La migración extracontinental que cruza por Latinoamérica no es un fenómeno nuevo, pero sí uno cada vez más común. El eco del hambre, los conflictos armados, la violencia y las enfermedades en cualquier lado del mundo se sienten con mayor presencia en campos migratorios en todo el continente.
Mientras las políticas de disuasión de países europeos causan muertes en el Mediterráneo -donde en 10 años se han ahogado o desaparecido más de 30 mil personas-, la tortura persiste en el norte de África o las detenciones ilegales en fronteras internacionales, las personas se han visto obligadas en buscar nuevas rutas, más peligrosas e, indudablemente, más largas.
Un viaje marcado por la fe y la violencia

“Como Dios estaba conmigo, logré salir”, dice Mbala* desde La Soledad, un campamento informal de personas migrantes en el centro de la Ciudad de México.
Sentado, dándole la espalda a una de las parroquias más antiguas de la capital, Mbala cuenta su historia. Dice que solo por milagros ocasionales ha podido sobrevivir con su familia el viaje desde su país de origen en África Central hasta Norteamérica. Pero el viaje no ha terminado. Aún faltan cientos de kilómetros entre la capital mexicana y la frontera de Estados Unidos, que Mbala, su esposa y su niño en brazos, esperan cruzar algún día.
El viaje de Mbala, como el de miles de personas de África o Asia, comienza por la violencia. Esa violencia se multiplica casi sin importar en qué lugar estén.
Entre los 12.700 kilómetros que separan su natal República Democrática del Congo (RDC) de México, hay violencia en cada paso. Personas aparecen en cada sombra, dispuestas a utilizar la violencia en cualquiera de sus formas para exprimir a los más vulnerables.
“Yo no quería irme”, comenta Mbala. “Pero me quedé sin opciones después de que mataron a mi padre. La persecución y el miedo eran insostenibles”. Su padre fue asesor político de otro familiar que perdió unas elecciones locales el año pasado. Lo asesinaron frente a él.
Como perseguido político, Mbala supo que un futuro en paz en su país sería imposible, aún bajo ese luto. “Pensé en irme a Francia”, dice. “Pero no sé nadar y tenía mucho temor de ahogarme en el mar [Mediterráneo]”. “No tuve más opción que escapar hacia Estados Unidos”.
La decisión que cambiaría sus vidas la tomaron en 2016, pero lograron llegar a América recién en 2023.
Una ruta cada vez más transitada por personas de Asia y África

En México, la población extracontinental africana o asiática en encuentros irregulares con autoridades ha crecido drásticamente.
Mientras que en 2022 fueron 17.044, en 2023 fueron 92.163 y en 2024 hubo 88.956, según la Unidad Política Migratoria mexicana. Un alza de 440% entre 2022 y 2023 con una baja de 3,4% con 2024. Este cambio configura un nuevo y relevante demográfico en la ruta migratoria. Una ruta que tarda años en cruzarse para personas extracontinentales, mientras que a migrantes latinoamericanos les toma meses.
Israel Reséndiz, gestor de actividades médicas móviles de Médicos Sin Fronteras en Ciudad de México, señala barreras específicas en esta ruta. Dice que, entre el idioma, la larga travesía y la discriminación, la ruta extracontinental tiene obstáculos particulares que otras no comparten.
“El acceso a la población es uno de los retos, pero no es el único. En meses o años anteriores, aunque las personas de Asia o África cruzaran por la Ciudad de México, se les veía poco y utilizaban rutas o caminos que no siempre podíamos acceder. Ahora, cada vez más aparecen grupos de 20 o 30 personas que vienen desde Bangladesh, Mauritania, Congo o Afganistán, por decir un ejemplo, y una vez que les localizamos la mediación y traducción no es tan sencilla”.
Israel Reséndiz, psicólogo y gestor de actividades médicas móviles de Médicos Sin Fronteras en Ciudad de México.
Barreras invisibles en la migración: idioma, discriminación y trauma

El miedo a acercarse a recibir atención es constante. Muchas personas han sido víctimas de discriminación y violencia de forma sistemática durante su recorrido migratorio.
Esa experiencia genera desconfianza hacia cualquier tipo de asistencia. Aunque necesiten ayuda, prefieren mantenerse alejadas por temor a ser nuevamente violentadas o rechazadas.
“Incluso se puede hablar de un estrés postraumático aún sin haber recibido violencia, pues la ruta es traumática en sí misma. Ahora, si le agregas las condiciones de salida, por ejemplo, no solo de la población extracontinental, pero de todas nuestras atenciones donde el 69% se acercan por haber sufrido algún tipo de violencia, las consecuencias pueden ser muy amplias”.
Israel Reséndiz, psicólogo y gestor de actividades médicas móviles de Médicos Sin Fronteras en Ciudad de México.
“Esto es lo peor que he hecho en mi vida”

