Fatuma tiene 27 años y es madre de 2 enérgicos chicos: Abdirahman Ali Diyat de 4 años, y Abdullahi Ali Diyat de 2 años. Lo que destaca en su historia es que ella está completamente sana, pero sus dos hijos viven con diabetes.
Abdirahman – Abdi, como le dicen – fue diagnosticado con diabetes cuando tenía 9 meses de edad. “Solía orinar muy seguido y se veía débil la mayor parte del tiempo”, dice Fatuma. “Lo llevé al centro de salud más cercano, donde le dieron un poco de jarabe. Pero cuando empezó a perder peso, lo volví a llevar al centro de salud. Realizaron una prueba de azúcar en sangre al azar y encontraron que su nivel de glucosa en sangre estaba muy alto. Me preguntaron si alguien en mi familia tenía diabetes, pero no hay nadie que yo sepa. Pensé que sólo las personas adultas tenían diabetes, no niños tan jóvenes”.
Cuando su segundo hijo nació, Fatuma reconoció los signos. “Con el más chico, también vi síntomas similares”, recuerda. “No podía creerlo. ¿Cómo podía ser? Cuando Abdi fue diagnosticado, me estresé, sabiendo que tendría que tomar insulina por el resto de su vida. Cuando el más chico también fue diagnosticado, casi me rindo. Lloré”.
Fatuma dice que su vida no ha sido normal desde que Abdi fue diagnosticado con diabetes, y se volvió aún más anormal cuando Abdullahi tuvo el mismo diagnóstico.
“Ellos son niños, no saben la gravedad de su condición”, dice. “A veces cuando tengo que darles las inyecciones, se escapan y tengo que perseguirlos. Son difíciles de sujetar cuando ven la jeringa. A veces encuentro que quedó un poco de insulina en la jeringa y tengo que inyectársela. Saben, con los bebés es muy difícil saber cómo se están sintiendo – puede que no sean capaces de expresar su malestar. Solían llorar un montón. A veces el azúcar está bajo, a veces está alto – es difícil saber. El más chico es el más difícil de manejar. El de cuatro de años empezó con las inyecciones hace un tiempo y ya está acostumbrado; lo ve como una rutina diaria. Mi mayor preocupación es controlar qué comen cuando están jugando ahí afuera. Puede que ingieran dulces u otras cosas que no deberían comer; eso me estresa a veces”.
Fatuma dice que fue bien entrenada por MSF antes de que le dieran su propia caja de enfriamiento portátil y la insulina para sus hijos. Entiende qué significa cada valor y qué hacer en cada caso.
Ali Bishar Adan, a cargo de nuestro programa de manejo de insulina en el hogar, dice que Abdi fue el primer paciente en ser ingresado en el programa. “Él es nuestro paciente número 001 bajo el programa y su madre ha sido una de las mejores”, dice.
Fatuma cuenta que el único desafío asociado a la caja de enfriamiento es que las ratas a veces la mastican, y los escorpiones y otros insectos pequeños se meten dentro para mantenerse frescos dentro del cálido clima de Dadaab. Pero ella limpia la caja con frecuencia y ha aprendido a colgarla donde los insectos no pueden alcanzarla fácilmente.
Para Fatuma, el mayor reto es conseguir suficiente comida para poder alimentar a los chicos coincidiendo con sus inyecciones. “Cada uno de ellos recibe dos todos los días: a la mañana y a la noche”, dice. “Con cada inyección, los chicos necesitan comer. Si tuviera que inyectarles más seguido, ¿dónde conseguiría alimento para darles? No tengo trabajo, y la ración de comida que nos dan desde el Programa Mundial de Alimentos apenas alcanza para siete días”.
El más chico experimenta hipoglucemia por lo menos dos veces a la semana y a veces con más frecuencia, especialmente a la noche. “Él no come bien”, dice Fatuma. “Trato de forzarlo a alimentarse pero no quiere comer mucho. Por eso usualmente guardo un poco de comida en una olla, o algo de leche para darle a la noche. Antes solía darles dulces y galletitas, pero sus dientes empezaron a deteriorarse, así que dejé de hacerlo”.