Nunca quise olvidar algo de forma tan desesperada como el recuerdo de la primera vez que te vi. Cuando terminé de atender al sexto paciente en una hora, vi que te llevaban al único espacio vacío en la sala de urgencias, que se llenaba rápidamente. El tuyo era uno de los dos pequeños cuerpos destruídos como consecuencia de la guerra, recostados sobre una camilla de acero destinada para adultos. Tu hermanito estaba con vos.
Reprimí las lágrimas y el sabor agrio del vómito cuando todo lo que conocía cambió de repente. En mi mundo los bebés lloraban cuando los vacunaban o cuando tenían hambre, solo durante los minutos que lleva preparar el biberón. En mi mundo sólo se lastimaban mientras aprendían a caminar. En este nuevo mundo, los niños eran trasladados a los hospitales ensangrentados y aparentemente sin vida.
Una hora antes habíamos recibido una llamada que informaba sobre la detonación de un chaleco suicida en un punto de control y que “algunas ambulancias estaban en camino”. Se implementaron los protocolos para gestionar los arribos, pero ningún entrenamiento podría haberme preparado para esa afluencia de restos humanos.
Comenzó el caos y cada vez que llegaba una nueva camilla, nos veíamos envueltos en un morboso juego parecido al Tetris al tener que intentar acomodar todas las camas extra. Nos preparamos para lo peor.
“Tenía dudas sobre vos, chiquita”
En un hospital con recursos limitados, donde la mayoría del personal médico vivía a más de dos horas de distancia – porque habían huido durante la ocupación del Estado Islámico – los objetivos de la atención médica debían enfocarse en lo primordial.
Tenía dudas acerca de vos, chiquita. Apenas podías caminar, estabas casi sin vida y con lesiones que podrían resultar fatales. El mensaje era claro: trabajaríamos tan duro y rápido como fuera posible para estabilizarte a vos y a tu hermano, mientras mis colegas solicitaban con vehemencia a las autoridades que nos permitieran pasar a través de los puestos de control para llevarte a un lugar donde recibieras una atención integral. Pero si aumentaba la carga de pacientes y la gravedad de los casos, tu tratamiento tendría que modificarse a un enfoque basado en los cuidados paliativos.
La medicina puede volvernos estoicos, desapegados y emocionalmente desconectados. Pero en un momento de calma inusual entre las oleadas de pacientes, me detuve junto a tu cama, con la mano en el costado de tu cabeza, y por unos momentos perdí esa rigidez.
Insinuar que tuviste suerte ese día es desagradable y totalmente ofensivo. Resultaste gravemente herida en una explosión que mató a tu mamá y a tu otro hermano, eso no es tener suerte.
Sin embargo resultó afortunado que las autoridades nos permitieran pasar una ambulancia. Te estabilizamos lo mejor que pudimos y acomodamos tres pequeños cuerpos destrozados por la guerra en la parte trasera de la ambulancia: vos, tu hermano y otro niño de 11 años. Los despedimos con nervios y a la expectativa de lo que sucedería.
Reuniendo esperanza
Recibía rumores, informes poco claros e incompletos sobre tu situación. «Está viva», «tiene lesiones cerebrales graves», «sin familia».
Dos semanas después, yo fui la afortunada. Te busqué y te encontré en un hospital la dos horas de distancia. Entré con temor en tu habitación y te encontré dormida en un sueño infantil, tu mano instintivamente protegiendo a tu hermano menor, tu aliado. Y luego despertaste. Te vi enérgica, jugando, y me abrazaste. Es el recuerdo más precioso que puedo guardar de una experiencia que me abruma todos los sentidos.
Tengo que confesar que el día que nos conocimos, tuve problemas para soñar con un futuro para vos. Ahora, puedo reunir esperanza.
Espero que algún día, contra todo pronóstico, tu mayor preocupación sea sobre qué colina de pasto rodar, cómo patear una pelota más fuerte que tu hermano o cómo negociar irte a la cama más tarde para poder jugar un rato más.
Una vida donde «terrorismo suicida», «desplazamiento interno» y «refugiado» sean palabras casi inexistentes. Mis deseos para vos pueden ser demasiado entusiastas o ingenuos, pero ya sobreviviste. Tengo esperanza de que prosperes en el futuro.