En una esquina del campamento, al lado de una resbaladilla donde niños juegan en silencio compartido, Djanina y su esposo Paul lavan la ropa con fatiga. “Yo vengo del Congo [RDC] y ella es de Angola”, dice Paul. “Nos conocimos después de que huí de la guerra”.
Pero su relación no fue bien recibida. “Los congoleños son muy mal vistos en Angola”, explica. “Su familia nunca aprobó que nos casáramos”. Amenazas de muerte, golpizas y exclusión social empujaron a Paul y Djanina a tomar la ruta migratoria en busca de refugio y dignidad.
A Djanina se le quiebra la voz al recordar la travesía. “Esto es lo peor que he hecho en mi vida, ¿qué te puedo decir, amigo?”, murmura. Salieron de Angola rumbo a Brasil con la esperanza de dejar atrás las golpizas y amenazas de muerte que sufrían a diario en su país.
Sin embargo, lo que encontraron en América Latina fue aún peor que lo que dejaban atrás.
Violencia que se repite en cada frontera

Paul salió de Angola en 2011. No fue hasta 2022, después de once años trabajando en todo tipo de oficios, que logró reunir el dinero suficiente. Con ese esfuerzo, Djanina pudo viajar a Brasil para reencontrarse con él. Pero allí, en las favelas, las bandas criminales continuaron con el hostigamiento.
Sin más opción, decidieron volver a huir. Esta vez atravesaron Bolivia, Perú y Ecuador. Al llegar a la ciudad ecuatoriana de Tumbes, fueron detenidos junto a una familia venezolana.
Paul traduce en francés lo que Djanina dice entre lágrimas, en portugués: “Nos secuestraron. Unos hombres con pasamontañas nos metieron en una casa en la montaña”, relata. “‘¡Dinero, dinero, dollars, dollars!’, nos gritaban. Nos empezaron a quitar todo y separaron a las mujeres”, recuerda.
Djanina no puede seguir hablando.
Paul, también entre lágrimas, agrega: “La desnudaron y buscaron dinero en sus partes íntimas”.
Esto, aún antes de cruzar el Darién, Centroamérica y el sur de México, donde volverían a ser secuestrados, golpeados y Djanina sobreviviría de nuevo otro episodio de violencia sexual.
Atender a sobrevivientes en condiciones extremas

“Asistir a personas sobrevivientes de violencia sexual es fundamental en nuestro trabajo a lo largo de la ruta migratoria”, comenta José Antonio Silva, coordinador de proyecto de MSF en Ciudad de México.
“En 2024, atendimos más de 145 casos. Es poco menos del doble comparado con el año anterior”, agrega. En el caso de personas de origen extracontinental, grupos ilegales y autoridades se aprovechan de su vulnerabilidad. Principalmente, por no hablar el idioma y por carecer de redes de apoyo. Esto agrava las posibilidades de sufrir abusos de violencia extrema durante el trayecto.
“En nuestro proyecto de Ciudad de México en 2024, hemos atendido a 83 pacientes extracontinentales de al menos 17 nacionalidades distintas”, continúa Silva. »Entre ellas, se encuentran personas provenientes de Angola, Congo, Mali, Marruecos, Afganistán y China.»
Puede parecer una proporción menor respecto a quienes cruzan desde América. Pero si consideramos la falta de acceso a salud básica, salud mental y servicios de sobrevivencia, muchas veces sus condiciones ya están gravemente deterioradas cuando logramos atenderlos”.
José Antonio Silva, coordinador de proyecto de MSF en Ciudad de México.
Esperanza en la larga ruta

En un rincón más alejado del campamento, bajo la sombra de una lona amarilla, Luísa, de 39 años, toma la mano de su hijo Manuel, de 10, y cuenta que han estado protegidos por una fuerza mayor durante toda su ruta.
Desde que salieron de Angola han perdido muchas cosas materiales, pero no la esperanza. Luísa tiene otros tres hijos y han logrado cruzar desde Angola, hasta Brasil, pasando por el Darién, Honduras, Guatemala y el sur de México.
Al preguntarle cómo logró hacer todo esto a cargo de sus hijos como madre soltera, responde: “No lo sé, cada uno tiene su suerte. Cada uno tiene su suerte y nosotros tuvimos la suerte de salir adelante sin problemas. Este es el sufrimiento de caminar, caminar, del agua, y puedes llegar a un lugar y no tener más comida, pero hay que tener fuerza en la vida”.
Un milagro suspendido: la cancelación de CBP ONE

Las familias de Mbala, Luísa y Paul con Djanina esperaban un último milagro: conseguir una cita de CBP ONE para ejercer su derecho de solicitar asilo en Estados Unidos.
Ese sueño se desvaneció el 20 de enero, cuando la administración del presidente estadounidense Donald Trump eliminó la aplicación y canceló todas las citas pendientes. Lo hizo sin ofrecer ninguna alternativa viable para las personas migrantes.
Ahora, sin opción de volver a sus países de origen, miles de personas esperan una nueva legislación que les permita continuar. Mientras tanto, mantienen la esperanza de que, contra pronóstico y su propia experiencia, México pueda ser más benevolente en lo que resta de su ruta.
*Los nombres fueron cambiados para proteger la identidad de las personas
Nuestros equipos brindan atención en salud básica, salud mental, trabajo social, promoción de salud y mediación intercultural a lo largo de la ruta migratoria en Latinoamérica. Tenemos puntos de atención en Colombia, Guatemala, Honduras, México y Panamá.
Ante los cambios en las políticas migratorias que afectan a poblaciones vulnerables en movimiento, hacemos un llamado a respetar el derecho de asilo. Pedimos que se establezcan mecanismos de protección para la salud, integridad y dignidad humana de quienes están en movimiento.