los enfrentamientos entre las fuerzas del gobierno y los grupos armados están descontrolados.
Las pausas en el conflicto solo suelen suceder en caso de fuertes nevadas. “Parte de mi familia está aún en nuestro pueblo; estoy preocupado por cómo se las van a arreglar. No hay agua, perdimos nuestro ganado y no hay trabajo para alimentar a nuestros hijos”, cuenta.
La mayor parte de las familias desplazadas se han asentado en la provincia de Herat. Sin embargo, los líderes locales son reacios a aceptar la presencia de campos organizados, lo que obliga a los recién llegados a improvisar campamentos temporales y a depender de la ayuda humanitaria.
Las condiciones de vida son muy inadecuadas, sobre todo en términos de refugio, y agua y saneamiento. Otro problema es la escasez de alimentos, que se refleja en la salud de los niños y las mujeres embarazadas o lactantes, necesitadas de nutrientes de buena calidad para alimentar a sus bebés.
Para brindar asistencia médica a estos grupos más vulnerables, hemos puesto en marcha una clínica a las afueras de Herat. En ella ofrecemos consultas médicas gratuitas, chequeos y tratamiento de desnutrición, así como vacunación para niños.
“Hemos puesto en marcha actividades para ofrecer cuidados médicos durante los duros meses de invierno. También tenemos un servicio de ambulancias para pacientes tiene que ser trasladados al hospital”, explica Abduz Azim Toryalai, asistente del especialista médico del proyecto.
Jamala tiene 40 años, cinco hijos, y espera el sexto. Su familia es originaria del pueblo de Dara e Bam, en la provincia de Badghis. Llegó a nuestra clínica en busca de cuidados prenatales: las consultas durante el embarazo de la mujer son rutinarias en buena parte del mundo, pero la falta de oferta y el limitado conocimiento hacen que sean una excepción en esta región.
“No tuvimos más opción que abandonar nuestro pueblo, porque nuestra única fuente de ingresos era nuestra tierra, y la sequía ha afectado mucho a nuestra zona. No sabemos cuánto va a durar”, dice Jamal. “Pero, desde que nos trasladamos a Herat, en agosto de 2018, mi marido ha sido incapaz de encontrar un trabajo, y no tenemos ingresos. No estoy segura de cómo voy a dar a luz a mi bebé”.
La población desplazada en Herat no tiene dinero para comprar medicamentos o para pagar el transporte, lo que reduce más aún sus opciones para tener cuidados médicos, ya de por sí limitados por la falta de personal médico en la zona.
Los médicos y enfermeros de nuestra clínica en Herat proveen una media de 100 consultas al día a mujeres embarazadas o que dan el pecho, así como a niños menores de 5 años. También vacunan a unas 100 personas por semana. Aquí también proveemos transporte en ambulancia y referimos 25 casos graves a los recintos locales, incluidas pacientes obstétricas. La mayoría de pacientes padece enfermedades relacionadas con el clima frío o con la ingesta insuficiente de alimentos.
Baloch Khan tiene 30 años, pero parece mayor y más maduro. Su historia se parece a la de muchos otros pacientes de nuestra clínica: dejó Badghis por Herat en junio de 2018, y ahora vive con su familia en una tienda, en un asentamiento informal. Su hijo de 4 años y medio, Asadulá, ha tenido fiebre durante unos días y no podía dormir por la noche. “Yo era granjero, pero, durante los últimos dos años, la inseguridad y la falta de agua ha dificultado enormemente nuestra vida. La agricultura y la ganadería, las únicas fuentes de nuestros ingresos, son ahora imposibles”.
Él consiguió dejar los inconvenientes de Badghis atrás, pero encontró otros nuevos en Herat. “Mis hermanos y otros parientes están aún en Badghis, y no tengo ni idea de cuánto están sufriendo allí. Pero nuestra vida aquí es también muy difícil.»
«Y lo que es más importante: no sabemos cuál es nuestro destino ni qué es lo próximo que pasará. Mis hijos crecen en una situación difícil, sin escuela ni ninguna educación”, dice Baloch Khan.
Aunque existe un hospital público en la ciudad de Herat, se encuentra a más de 10 km de los asentamientos, y el tratamiento no es totalmente gratuito. Esto lo hace casi inaccesible a la población desplazada. Muchos añaden que, incluso aunque se las arreglen para conseguir el dinero para el transporte al hospital y para la consulta, saldrán con una receta de medicamentos caros que nunca podrán comprar.
“Solo podemos confiar en la ayuda que recibimos de organizaciones humanitarias”, lamenta Kadija, de 20 años, cuya hija de 2, Bibi Aysha, está siendo examinada por diarrea severa. “Estoy preocupada. Mi hija ha ido perdiendo peso de forma constante desde que nos trasladamos aquí”, detalla.
Otros 100.000 desplazados siguen en la provincia de Badghis y, a no ser que la situación cambie en las zonas rurales, es probable que pronto se dirijan hacia los asentamientos de Herat.