Por Anna Pantelia, responsables de comunicación en Grecia.
Tras más de cuatro años trabajando como periodista en organizaciones humanitarias, hay una idea un tanto derrotista que ya no logro quitarme de la cabeza: cuando no hay voluntad política para el cambio, la ayuda humanitaria queda reducida a una mera gota de agua dentro de un inmenso océano. Y cuando esto ocurre, nuestro papel queda reducido al de proporcionar un simple alivio a las personas que más lo necesitan, pero queda muy lejos de representar una solución para ellos.
Allá por 2015, yo era estudiante de posgrado aquí en Grecia; quería convertirme en fotoperiodista para dar voz a aquellas personas que habían sido silenciadas o ignoradas; a quienes habían sufrido la violencia, la guerra y el terrorismo y habían conseguido escapar de todo ello. Me sentía preparada para ello, pero para lo que no estaba de ningún modo preparada era para asimilar el enorme alcance de la crisis de los refugiados que acababa de llegar a las puertas de Europa, a mi propio país. Y la vergonzosa deriva que esta iba a tomar.
Atrapados en Moria
Durante estos cuatro años he trabajado en muchos campos de refugiados en Grecia. Y he presenciado situaciones complicadas, como la que se produjo en Idomeni allá por 2016. Sin embargo, nunca había visto un contexto tan fuera de control como el que tenemos ahora en las islas. Aquí, a día de hoy, más de 42.000 personas tienen que vivir en condiciones inhumanas durante meses, mientras esperan que se procese una solicitud de asilo que en muchos casos será denegada. Gracias a las decenas de informes de las ONG y a las imágenes y testimonios que recogen y difunden los medios de comunicación que visitan el campo de Moria, en Lesbos, estas condiciones infames son de sobra conocidas por todos; incluidos por supuesto los políticos de Grecia y del resto de países de la Unión Europea.
Sin embargo, lo que no resulta fácil de describir con palabras o con fotos es el nivel de desesperación que sufren quienes están atrapados allí: personas que ya tratan simplemente de sobrevivir (aunque algunos ni siquiera tienen fuerzas para luchar por mantenerse vivos), a menudo sin electricidad y, últimamente, incluso sin agua suficiente para beber.
Acuerdo Europa-Turquía
Hoy en día, después de haber visto lo que he visto durante todo este tiempo, no tengo ninguna duda de que el extremo sufrimiento que padecen estas personas en Grecia es simplemente una elección política; el resultado de una decisión que fue tomada en 2016 por los 28 estados miembros de la Unión Europea, cuando firmaron el llamado acuerdo UE- Turquía. Desde entonces, las islas griegas se han convertido en cárceles al aire libre para miles de personas que están siendo castigadas por haber cometido el “delito” de buscar seguridad. El mensaje que nuestros políticos quieren pasar teniendo a todas estas personas en las condiciones en las que las tienen es muy claro: si consigues llegar hasta aquí, esto es lo que te espera.
Madres en Moria
Hace unas semanas, hablé con varias madres cuyos hijos padecen enfermedades complejas y crónicas, como diabetes, daños cerebrales y enfermedades cardíacas. Todos ellos viven en Moria, donde no reciben la atención médica especializada que necesitan.
Una de estas mujeres es Samseyeh. Su hija Zahra, de 6 años, tiene autismo. Samseyeh tiene solo 27 años y está literalmente desesperada. Ya no sabe qué más hacer para recibir ayuda. Debido a su patología, Zahra no puede mantener la calma: se mueve constantemente, grita y se da golpes a sí misma contra las vallas metálicas que rodean los tres metros cuadrados de espacio que les han proporcionado para vivir, dentro de una habitación que comparten con decenas de personas más.
El problema de la falta de espacio
“Mis vecinos están molestos conmigo porque Zahra hace mucho ruido, pero no podemos controlarla; su comportamiento se debe al trastorno que sufre”, me explica Samseyeh, con lágrimas en el rostro. “Muchas noches sufre convulsiones, pero aquí no tenemos a nadie que pueda ayudarnos. Lo único que pido es un lugar donde Zahra disponga de suficiente espacio para jugar, como haría cualquier niño. Y un médico especialista que pueda verla”.
