Gladys caminaba despacio, hablaba lento, parecía enferma. Su rostro lucía cansando, triste, desanimado. Había días en que manifestaba esperanza por encontrar a sus nietos y otros se sumergía en un dolor profundo por la desaparición de ellos, su hijo y su nuera. Desde ese momento, cinco años atrás, dejó de dormir, de comer. La búsqueda sin respuestas la había agotado a tal punto que se sentía muy débil.
Esta abuela y madre es una de los tantas pacientes, la mayoría mujeres, que atendemos de manera recurrente en el proyecto que promueve un modelo de atención integral (médica, psicológica y social), dirigido a sobrevivientes de violencia y violencia sexual en Reynosa, Tamaulipas, uno de los Estados al norte de México con mayor desaparición forzada. Esto, “debido al contexto de violencia que se vive en la zona fronteriza”, dice Juan Carlos Arteaga, referente de salud mental de MSF en México y Honduras.
Cuando la violencia comenzó a agudizarse en este territorio, identificamos la necesidad de intervenir. A finales de 2016 comenzamos un proyecto con un enfoque en salud mental, porque el tipo de violencia que se vive en el día a día “deja grandes secuelas psicológicas”, dice Arteaga.
Una tortura diaria
Nuestros equipos en Reynosa identifican de manera regular pacientes como Gladys, que han sufrido la desaparición de algún familiar y que tienen la necesidad urgente de hablar y expresar su dolor. Eso cuenta Nora Valdivia, la psicóloga clínica que atendió a Gladys.
Valdivia dice que llega un momento en el que este tipo de pacientes sienten que el flagelo los rebasa por ese duelo inconcluso y necesitan hablar, pero a la vez sienten miedo de contar lo que les sucede por temor a que desaparezcan otros familiares o a que tomen represalias contra ellos.
Si la desaparición forzada tuviera un enfoque sanitario se visibilizarían muchos más casos de este tipo. Nora recuerda que cuando Gladys llegó a la primera consulta sufría una depresión crónica: “Al haber pasado tantos años, ella tenía una resignación en cuanto a su hijo y su nuera, pero no en cuanto a sus nietos porque eran pequeños y tenía la ilusión de encontrarlos”, cuenta.
Desde ese momento comenzaron un proceso de terapia arduo: “Al principio fue complicado. Tenía muchas emociones, mucho dolor y llanto. Pero a medida que fuimos trabajando cada sesión, ella aprendió a manejar sus pensamientos, recuperó el enfoque en sí misma, el sentido de vivir, además de su salud física. El desgaste fue menor y ya podía dormir”, recuerda Valdivia.
Gladys le decía en las terapias, “qué bien se siente poder dormir después de tantos años”.
Y es que, según Valdivia, la pérdida de sueños es uno de los síntomas que presentan este tipo de pacientes, junto con la falta de apetito, el desánimo y la tristeza profunda. “Es como un dolor latente. Una tortura diaria, porque no saben qué ha pasado con su ser querido, no saben si sigue vivo, o en qué circunstancia está. Son preguntas y pensamientos que vienen a ellas constantemente”.
Empezar a sanar la herida
A partir de las primeras terapias el paciente comienza a mejorar. Arteaga dice que “normalmente manifiestan una recuperación del sueño y apetito. Por otra parte, los pensamientos de ansiedad disminuyen, junto con los demás síntomas”. Por lo tanto, su calidad de vida mejora porque “con la desaparición de sus familiares, parece como si ellos también hubieran desaparecido. Como si su vida se hubiera extinguido”, dice Valdivia.
“Aunque con las terapias sí disminuyen las sintomatologías -dice Arteaga- manejamos este tipo de casos como si tuvieran una enfermedad crónica, de larga duración, porque al no tener certeza sobre el destino de sus seres queridos no pueden tener una recuperación absoluta.»
«La desaparición es como una tortura. Es algo que va a estar continuamente hasta que de una u otro forma se resuelva para cerrar ese ciclo».
Es difícil tener claridad para hablar sobre el fenómeno de la desaparición forzada en México porque hay pocos registros y el contexto de violencia en Reynosa inhibe a las víctimas, lo que hace que su acceso a la salud mental se limite, especialmente cuando sigue estigmatizada. “Falta educación en el país sobre lo que realmente atiende la psicología, sobre la importancia de tratar situaciones emocionales que nos desgastan”, dice Valdivia.
Para superar este tipo de obstáculos, en Reynosa realizamos un trabajo comunitario que difunde los servicios médicos, psicológicos y sociales que tiene a disposición de la población que vivencia estos casos. De enero a junio del 2018, los equipos de educación en salud han llegado a poco más 32.800 personas. En tanto que los equipos sanitarios han realizado 1.732 consultas de salud mental y 1.347 consultas médicas.
*El nombre de Gladys fue cambiado por motivos de seguridad.