Tras muchos intentos, conseguimos entrar en la capital de Tigray, Mekele, con un primer equipo de MSF el 16 de diciembre, más de un mes después del comienzo de la violencia en la región. En aquel momento la ciudad estaba todavía bastante parada. Había electricidad, pero no había suministros básicos. El hospital local, de tercer nivel, funcionaba a un 30 o un 40%, con muy pocos medicamentos. Lo más significativo es que casi no había pacientes, lo que siempre es una muy mala señal. Evaluamos la estructura con la mente puesta en derivar allí en cuanto pudiéramos a pacientes desde Adigrat, a 120 kilómetros más al norte de Mekele.
Llegamos a Adigrat, la segunda ciudad más poblada de Tigray, el 19 de diciembre. La situación era muy tensa y su hospital de atención secundaria estaba en pésimas condiciones. La mayoría del personal sanitario se había marchado, apenas había medicinas y no había comida, ni agua, ni dinero. Algunos pacientes que habían sido ingresados por trauma estaban desnutridos. Suministramos medicamentos y compramos comida de urgencia en los mercados que aún permanecían abiertos en Mekele; junto con el personal del hospital limpiamos la estructura, organizamos la recolección de desechos y poco a poco la rehabilitamos para tener otro centro de referencia.
El 27 de diciembre entramos en Adwa y en Axum, dos poblaciones más hacia el oeste, en la parte central de Tigray. Nos topamos con una situación similar: no había electricidad ni agua. En el hospital general de Adwa habían robado todos los medicamentos y el mobiliario y material hospitalario estaban destrozados. En Axum, el hospital universitario, con 200 camas, no había sido atacado, pero apenas funcionaba al 10% de su capacidad. Por suerte, en Adwa, la institución Don Bosco había reconvertido su clínica en un hospital de emergencia con un pequeño quirófano.
A través de unas carreteras aún inseguras transportamos en camiones comida, medicinas y oxígeno a estos hospitales y empezamos a apoyar los servicios médicos más esenciales, como el quirófano, la maternidad o la sala de urgencias, y a derivar casos críticos.
Centros de salud saqueados y no funcionales
Más allá de los hospitales, en el eje que va de Mekele hasta Axum, en torno al 80 o 90% de los centros de salud de atención primaria que hemos visitado en núcleos urbanos y alrededores no funcionan, ya sea por falta de personal o por haber sufrido robos. Cuando el servicio de atención primaria no existe, la gente no puede acceder ni ser derivada a los hospitales.
Por poner un ejemplo; antes de la crisis, se hacían dos operaciones de apendicitis al día en el hospital de Adigrat. En dos meses no habían hecho ninguna. En todos los lugares vemos a pacientes llegar tarde. Recuerdo a una mujer que llevaba siete días de parto sin poder dar a luz. Se salvó porque la pudimos transportar a Mekele cuando aún no teníamos ni ambulancias. He visto a personas llegar en bicicleta cargando con un paciente desde 30 kilómetros de distancia. Y estos son los que consiguen llegar…
Si las mujeres con partos complicados, los pacientes gravemente enfermos y las personas con apendicitis y traumatismos no pueden ir al hospital, imagina las consecuencias. Hay mucha población sufriendo, seguramente con consecuencias fatales. El hospital de Adigrat abarcaba un área de influencia de más de un millón de personas y el de Axum, de más de tres millones. Si estos hospitales no funcionan correctamente y no se puede acceder a ellos, la gente se muere en casa. Cuando el sistema sanitario está roto tampoco funcionan las vacunaciones, ni la detección de enfermedades, ni los programas nutricionales. No ha habido vacunaciones en casi tres meses, así que tememos que pronto haya epidemias.
En las últimas semanas hemos empezado a visitar áreas de la periferia de las ciudades con equipos móviles y estamos reabriendo algunos centros de salud. Nuestra presencia aporta un cierto sentimiento de protección. Vemos que parte del personal sanitario regresa. A la primera reunión que organizamos en Adwa solo acudieron cinco personas, pero a la segunda fueron 15; y a la tercera, más de 40. Más allá de la acción médica, sientes que ofreces algo de esperanza, la sensación de que las cosas pueden mejorar tras dos meses sin buenas noticias.
Miedo, filas y falta de servicios básicos
En esta parte de Tigray no proliferan los grandes asentamientos de desplazados al uso. Los desplazados se refugian en casas de familiares y amigos así que en muchas viviendas hay ahora igual 20 o 25 personas juntas. Los impactos de la violencia son visibles en los edificios, en los coches con marcas de disparos. Hemos visto, sobre todo al principio, a una población encerrada en sus casas con mucho miedo. Todo el mundo nos daba papeles con números de teléfono y nos pedía trasladar algún mensaje a su familia, algo imposible. La gente ni siquiera sabe si sus parientes y seres queridos están bien porque en muchos lugares sigue sin haber teléfono ni telecomunicaciones.
Cuando llegamos a Adigrat, había filas de 500 personas junto a un camión de agua esperando para obtener 20 litros por familia como máximo. Allí la línea telefónica se ha restablecido hace solo unos días. La situación ha ido mejorando poco a poco, pero a medida que avanzábamos a nuevos lugares hacia el oeste encontrábamos el mismo escenario: menos servicios, menos transporte…
Nos preocupa mucho lo que pueda estar ocurriendo en las zonas rurales. A muchos lugares no hemos podido ir todavía porque el acceso sigue siendo complicado, bien por inseguridad o porque cuesta obtener autorización, pero sabemos, porque nos lo han dicho líderes comunitarios y autoridades tradicionales, que la situación es muy mala. Amplias zonas de Tigray tienen una orografía muy montañosa. Hay carreteras con muchas curvas y desnivel con cotas de 3.000 metros de altitud y puntos más bajos a 2.000 metros. Ciudades como Adwa y Axum se levantan en explanadas de tierras altas fértiles, aunque también hay una gran parte de la población que vive en las montañas y hemos escuchado que hay gente que ha huido a estas zonas más remotas en momentos de violencia.
Desafíos logísticos, respuesta tardía
El esfuerzo de los equipos ha sido titánico, un reto increíble sin teléfono ni internet, y a todos los niveles: médico, financiero, logístico o de recursos humanos… Al principio no había vuelos a Mekele y teníamos que mover todo por carretera desde la capital etíope, Adís Abeba, a unos mil kilómetros de distancia. No se podían hacer transferencias de dinero porque los bancos estaban cerrados. Conseguimos empezar operaciones y ahora, al cabo de casi tres meses después del inicio del conflicto, empiezan a aparecer poco a poco otras organizaciones en algunos de estos enclaves.
En esta crisis me llama mucho la atención lo que ha costado y sigue costando acceder a una población tan necesitada en una zona tan densamente poblada. Que esto esté pasando, teniendo en cuenta los medios y capacidad de análisis con que contamos las organizaciones internacionales y las Naciones Unidas, es un fracaso del mundo humanitario. Desconocemos aún el impacto real de la crisis. Hay que seguir trabajando para poder saberlo lo antes posible.