En la isla de Lesbos no hay médicos especializados en autismo; la única manera para que Zahra mejore sería con los cuidados médicos apropiados y en un hospital adecuadamente equipado para atender sus necesidades específicas, como los que hay en la Grecia continental. Sin embargo, el Gobierno griego no solo está incumpliendo sus obligaciones con respecto a Zahra, sino que ha hecho lo mismo con más de 100 niños que, como decía antes, sufren afecciones médicas crónicas y complejas y que se encuentran bloqueados en Lesbos. También ha bloqueado intencionalmente su acceso a servicios de salud básicos, vacunas y medicamentos.
Gul es otra madre que lucha por proteger a su hijo. Mohammed tiene tan solo tres años y padece un trastorno cerebral. “El médico me dijo que tenía que tratar de mantenerlo aseado todo el tiempo, pero vivimos en un pequeño espacio dentro de una tienda de campaña que compartimos con más gente y cada vez que llueve, todo se llena de barro”, me dice Gul.
“No tenemos electricidad ni calefacción, así que solo baño a Mohammed una vez cada dos semanas.”
«Moria no es bueno»
Las cosas no están mejor para Raido*, quien logró al menos mudarse a una casa después de vivir tres meses en Moria con su hijo Abdul, que sufre una parálisis total, y con sus otros tres hijos.
La voz de Raido es clara y fuerte, pero noto que lucha por contener las lágrimas y no derrumbarse mientras habla conmigo. “Soy madre soltera. Mi hijo está enfermo y no puede ni siquiera ponerse en pie. No puede tampoco sentarse o moverse lo más mínimo”, me explica con la voz quebrada. “Mis otros tres hijos se pasan mucho tiempo solos porque Abdul es completamente dependiente y no me puedo separar de él”. Las únicas partes del cuerpo que Abdul consigue mover son sus ojos y músculos faciales; además, sufre de retraso cognitivo y tiene dificultades para hablar”. Aun así, cuando el niño se dirige directamente a mí para decirme algo, no tengo ninguna dificultad para entender lo que quiere transmitirme: “Moria is not good”, me dice en inglés.
Es difícil de aceptar que cinco años después del comienzo de la crisis europea de los refugiados, el Gobierno griego y la UE ni siquiera puedan proporcionar electricidad, calefacción y agua suficiente a familias como estas.
Es difícil dormir por la noche cuando sabes que a pocos kilómetros de distancia hay niños como Zahra y Mohammed que no pueden dormir porque están enfermos, tienen frío y miedo. Me cuesta asumir que personas que han huido de las guerras más cruentas, que han escapado después de haber sufrido abusos y torturas, que se han jugado la vida cruzando el mar para ponerse a salvo e intentar dar un futuro más digno a sus familias, acaben quitándose la vida aquí en Moria por pura desesperación.
Me duele mirar de nuevo los mensajes de WhatsApp de mi teléfono y ser consciente de que aquella mujer que me recibió varias veces en su tienda de campaña hace unos días ya no podrá desahogarse más conmigo, porque la semana pasada se quemó viva mientras intentaba mantener a su familia caliente. La realidad que veo en Moria hace que me sienta avergonzada de ser europea.
Es difícil presenciar este nivel de sufrimiento en tu propio país, en una Europa cuyos valores fundamentales se supone que son la libertad, la democracia, la igualdad y el respeto por la dignidad humana y los derechos humanos.
Desafortunadamente, hoy en Europa, estos valores se respetan solo para algunos. Como ciudadana griega y europea, me siento profundamente avergonzada por el dolor que mi país y la UE están causando intencionalmente a Samseyeh, Gul, Raido y miles de personas más. Siento que les hemos fallado y eso hace que yo ya ni siquiera pueda mirarles a los ojos.
*Anna cambió el nombre de algunas de estas madres para respetar su privacidad.