En julio de 2017, inaguramos el Centro de Atención Integral (CAI), en Ciudad de México, para ofrecer atención médica especializada y salud mental a personas que han sufrido tortura o violencia extrema. Muchos de estos pacientes son personas migrantes y refugiadas que son referidas al centro desde otros proyectos de nuestra organización en México, desde ACNUR u otras organizaciones no gubernamentales.
En el CAI trabajamos con un enfoque integral, holístico, ya que son diferentes los servicios que pueden ayudar a una persona a salir hacia adelante. Enfocamos nuestra atención en el componente médico – y, por tanto, en la atención farmacológica y no farmacológica, con psiquiatras y psicólogos-, pero también damos apoyo con fisioterapia porque los pacientes se presentan con lesiones de diferente gravedad que requieren a veces de tratamientos y recuperaciones largas.
Además, nos vinculamos con otras organizaciones para facilitar tanto la protección de estos pacientes como alojamiento, formación profesional y terapia ocupacional.
«¿Por qué es importante que exista el CAI? Porque si no existiera, esta gente realmente no tendría acceso a este tipo de servicio médico integral. Los pacientes del CAI han sufrido muchísimo en la vida, que viene sufriendo algunas veces desde niño en país de origen, y luego en la ruta termina encontrándose con escenarios sumamente macabros, violentos, de crueldad», afirma Néstor Rubiano, psicólogo con especialización en Familia y coordinador del CAI.
Te compartimos el relato de algunas y algunos de nuestros pacientes sobre su experiencia en el CAI y sus esperanzas para el futuro.
Gustavo: «Mis familiares velaron y enterraron ese cuerpo pensando que era yo»
Tuve que salir porque vi algo que no tenía que ver. Alguien me avisó que tenía cinco minutos para salir de mi casa. Caminé por los montes hasta que pude llegar a un punto seguro donde me recogieron mis hermanos para acercarme a la frontera.
Supe que mi casa, como a los 15 o 20 minutos de que salí, fue asaltada. Destruyeron todo lo que había, dejaron marcas de bala en las paredes, iban a matarme. Cuando llegué a Guatemala fui extorsionado por las autoridades migratorias.
Entrando a México también fui extorsionado por los policías. Dormía en la calle, no comía. Intentaron violarme andando en la calle hasta que me acerqué a ACNUR. Vieron mi caso y me mandaron para un albergue en Tapachula. Estando ahí me contaron del CAI.
En mi país ya no existo y como consecuencia perdí a mi familia, una vida hecha. Yo tenía mi trabajo, amo cocinar y a eso me dedicaba, ahora pienso que al final ya no importa, lo más importante es que salve mi vida, pero duele. Duele saber que, aunque mi mamá y mis hermanos saben que estoy vivo, no puedo estar con ellos. Este diciembre que pasó fue uno de los más duros.
En junio se cumple un año que salí de casa. Ha sido muy difícil adaptarme, pienso que es más difícil para mí porque soy de la comunidad LGTB. He sido discriminado por ser gay y por ser migrante. He estado trabajando, sé de construcción. Me gustaría emprender un negocio en remodelaciones de casas, ser organizador de eventos o trabajar de nuevo en la cocina.
Alejandro: «Quisiera sacar todo de mi mente»
Tengo 23 años. Por problemas de extorsión y violencia tuve que irme de Perú. Me obligaban a hacer cosas que no quería. Tuve que atravesar muchos países para llegar aquí: Ecuador, Colombia, atravesé la selva en Panamá. Eso es algo que jamás en mi vida volvería a atravesar, se llama el tapón del Darién. Ahí viví siete días de tormento. Pasé hambre, caídas, vi personas muertas, gente que no logra sobrevivir en el camino.
Estuve a punto de perder la vida en tres ocasiones. En la primera de ellas, me caí de una montaña, estuve varios segundos rodando hacia abajo. Pensé que iba a morir, pero una persona de Haití me salvó la vida. En otra ocasión sentí que iba a morir de hambre. Estuve muchos días sin comer absolutamente nada, estaba muy débil y el río casi me lleva, gracias a Dios otra vez encontré a unos haitianos que me rescataron.
Me cuesta mucho trabajo dormir. Siempre estoy pensando muchas cosas. Me desespero muy fácilmente. Quisiera estar tranquilo, sentirme bien conmigo mismo, dejar de tener miedo y preocupación, sacar todo lo que he vivido de mi mente, pero no he podido. Le tengo miedo a las personas que me hablan fuerte. Le temo a la soledad, a la oscuridad. Me da miedo a salir a la calle y hacer mis cosas y valerme por mí mismo. Por más que quiera borrarlos esos pensamientos viven conmigo.
