La frontera entre Brasil y Venezuela fue abierta parcialmente en julio de este año. Desde entonces, un alto número de migrantes y solicitantes de asilo han cruzado la frontera solo para encontrarse viviendo en las calles, con un precario acceso a salud y otros servicios básicos en el estado fronterizo de Roraima. “En contraste con su esperanza, la mayoría de las personas enfrentan una difícil realidad«, dice Michael Parker, coordinador de proyecto en Roraima.
Y aún con la precariedad extrema que se vive en Pacaraima, migrantes y solicitantes de asilo dicen, casi de manera unánime, que prefieren estar en situación de calle en Brasil que quedarse en Venezuela. «Nuestros pacientes nos cuentan que migrar no era parte de su plan de vida, lo consideraban un último recurso para escapar de la inseguridad social, financiera y alimentaria de su país de origen», agregó Parker. «A pesar del contexto difícil, escuchamos historias de esperanza y deseos para una mejor vida», remata.
Estas son algunas de sus historias.
Alejandra*
«Traje conmigo mi máquina de costura para poder trabajar en Brasil. Yo estudié educación, soy maestra, pero acá hago costura para ganar dinero. Cuando llegué a Brasil dormía en el piso, en un cartón, pero aún así es mejor que en Venezuela. Mi esposo que ya estaba acá me mandaba dinero y solo me alcanzaba para comprar arroz y harina. Mi hijo llegó acá desnutrido».
Alejandra tiene cinco hijos y vive con su esposo, dos de sus hijos y nieto.
Wilfredo
«Llevo conmigo memorias de la vida tranquila que una vez tuve en Venezuela y para acordarme de esos tiempos siempre me pongo la cachucha de mi equipo de beisból, los Leones. En Venezuela siempre he trabajado de mesero, pero ya no conseguía empleo y cuando lo conseguía el sueldo no era lo suficiente para alimentar a la familia. Cada vez que uno se paraba al despertar, los niños pedían el desayuno y no había nada. ¿Cómo hacer para decirles eso?»
Wilfredo llegó a Brasil con su esposa, 3 hijas y 3 nietos.
Víctor y Alejandro
«Nosotros tenemos un sueño de tener un negocio, aunque sea pequeño. Nuestras familias no querían que nos viniéramos, pero un joven en Venezuela no se consigue un buen trabajo. No es fácil dormir en el piso, pero buscando y buscando es que uno encuentra una manera.»
Víctor y Alejandro tienen 19 años y llegaron a Brasil solos en un viaje que duró dos días.
Mírvida y Fátima
«Trajimos nuestros conocimientos de peluquería. Teníamos un negocio en Venezuela, pero eventualmente los costos fueron demasiado altos, así que vendimos el salón y vinimos aquí con nuestros hijos. Ahora estamos vendiendo café y bocadillos hasta que consigamos otro trabajo. Estamos intentando abrir otro salón. Estamos un poco asustadas porque no conocemos muy bien el idioma para hablar con los clientes, pero lo vamos a aprender, lo vamos a lograr».
María Helena y Domingo
«Domingo es abogado y pastor y yo soy costurera. Llevamos con nosotros el conocimiento de esas profesiones y nuestro amor por nuestros hijos. Muchas familias en Venezuela han buscado la forma de sobrevivir y, al migrar, tienen que separarse. Es muy triste. Nosotros tenemos tres hijos. Dos están en Rio Grande do Sul y el mayor, de 39 años, fue a Bogotá pero allí sufrió un derrame cerebral y murió. Buscando una vida mejor, se fue con su familia pero solo encontró la muerte. Y yo no pude estar con él allí. Estuvo en cama durante siete meses y no pude ir. No hemos visto a nuestros otros hijos desde hace dos años. Quizás si todavía estuviéramos todos juntos, en casa, mi hijo seguiría vivo. Eso no es algo fácil de superar».
María Helena sufre de hipertensión arterial y ha tenido dos accidentes cerebrovasculares en el pasado. Ella y Domingo viven en Pacaraima y reciben atención médica y psicológica de MSF.
Leidimar
«Llevo conmigo mi amor por la cocina. Aquí en Pacaraima vendo pasteles y helados. Antes, en Venezuela, tenía mi propio negocio donde vendía frutas y jugos naturales, además de trabajar como asistente de catering. Amo a Venezuela, pero no podemos vivir allí ahora. Lo que más extraño es que la familia esté junta. Dejé a mi hijo mayor allí y ahora también tengo familiares que viven en Colombia y Perú».
Leidimar llegó a Brasil acompañada de algunos de sus hijos y una sobrina.
Kerwin, Layana y Camila
«Vinimos aquí casi sin posesiones. Salimos solo con la ropa que llevábamos puesta. Vendimos todo lo que teníamos. Nuestro sueño es que nuestra hija estudie —y quizás nosotros también— y que construyamos una casa y tengamos un hogar. Queremos ser ciudadanos».
*Los nombres fueron cambiados por protección de la paciente