Cuando un pequeño equipo móvil de Médicos Sin Fronteras (MSF) llegó a Adiftaw por primera vez a mediados de marzo, se encontró con que el puesto de salud había sido saqueado y parcialmente destruido. Expedientes médicos, materiales y paquetes de medicamentos rotos estaban dispersos de manera caótica por el suelo de cada sala. Ninguna de las camillas tenía colchón y no había personal médico.
Adiftaw es una aldea en la región etíope de Tigray situada a tres horas al norte de Axum a través de caminos de tierra entre montañas.
Lo que el equipo se encontró no era algo nuevo. Esta ha sido la experiencia en casi todas las visitas a nuevos lugares en cualquier punto de Tigray, de este a oeste y de norte a sur.
En los meses transcurridos desde el comienzo del conflicto en noviembre, las 10.000 personas que viven en Adiftaw y sus alrededores no habían podido ver a un médico ni ser derivadas a un hospital para recibir atención especializada. Poco después de que nuestro equipo limpiara el puesto de salud y abriera una clínica móvil temporal llegaron decenas de personas, lenta pero constantemente, desde todas las direcciones.
En su mayoría eran madres que cargaban a niños pequeños a sus espaldas. Pero también llegaron otros: unos jóvenes transportaban a un anciano, aparentemente enfermo de malaria, sentado en una silla de madera sujeta a una camilla improvisada; aparecieron varias mujeres ancianas aquejadas por enfermedades crónicas.
No todos obtuvieron la ayuda que requerían. El personal médico se centró en esa jornada en niños, mujeres embarazadas y personas que necesitaban una atención de urgencia. Aproximadamente una hora después de comenzar, tuvimos que anunciar que no podíamos atender a más pacientes ese día dado que los médicos no tenían capacidad para ver a todo el mundo en el escaso margen de tres horas destinado a hacer consultas.
Alto impacto de la violencia
Más allá de las necesidades de salud de la población, los líderes de la comunidad explicaron que la violencia había golpeado con dureza. Algunas fincas estaban todavía ocupadas por soldados, el molino de la aldea no funcionaba y el sistema de agua estaba roto después de que las bombas de los pozos hubieran sido disparadas de manera deliberada. Como resultado, los aldeanos tenían que caminar durante horas para buscar agua de un río, lo cual era una fuente de enfermedades como la diarrea.
En el momento de la visita de nuestro equipo, más de 100 casas habían sido incendiadas o dañadas en bombardeos y otros actos de violencia, y decenas de habitantes habían muerto o desaparecido; algunos de los cuales puede que todavía permanecieran escondidos en la montaña. En las últimas semanas, algunos habitantes habían regresado y descubierto que ya no tenían una casa porque esta estaba en ruinas y gente desplazada de otras partes de Tigray, como Humera y Sheraro, en el oeste de la región, se habían asentado en la zona tras ser obligados a huir de sus propios hogares.
“Cuando llegamos a Tigray a finales de 2020, descubrimos que el sistema de salud se había colapsado casi por completo”, dice nuestro coordinador de emergencias, Tommaso Santo. «Una vez que establecimos un apoyo en los hospitales de grandes ciudades como Adigrat, Axum y Shire, nos pareció esencial llegar a las áreas más remotas donde las necesidades de la población son mayores».
En los últimos meses, nuestros equipos de emergencia han expandido gradualmente sus actividades a las áreas periféricas de Tigray y actualmente hacen clínicas móviles de manera regular en unos 50 lugares diferentes.
“Cada vez que conseguimos acceso a un nuevo sitio, enviamos a un pequeño equipo que pueda proporcionar un paquete mínimo de servicios médicos”, explica Santo. “Estamos encontrando personas con muy poco acceso a agua potable y a distribuciones de alimentos, y que no pueden realizar actividad comercial debido al cierre de algunos mercados. Mucha gente sigue viviendo con miedo y en una situación de inseguridad”.
Nuestros equipos están atendiendo a un gran número de mujeres embarazadas con complicaciones médicas, algunas de las cuales están desnutridas, lo que puede aumentar el riesgo de enfermedades y muerte durante el embarazo y el parto. Si bien la desnutrición infantil varía de un lugar a otro, por lo general la malnutrición aguda moderada ha aumentado en Tigray en los últimos meses, dice Santo, ya que la calidad y cantidad de alimentos disponibles ha disminuido drásticamente. Muchas familias apenas comen una vez al día y, a menudo, solo pan.
De hecho, algunas áreas ya están mostrando niveles de desnutrición aguda severa muy por encima del umbral de emergencia, como focos en las afueras de la ciudad de Shire y en Sheraro, y a las puertas de la estación lluviosa el pronóstico para los próximos meses es desolador, ya que los campos a menudo son inaccesibles para los agricultores debido al conflicto o estos carecen de medios para plantar los cultivos.
