Dalal: “¿Le importamos a alguien?”
El complejo residencial de siete plantas conocido como “Dabin City” se he convertido en refugio improvisado para miles de desplazados que han huido de Sinjar, en Irak.
Mientras los constructores siguen trabajando, los niños corretean como si estuvieran en un parque infantil. Los hombres se sientan en círculos a hablar mientras las mujeres lavan la ropa o van a por agua con latas y cubos. Hay 6.500 personas.
Dalal es la segunda mujer de Ahmed, un profesor de Sinjar. Los 30 miembros de su familia comparten cuatro habitaciones en la sexta planta de un edificio sin agua ni electricidad. Sólo hay 20 letrinas disponibles y están sucias y llenas de moscas, el hedor es insoportable.
“Mi vida aquí es una lucha diaria. No hay suficiente espacio. Hay muchos niños y no tienen donde jugar. No puedo bajar las escaleras porque me duelen las caderas. Cuando los niños se despiertan por la noche para hacer pis es muy duro bajar las escaleras en la oscuridad. Mi suegra no puede estar de pie, desde que llegó no ha salido de la habitación.
Usamos mucha agua y no sabemos si es potable. No tenemos ventanas ni mantas y cada vez hace más frío, el invierno está al caer. ¿Cómo vamos a sobrevivir sin ventanas ni calefacción cuando las temperaturas sean heladas?
¿Cuándo estarán los campos preparados para que podamos movernos? ¿Le importamos a alguien?”, se pregunta.
Las malas condiciones de agua y saneamiento están afectando la salud de estas personas. Cada vez hay más diarreas, problemas gastrointestinales y enfermedades dermatológicas. MSF gestiona una clínica y tiene previsto construir 100 letrinas, 100 duchas y 50 zonas para lavar. Un equipo de 40 personas se ocupará de limpiar la zona y se distribuirán kits de higiene.
Malican: “Quiero que mi madre se ponga buena y una muñeca para jugar”
Desde agosto, los colegios en Dohuk están cerrados y se usan como refugios improvisados para miles de personas que han huido de la violencia. En Sharia, al sur de Dohuk, más de 3.000 personas viven en el colegio del pueblo.
MSF gestiona una clínica en una de las clases del colegio donde tan sólo hay cuatro baños que utilizan todos los residentes y los 350 pacientes que acuden a la clínica cada semana. Cuando la clínica cierra a las cuatro de la tarde, los aparatos médicos se retiran de la sala y se convierte en la casa de Malican, de 10 años, y su familia, que tuvieron que huir de su pueblo.
“La vida es mucho más dura desde que llegamos aquí. Tengo que ordenar y lavar ropa entre muchas otras tareas. Cuando me despierto por la mañana voy a lavarme la cara. El baño está asqueroso porque todo el mundo lo utiliza.
Hoy es un buen día porque voy a visitar a mi madre al hospital. Me preocupo por ella y la echo mucho de menos.
En casa teníamos un pequeño altar pero aquí no rezamos, está muy sucio y sería un pecado. Echo de menos el colegio pero de momento me han dicho que no lo van a reabrir porque es muy peligroso. Pero lo que más echo de menos son mis amigos. Sobre todo a Madeline, y jugar a muñecas con ella. No sé dónde está. Y no tengo muñeca con que jugar, las tuve que dejar todas en casa.
Lo único que quiero es que mi madre se ponga buena y poder volver a casa. Y también quiero una muñeca para jugar”.