Por Olivia Watson, Responsable de Comunicación de MSF en República Centroafricana.
«Mi esposo fue asesinado por hombres armados y yo fui tomada como prisionera. Aquellos hombres me violaron en el campamento donde me retenían. Estuve allí varios días y finalmente logré huir”. La voz de Tatiana resulta casi inaudible cuando relata lo que le sucedió hace tres meses en Bambari, una población de unos 40.000 habitantes en el corazón de la República Centroafricana.
Esta historia no es un hecho aislado
Las lluvias torrenciales azotan el techo de la pequeña habitación en la que nos encontramos, dentro de la clínica en la que prestamos atención a las víctimas de violencia sexual. Estos servicios, integrados dentro del Hospital Communautaire de Bangui, la capital del país, se inauguraron en diciembre de 2017. Desde entonces, en poco más de 8 meses, han pasado por estos pasillos unos 800 pacientes; una media de 20 por semana. La mayoría de son mujeres y una cuarta parte de ellos son menores de 18 años.
Lo que vemos en Bangui no es un hecho aislado, aunque sí es cierto que un alto porcentaje de las víctimas que atendemos acuden aquí. De hecho, en todos nuestros proyectos en la República Centroafricana, hemos atendió a 1.914 víctimas de violencia sexual en los primeros seis meses de 2018. Este enorme flujo de sobrevivientes permite vislumbrar hasta qué punto resulta grave y extendido este problema en un país permanentemente dividido por los conflictos armados y en el que la población carece prácticamente por completo de cualquier tipo de asistencia médica; no digamos ya de una atención médica de calidad. Y por si fuera poco, tampoco disponen de un sistema judicial que funcione, por lo que la falta de protección que sufren las víctimas es casi absoluta.
El tema de la violencia sexual rara vez se aborda en público, pero Susi Vicente, coordinadora de la clínica de MSF, asegura que “los números que nosotros tenemos solo representan la punta del iceberg. Sabemos que hay un problema. Somos conscientes de que tenemos que dedicar un enorme esfuerzo a que la población sepa que aquí disponen de tratamiento y de ayuda, porque están tan acostumbrados a encontrarse desasistidos ante una situación así, que ni siquiera se les pasa por la cabeza que exista un lugar donde poder recibir tratamiento y asesoramiento gratuito”.
El uso generalizado de la violencia sexual como arma de guerra en la República Centroafricana está bien documentado: en 2017, Human Rights Watch denunció que los diferentes grupos armados habían recurrido rutinariamente a la violación y a la esclavitud sexual como táctica de guerra entre 2013 y mediados de 2017.
Pero aunque muchas mujeres sufren violencia sexual como resultado directo del conflicto armado, no se puede afirmar que la guerra sea la única culpable. Si bien los peligros son mayores donde quiera que haya enfrentamientos, la ausencia general de salvaguardas y mecanismos para proteger a los que están en riesgo también es responsable, ya que esto deja a mujeres y niños permanentemente expuestos a sufrir este tipo de ataques, ya que los agresores se sienten impunes y las víctimas tienen muchas dificultades para acudir a la justicia en caso de sufrir un ataque.
«Si una mujer denuncia que un familiar o un conocido ha cometido una agresión sexual contra ella, ya sabe que el sistema no le proporcionará un refugio donde poder sentirse segura», continúa Susi. “Muchas veces sus propios familiares silenciarán voluntariamente el caso, para evitar el ruido que esto conllevaría”.
“Es la realidad que vemos: aquí muchos de los casos que tratamos son víctimas de algún familiar o de alguien de su propia comunidad «.
La disponibilidad de parteras, médicos y psicólogos en la clínica de MSF permite que las víctimas puedan recibir atención médica física y también mental. Si un paciente llega a la clínica dentro de la ventana crucial de 72 horas después de haber sufrido un ataque, los médicos pueden recetar la profilaxis post-exposición, lo que puede prevenir la infección por VIH y los embarazos no deseados, pero el trabajo en el área de salud mental va mucho más allá de esas primeras 72 horas: el apoyo psicológico a medio y largo plazo es fundamental para que la víctima pueda superar las consecuencias de un evento como este y logre salir adelante.
Para Tatiana, su vida está mejorando lentamente. Está viviendo con su hermano y con su cuñada y trabaja para mantener la casa. Pero tal trauma severo no se olvida fácilmente, y los recuerdos se cuecen a fuego lento justo debajo de la superficie. «Al principio no fue fácil para mí. Desde que comencé el tratamiento aquí, y después de hablar mucho con el consejero, me siento un poco mejor que al comienzo. Pero tampoco es fácil. No es nada fácil”.
El nombre de Tatiana fue cambiado para proteger la identidad.