Clínicas rurales que funcionaban bien ahora están en ruinas
Antes del conflicto, Tigray tenía un sistema de salud que funcionaba bien y que estaba bien equipado, entre los mejores de Etiopía. Los centros y puestos de salud en las zonas rurales cubrían las necesidades básicas de la gente y estaban conectados a los principales hospitales a través de una flota de ambulancias que transportaban a los pacientes que necesitaban tratamiento especializado.
Uno de esos centros de salud rurales está en la localidad de Sebeya, también cerca de la frontera con Eritrea pero más al este. Desde el exterior, el complejo de estructuras, que solía servir a alrededor de 17.600 personas en la zona, causa buena impresión con sus sólidos y espaciados edificios de hormigón y áreas bien demarcadas.
“Los servicios aquí eran buenos”, asegura Fatimah*, una mujer de Sebeya de 27 años. “Di a luz a mis cuatro hijos aquí. Si el personal sanitario no podía hacer algo, te enviaban a Adigrat. Nunca tuve que ir, pero otros pacientes eran trasladados en la ambulancia del centro de salud».
Pero tan pronto pronuncia estas palabras la frustración invade su rostro. Actualmente la ambulancia ha desaparecido y Fatimah, que está embarazada de siete meses, no podrá dar a luz a su quinto bebé en este centro de salud. Mientras espera recibir una consulta prenatal de un médico de MSF, a pocos metros de la sala de partos del centro de salud está en ruinas. Aquí, cada mes entre 40 y 50 mujeres solían dar a luz antes.
A mediados de noviembre, durante los combates, varios cohetes impactaron en la sala de partos y en un edificio administrativo. Las dos camas de parto y un calentador radiante para recién nacidos están ahora cubiertos de polvo, yeso y astillas de madera y el suelo es un desastre de papeles, manómetros dañados, utensilios rotos y ropa sucia. La luz dura de la estación seca entra en la habitación a través de un gran agujero en el techo y múltiples boquetes más pequeños.
“Hoy en día las mujeres están pariendo en casa”, dice Solomon*, un trabajador de la salud. “Incluso si el parto va bien, los recién nacidos corren el riesgo de morir. Personas con enfermedades crónicas como el VIH, la tuberculosis o la diabetes están sufriendo por la interrupción de su medicación. Los niños mueren de neumonía y desnutrición”, denuncia.
Miedo y pérdida de medios de vida
Puede que la reanudación parcial de los servicios médicos a través de una clínica móvil sea un paso positivo para los residentes de Sebeya, pero sigue siendo una mera gota en el océano. La mayoría de las personas aquí han perdido sus medios de vida y han experimentado meses de duras condiciones, cuando no violencia directa.
“Yo era comerciante antes de la crisis”, afirma Mariam*, mientras aguarda para recibir un control prenatal. “Tenía una tienda y vendía café, azúcar y materiales de limpieza, pero ahora está cerrada. Fue saqueada después de que huyéramos a buscar refugio en la aldea de mis suegros. Estuve escondida durante cuatro meses y todavía no he vuelto aquí de forma permanente».
“Estaba contenta con mi vida y mi única preocupación era mejorar el negocio. Nunca pensamos que el conflicto nos golpearía. Nunca pensé que me encontraría sin comida y teniendo que esconderme en el monte«, añade.
Durante esos días, nuestros equipos de clínicas móviles llevaron a cabo unas 300 consultas médicas en Sebeya y Adiftaw. Aparte de problemas de salud sexual y reproductiva, las condiciones más comunes observadas, especialmente entre los niños, fueron desnutrición, neumonía, diarrea y enfermedades cutáneas, generalmente relacionadas con las malas condiciones de vida y el escaso acceso a agua potable.
Ayuda insuficiente más allá de los núcleos urbanos
“Tratamos de priorizar las áreas en las que debemos seguir respondiendo”, dice Santo, “e intentamos aumentar el paquete: puede ser planificación familiar, consultas prenatales, vacunaciones u otros servicios, ninguno de los cuales han estado disponibles durante meses».
También existe una clara necesidad en las zonas rurales de tratamiento y atención para las supervivientes de violencia sexual, que ha sido muy recurrente durante el conflicto. En los últimos meses, los hospitales apoyados por MSF en las ciudades han admitido un número creciente de mujeres que buscan ayuda para hacer frente a experiencias traumáticas y poner fin a embarazos no deseados.
Queda mucho por hacer para ampliar el acceso de la población a estos y otros servicios fundamentales. Aunque más organizaciones humanitarias han enviado equipos a Tigray, especialmente desde febrero, la respuesta sobre el terreno sigue siendo extremadamente limitada, y casi nunca se extiende más allá de las principales ciudades.
“Las zonas rurales se quedan a menudo sin ningún tipo de asistencia y en las últimas semanas el acceso de las organizaciones humanitarias a varias partes de Tigray se ha visto aún más limitado”, señala Santo. «Existe una necesidad urgente de desplegar una mayor asistencia humanitaria y ampliar su alcance«.
* Los nombres se han cambiado para preservar el anonimato.