En la región colombiana del Catatumbo, en donde hemos estado presentes desde noviembre de 2018, persiste una crisis por cuenta del conflicto armado, las condiciones de precariedad en los barrios irregulares y la violencia contra las mujeres, niños, niñas y adolescentes. Después de tres años de atención en los municipios de Tibú, Puerto Santander y el corregimiento de La Gabarra, traspasamos nuestros proyectos a Première Urgence Internationale (PUI) y hacemos un llamado para que las instituciones atiendan las necesidades de la población migrante venezolana y colombiana no asegurada que, aún hoy, no cuentan con condiciones básicas de vida.
“En estos asentamientos, así como en cuatro más de La Gabarra en donde hemos intervenido, hemos encontrado problemas serios de agua potable, higiene y falta de atención médica para población vulnerable venezolana y colombiana”. Sulaith Auzaque, coordinadora de MSF en Catatumbo
En los barrios Divino Niño, Tres Montañas, 12 de septiembre y en la comunidad Yukpa de Tibú, hemos encontrado que por lo menos 10.000 familias viven en condiciones de saneamiento indignas: “En estos asentamientos, así como en cuatro más de La Gabarra en donde hemos intervenido, hemos encontrado problemas serios de agua potable, higiene y falta de atención médica para población vulnerable venezolana y colombiana. En nuestras consultas seguimos viendo a personas con enfermedades respiratorias, niños con enfermedades gastrointestinales, problemas dermatológicos, malaria e incluso COVID-19”, dice Sulaith Auzaque, coordinadora de MSF en Catatumbo.
Balance del proyecto
De acuerdo con MSF, entre noviembre de 2018 y octubre de 2021, se realizaron 47.825 consultas médicas, de las cuales 42.720 fueron consultas externas generales; 210 por violencia sexual, 4.729 por atención prenatal y 166 por atención postnatal. Mientras trabajamos en esta región se presentaron una serie de 11 feminicidios y, de acuerdo con Sulaith Auzaque, «existe un subregistro muy importante en lo que tiene que ver con la violencia a la mujer, en buena medida por diferentes barreras, incluyendo el temor para denunciar».
Vale la pena señalar que en este mismo lapso MSF realizó 13.610 consultas de planificación familiar, alcanzando un total de 8.789 personas beneficiadas. Tanto en La Gabarra como en Puerto Santander y Tibú, la organización brindó atención en salud mental para la población migrante venezolana y colombiana no asegurada, alcanzando un total de 3.527 consultas. Según MSF, las condiciones de precariedad en las cuales han llegado miles de familias a Colombia han agudizado en muchos casos los sentimientos de tristeza, incertidumbre y ansiedad. En el transcurso del proyecto, el equipo de salud mental trabajó desde un enfoque individual, así como psicosocial, teniendo en cuenta afectaciones por conflicto armado o xenofobia.
Principales necesidades
La mayoría de niños que cruzan la frontera por pasos irregulares llegan con alguna afectación médica, ya sean problemas dermatológicos, gastrointestinales o respiratorios. De la misma manera, se han atendido casos de mujeres embarazadas sin controles prenatales o pacientes crónicos con enfermedades de diabetes o cáncer sin acceso a medicamentos o controles periódicos. A la falta de atención de salud se suman las complicaciones de higiene en los lugares en donde habita la población, teniendo en cuenta que las familias suelen estar expuestas a fuentes de agua contaminada y en estado constante de hacinamiento, lo cual puede generar enfermedades como la malaria y el Covid-19.
Para los pacientes que necesitan atención hospitalaria, si se tiene seguro médico, se requiere de un viaje a Cúcuta que puede tomar entre seis y siete horas y un lapso de tres meses para concertar cita con algún especialista. A estas barreras se suman las dificultades de protección en la zona por cuenta de la disputa entre distintos grupos armados. Un habitante de uno de los asentamientos irregulares, quien prefirió mantener su nombre en reserva, señaló que “las familias mantienen la preocupación por el conflicto porque se ven reclutamientos de menores y muchas personas terminan trabajando en los cultivos de coca entonces ahí quedan más expuestos. Las personas que hemos migrado lo hemos hecho para buscar trabajo y comida, pero ha sido difícil”.