Una señora en migración me trató muy mal, me gritó. No sólo a mí, nos estaba tratando mal a todos, pero yo me sentí muy mal, casi me pongo a llorar porque me recordó muchas cosas que viví.
Mi prioridad ahora es sentirme bien conmigo mismo, sentir que valgo, independizarme y poder vivir de la música. Es mi pasión y pienso que es lo que me ha ayudado a salir adelante. Sólo estoy esperando a que me den la tarjeta de residente y quedarme en México. Necesito tener papeles para tratar de hacer una vida y tener un futuro. Extraño mi país, no voy a mentir, mi gente, mi comida, la forma de hablar, pero si regreso me matan.
Pablo: «Mataron a seis miembros de mi familia»
Mataron a seis miembros de mi familia. No sé nada de mi hija y de sus dos hijos. Mi vida ha sido una desgracia tras otra, no estoy bien porque estoy preocupado por ella, tengo miedo de que le haya pasado lo peor.
Cuando escapé, a mitad de camino cinco hombres identificados como policías me bajaron del bus y me violaron. Me dijeron que tenía que pagarles 500 quetzales, yo les pagué, pero aun así me violaron. Me hicieron lo que ellos quisieron. Me dejaron ahí tirado, caminé mucho, crucé en una balsa y llegué a Ciudad Hidalgo, en México. Agarré un carrito de motocicleta que me dejó en Tapachula y ahí estuve durmiendo en la calle por meses.
Me acerqué a COMAR** para empezar mis trámites, no me sentía seguro en Tapachula, yo sentía que me perseguían. Me mandaron a un albergue, estando ahí me sentía un poco más seguro, tenía un techo donde dormir, donde bañarme y un alimento diario. De ahí me trajeron para acá.
Por ahora quiero terminar mi tratamiento, estoy en un programa de reasentamiento, tengo fe en Dios y creo que voy a lograr sobrevivir. No me quiero quedar en México porque no es un lugar seguro para mí y no me siento seguro al salir a la calle. Todavía siento que me persiguen.
Aquí en el CAI hago manualidades, me gusta mucho pintar, participo en todos los talleres que nos dan, eso me ayuda y me gusta. Me ayuda a distraerme y a no pensar tanto en todo lo que he vivido.
Rosa: «El día del atentado mis hijas estaban jugando»
Soy campesina, vivía en una aldea. Delante de mí mataron a tres miembros de mi familia por eso decidimos huir para que no nos pasara lo mismo que a ellos. La única familia que tengo viaja conmigo, mi esposo y mis dos hijas. Ese día mis hijas estaban jugando como a unos 20 metros de donde ocurrió el atentado. Yo creí que también las habían matado a ellas. Pasaron muchas horas sin que supiera de ellas. Sufrí mucho al creerlas muertas. Mi esposo y yo logramos sobrevivir porque nos escondimos y escapamos. Vivimos un tiempo escondidos hasta que decidimos salir.
Nos llevamos al gato de mi niña, ella se muere sin su gato. Migración no lo dejaba pasar, les dije que por favor lo dejaran pasar, si no mi hija se iba a morir de tristeza, le dije que lo único que ella se llevó fue a su gato y le pedí que tuviera un poco de compasión. Un señor en Ciudad Hidalgo nos regaló una transportadora. Le dijo a mi hija, mira tengo esta cajita para que lo dejen subir al bus, ella le dijo que no tenía dinero y el señor le dijo que se la regalaba.
No sé en dónde quedaron enterrados mis familiares. Solo llevo de ellos sus imágenes en mi mente. Trato de no pensar en la última vez que los vi, cuando pedían auxilio e imploraban que no los mataran. Ese recuerdo me persigue. Pasé mucho tiempo sin recibir atención, yo sabía que necesitaba ayuda y tratamiento.
Freddy, esposo de Rosa: «No le pido mucho a la vida solo tener una existencia normal»
Mi esposa y mis hijas se la pasaban entre cuatro paredes todo el día y salían a estudiar en la noche. Yo salía a trabajar y tenía que esperar a que anocheciera para regresar a mi casa, a veces esperando en un cementerio o en el monte. Ya no era vida para nosotros, por eso nos fuimos. En el CAI he aprendido a decir “estoy alegre”, aunque todavía no esté del todo bien mi corazón.
