Mujeres y hombres, niños y niñas, luchan cada día para acceder a servicios básicos, incluyendo alimentos, agua y atención médica. En las pasadas semanas, nuestra organización, Médicos Sin Fronteras (MSF) ha detectado niveles de desnutrición extremadamente altos. Por ello, pusimos en marcha una respuesta de emergencia para proveer atención médica a menores con desnutrición.
«La extrema violencia ha tenido un gran impacto en la capacidad de las personas para satisfacer necesidades básicas como agua potable, suministros de comida, refugio y atención médica«, afirma el coordinador del proyecto de MSF, Nicolas Peissel. «La gente ha perdido todo y todos los días hace lo imposible por sobrevivir».
En enero, nuestros equipos de trabajadores comunitarios de salud detectaron niveles muy altos de desnutrición en los niños de las áreas de Dablual y Mirniyal, en el norte de Mayendit. Descubrieron que el 25% de los menores de cinco años padecía desnutrición aguda global y el 8,1% de los menores de cinco años sufría desnutrición aguda severa.
«Esto significa que uno de cada cuatro niños que hemos atendido en nuestras clínicas tienen desnutrición y casi uno de cada diez está grave», destaca Peissel.
«Se tratan de cifras muy preocupantes». Ante esta situación, la semana pasada ampliamos la atención de sus clínicas móviles regulares para incluir tratamiento para la desnutrición.
Debido a la falta de seguridad en la zona, resulta imposible abrir un hospital o incluso remitir a los pacientes a otro centro de salud, ya que los pondría en peligro y al personal médico también.
En estas condiciones, proporcionar asistencia médica es un gran desafío ya que la gente se desplaza constantemente de un lugar a otro buscando protección.
Ataques a las aldeas
Nyayolah llegó a una de nuestras clínicas con sus gemelos de un año; ambos padecían desnutrición. «En octubre y noviembre nos vimos obligados a huir de nuestro aldea hasta tres veces para escondernos en el monte. Aprendimos a distinguir el ruido de los coches y los tanques de los hombres armados, y cogimos todo lo que pudimos llevar con nosotros antes de huir. Nos dispararon y saquearon nuestras casas. Corrí con mis hijos en brazos y mi hija de cuatro años a mi lado. Vimos a gente caer al suelo tras resultar alcanzados por los disparos. Otros tiraban sus pertenencias porque no podían correr suficientemente rápido. Nos escondimos entre los arbustos hasta la noche y volvimos cuando los soldados se habían ido. Después de cada ataque, volvíamos a casa y había menos cosas. Primero, desaparecieron nuestro ganado, las cabras y las gallinas, después lo hicieron nuestras cosechas y, finalmente, nuestras casas fueron saqueadas y quemadas».
Unas semanas más tarde, la familia de Nyayolah decidió abandonar su casa y buscar refugio en una isla en los pantanos. Durante un viaje de 17 horas, sobrevivieron recurriendo al agua del pantano y a la poca comida que pudieron llevar consigo.
«La gente se mueve porque huye constantemente de la violencia, en busca un refugio seguro para sus familias o simplemente tratando de llegar a recursos básicos», dice Nicolas Peissel. «Si les llega información de que tendrá lugar una distribución de alimentos en tal lugar viajarán en esa dirección. Así que tenemos que ajustar constantemente nuestras actividades médicas a los movimientos de población».
Las perspectivas para los próximos meses son nefastas, según Peissel. Con la actual temporada de sequía es probable que la comida sea aún más difícil de conseguir. «La situación de la población no tiene visos de mejorar si los sursudaneses no pueden encontrar un lugar seguro para vivir, con acceso a agua potable, alimento, refugio y atención médica», concluye Peissel.