La población también se ha visto expuesta a la violencia por trabajo sexual, así como a desplazamientos por amenazas de grupos armados. Para Sulaith Auzaque, es clave que las instituciones gubernamentales, así como las organizaciones humanitarias, trabajen por “una mejor atención integral para la población migrante venezolana y colombiana no asegurada y hagan un mayor esfuerzo en preservar las condiciones de agua, saneamiento y albergue. Y quizás lo más importante: en la región existen diferentes tipos de violencia contra la población que en ninguna circunstancia deberíamos normalizar”.
La historia de Victoria, 70 años
Dice Victoria: «Migré a Venezuela desde Colombia en el año 1977. Viví sobre todo en Machiques; allá trabajé, tuve dos hijas y una casita con una tiendita en la vendía caramelos, hielo y comida. En los últimos años comencé a quedarme sola en mi pueblo porque la situación se puso horrible; lo que uno ganaba no alcanzaba ni para comer bien. Una de mis hijas se quedó trabajando en una finca con su esposo y sus dos hijos y a veces viene a Tibú a visitarme a mí y a mi otra hija».
«Pasé de beber agua del grifo a recoger agua lluvia».
«Yo pasé de vivir en una casa de cemento en Venezuela a esta casa de madera en Tibú. Pasé de beber agua del grifo a recoger agua lluvia. A veces, una vez por semana, llega el agua al barrio, la traen potable, pero escasea y toca pagar. Gracias a Dios, cuando uno se está quedando sin agua llueve y así podemos recogemos agua para bañarnos, para cocinar y para beber. Un sobrino trae agua de un pozo, pero este a veces se seca. Y bueno, también pasé de tener un baño a tener que ir allá, a la selva, para hacer mis necesidades».
«En los últimos años he tenido un dolor muy fuerte de cadera, pero es muy difícil que me atiendan en el hospital o lograr una cita con un médico, por eso tomo ibuprofeno cuando puedo comprarlo, la verdad es que no me queda de otra. A pesar de todo esto, vivimos aquí porque al menos tenemos algo de comer y se presentan oportunidades de trabajo. Yo he intentado vender cositas acá en la casa, caramelos, panes, pañales y lo que pueda conseguir. Aquí las familias rebuscan lo del día, pero no mucho más, y eso es más de lo que teníamos antes. Para nosotros los mayores esto es muy doloroso porque teníamos una vida construida en Venezuela y pensábamos que íbamos a envejecer tranquilos porque trabajamos mucho para conseguir lo que teníamos, pero ahora estamos aquí, sin agua, salud y sin poder reunirnos en familia».
La historia de Daniel, 50 años
«Vivía con mi esposa y mi hija en Maracay, a 15 horas de la frontera. La situación no era difícil en Venezuela, era horrible. Antes de emigrar, lo último que hice fue pelear con vecinos en el vertedero de basura para conseguir algo de comida. No aguanté más esa situación y un día me levanté, tomé algo de ropa y me fui caminando hacia San Antonio del Táchira, solo, buscando qué comer en el camino y parando carros para que me acercaran a la frontera. Mi meta era llegar a Colombia, conseguir empleo y traer a mi familia. Después de caminar durante dos semanas, por fin llegué a Cúcuta. Allá comencé a trabajar vendiendo cigarrillos en los semáforos y cuando pude reunir algo de dinero, mandé a buscar a mi esposa y a mi hija y nos fuimos a vivir a Tibú».
«Para mi familia esto no ha sido nada fácil. Venezuela se quebró de la noche a la mañana. Yo trabajaba como constructor en obras civiles y me iba bien. De repente perdimos todo, pero lo único que no me pudieron quitar es el conocimiento. Por eso he encontrado trabajo en Colombia en algunas obras de construcción. En Venezuela, cuando trabajaba todo el día, podía ganar 120 mil soberanos, pero la libra de arroz cuesta 110 mil; es decir, esto solo me alcanzaba para arroz y algo de azúcar y eso era lo que comíamos todos los días. Y acá, cuando trabajo todo el día, puedo darle de comer al menos dos veces al día a mi familia».
«En Colombia, a pesar de todo, siento que me ha ido bastante bien porque con el trabajo he logrado lo que llamamos los 3 cañonazos: desayuno, almuerzo y cena, algo que no lograba hace meses en Venezuela. Por el lado complicado pues está el tema de la casa, porque aquí, en este barrio, no tenemos luz ni agua ni colegio para la niña. Acá tomamos agua lluvia y cocinamos en leña. Cuando hay mucho humo, mi niña comienza a toser y a veces la comida se daña porque no tenemos donde refrigerar. Pero aquí vamos viendo cómo lo vamos resolviendo».