Hace unos días estuvimos rentando un cuarto aquí en la Ciudad de México pero el dueño de la casa agredió sexualmente a la menor de mis hijas, mi esposa lo descubrió tocándola, quería abusar de ella. Ya estamos hartos de tener que atravesar por tantas cosas.
Aún ACNUR no nos ha dado respuesta sobre nuestro reasentamiento y este mes es el último en que vamos a recibir ayuda económica, estoy comenzando a sentir desesperación por no tener claro que pasará con nuestro futuro. Sin papeles no puedo conseguir un buen trabajo.
Estoy trabajando en una empresa de encuadernación, trabajo más de once horas por jornada en el turno nocturno y la paga es insuficiente. No le pido mucho a la vida, solo tener una existencia “normal”, no vivir asustado de cada sombra, ni cada persona que veo en la calle. Solo tener lo suficiente para mantener a mi familia, que las niñas vayan a la escuela y poder caminar con ellas un fin de semana en paz, como se mira en la televisión o en las películas.
Carolina: «Las fotos nos hacen visibles y nos humaniza»
Sobreviví a una tentativa de feminicidio. Afortunadamente tuve la fuerza para escapar de mi captor y de las terribles torturas que efectuó contra mí. Mis afectaciones son tanto físicas como emocionales. Tengo múltiples secuelas muy graves. En términos emocionales, estrés postraumático y pesadillas recurrentes. Todo esto aunado a las secuelas físicas que afectan mi movilidad.
He tenido que enfrentar un proceso jurídico, en el que pude arrancar un poco de justicia para que metieran a la cárcel a mi agresor, pero todos mis problemas de salud me han causado muchísimos problemas familiares, mis hijos también han sufrido debido a lo que me pasó. Nuestra economía se vio afectada, para poder continuar con mi proceso de recuperación y jurídico perdí mi trabajo y mis ahorros. En la búsqueda de justicia mis hijos también perdieron trabajos.
Mi prioridad es lograr mi recuperación; mi equilibrio emocional, espiritual y físico para continuar con mi proyecto de vida. Soy defensora de derechos humanos y mi meta es continuar trabajando en ello, pero necesito sanar.
Para quienes hemos sufrido violencia extrema y tortura, en México no hay instancias que realmente puedan asistirnos de manera integral como en el CAI. Aquí sentimos que por primera vez se nos trataba como humanas sin ser revictimizadas. Entienden nuestros procesos, nuestros tiempos y necesidades.
Soy mexicana, pero comprendo y tengo empatía con mis compañeros extranjeros que también reciben tratamiento en el centro. Sabemos lo que significa sentirse inseguro, que estás siendo perseguido. Mi agresor murió, pero en el caso de mis otras compañeras, sus agresores han sido liberados o están libres y tienen la posibilidad de asesinarte en cualquier momento. Es terrible sentirse bajo amenaza.
Hablar de nuestra experiencia y que nos tomen estas fotos nos hacen visibles y nos humaniza.
Fabiola: «Ojalá este mensaje pueda llegar al mundo»
Soy mexicana, nací en Ciudad de México y soy arquitecta de profesión. En 2019 fui víctima de una tentativa de feminicidio a manos de quien entonces era mi pareja. Ese ha sido sin duda la situación más dura que he tenido que enfrentar en la vida, junto con todo lo que desencadenó: revictimización por parte de las autoridades, tortura institucional, en ciertos momentos te hacen creer que estás loca, que no pasó o que, si pasó, tú tuviste la culpa.
Tuve que enfrentarme a las instituciones que pensé que iban a protegerme y al final resultaron indolentes y corruptas.
En el CAI he recuperado muchas cosas, las dos más importantes son la fe en la humanidad y la alegría por vivir. Ahora puedo ver el futuro con esperanza y retomar algunos de mis sueños como el de ser mamá y dedicarme al arte.
Ojalá este mensaje pueda llegar al mundo para que sepan que sí es posible reparar y reconstruir cuerpos, mentes y corazones rotos.
Devolver la dignidad y la esperanza
El CAI nace con el propósito de ayudar a sanar física y mentalmente a una persona víctima de tortura o violencia extrema. Como expresa Néstor Rubiano:
«El objetivo que tenemos es que la persona logre el máximo de independencia con el menor daño y dolor posible, que pueda ser independiente en la vida. A afrontar que lo que le pasó, todo lo que vivió, eso simplemente no se puede olvidar. Tiene que aprender a convivir con eso. Pero puede, digamos, encontrar que hay otra forma y hay una esperanza y hay un camino. Eso es lo que buscamos. Devolver la dignidad y la esperanza».
*Algunos nombres han sido cambiados.
**Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado.