Busi vive en Khayelitsha, a las afueras de Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Poco después de que le diagnosticasen tuberculosis resistente a los medicamentos, dio a luz a su hija, Othandwayo. Cuando esta tenía solo cinco meses, también fue diagnosticada con TB resistente a los medicamentos. Fue trasladada de inmediato al hospital de Tygerburg, a una distancia considerable de su casa en Khayelitsha. Mientras tanto, Busi seguía con su propio tratamiento en una clínica más cercana a su casa.
Busi recuerda la complejidad del tratamiento al que hubo que someter a su bebé, un proceso difícil debido a la cantidad de medicamentos que tenía que tomar la niña cada día, y a que actualmente no existen medicamentos disponibles para tratar a niños con TB resistente.
Mi hija recibía cada día un medicamento inyectable y también muchos otros por vía oral. Era incluso más difícil porque no existen dosis de estas medicinas adaptadas a los niños; tienes que medir la cantidad de medicamento que das a tu hijo en función de su peso. Así que teníamos que partir cada comprimido en cuatro trozos, y esa era la máxima precisión a la que podíamos aspirar.
Y cuando las pastillas tenían que triturarse, el reto que supone su administración a un bebé es todavía mayor. En el hospital nunca habían tratado a una niña tan pequeña.
Fui la primera madre en enfrentarse a tales retos. Es tan difícil con un bebé tan pequeño, porque todavía les están saliendo los dientes, y les duele y no quieren comer. Luego, si les obligas a beber leche con la pastilla triturada, vomitan. Mi hija tenía los mismos efectos secundarios que yo porque tomábamos la misma medicación, y eso la hacía vomitar. Como madre, te sientes atrapada. Era horrible.
Poco tiempo después, Othandwayo fue trasladada al hospital Brooklyn Chest, donde permaneció ingresada siete meses. Busi cuenta que los otros niños que recibían tratamiento allí experimentaban las mismas dificultades y era fácil darse cuenta.
En la sala de pediatría, los niños reconocían el sonido del carrito de los medicamentos. Podían diferenciar entre el sonido del carrito de la comida, y el de los medicamentos. Si venía el de la comida, se ponían contentos. Pero cuando oían el de la medicación, rompían a llorar. Era increíble, porque eran tan pequeños todos, menos de un año y a pesar de ello ya eran capaces de diferenciar entre ambos carritos.
Tras pasar por esta experiencia, Busi tiene claro que se requieren mejoras considerables en la medicación disponible para ayudar a los niños y a sus cuidadores a culminar con éxito un tratamiento tan largo y arduo.
Si pudiésemos combinar algunos de los fármacos en una sola pastilla como dosis fija combinada, eso sería de gran ayuda. Y si pudieran hacer los medicamentos en forma de jarabe que tuviera mejor sabor, en lugar de tener que triturar las pastillas y ponerlas en agua, eso también nos facilitaría mucho las cosas.
La buena noticia es que finalmente Busi y su hija se curaron y están bien. Busi sigue viviendo y trabajando en Khayelitsha, y su hija ahora vive con su abuela en Ciudad del Cabo, donde puede ir a la escuela.
Solo tengo un mensaje para los padres de los niños con tuberculosis: los niños tienen que adherirse al tratamiento. Tienen que acudir a las visitas con el médico, porque la tubeculosis se cura. Si no les administran la medicación, estarán dañando sus pulmones y tendrán dificultades para crecer y desarrollarse. Los padres tienen que saber que esta enfermedad se cura y que podemos vencerla. Mi hija ahora tiene seis años y está bien.
En 2010, MSF proporcionó tratamiento a 30.000 personas con TB en 29 países, de las cuales 3.300 eran niños menores de 15 años.