Cerrar los campos de refugiados de Dadaab, Kenia, y presionar a las personas para que regresen a sus países de origen conducirá a una crisis humanitaria mucho peor, dicen algunas personas refugiadas que actualmente viven en el complejo de campos, especialmente aquellas que anteriormente regresaron a Somalia, pero que han vuelto a los campos debido a la violencia generalizada y la disponibilidad limitada de servicios básicos en ese país.
Más de 200 mil personas refugiadas viven actualmente en el complejo de refugiados de Dadaab, y han llegado a Kenia en varias afluencias de desplazamiento durante los últimos 30 años. Con el reciente anuncio del gobierno de Kenia y ACNUR sobre el cierre de los campos en junio de 2022, muchas de estas personas sienten miedo e incertidumbre sobre lo que vendrá después. Pero están seguras de una cosa: no quieren regresar a Somalia, el país de origen de la mayoría de las personas refugiadas en Dadaab.
“Iría a cualquier otro lugar al que me lleven, excepto a Somalia”, afirma Halima*, de 33 años, que abandonó el país en 2008. Ahora vive en Dagahaley, uno de los tres campos de Dadaab, y se sintió obligada a regresar a Somalia cuando, hace algunos años, le llegó la noticia de que su marido, que había regresado para preparar el camino para el regreso de su familia a Somalia, había sido secuestrado.
Pero apenas había llegado a Somalia cuando también fue secuestrada junto con sus cinco hijos. “Fui torturada y violada, junto con mi niña de 12 años”, dice. “Fuimos liberados después de un mes cuando nuestra salud se deterioró, y logramos escapar a Dadaab nuevamente”.
Cuando se enteró del plan de cerrar Dadaab por medio de la radio, dice Halima, pudo imaginarse a sus hijos en sus tumbas y dice: “Me rompió el corazón”.
Para Ahmed, de 64 años, que también había regresado a Somalia a través del programa de repatriación voluntaria del ACNUR en 2018, la vida en Somalia estaba lejos de ser lo que esperaba. “Esperaba un mejor país, con mayor seguridad y servicios”, dice Ahmed. Ahora vive en las afueras del campo de Dagahaley, después de regresar hace tan solo dos meses. “Me preocupa lo que sucederá si el campo se ve obligado a cerrar”, continúa. “Si bien nuestras condiciones de vida aquí son difíciles, sin duda son mejores que en Somalia”.
Quienes nacieron en el campo o han vivido en él casi toda su vida, se preguntan a qué están volviendo realmente. “No sé nada sobre Somalia”, dice Idilo Boro Amiin, de 20 años, que nació en el campo. “Toda mi vida, solo he conocido Dagahaley”. Idilo tiene tres hijos que también nacieron en el campo.
Preocupaciones sobre el acceso a la atención médica
Más allá de la seguridad, a muchas personas refugiadas les preocupa saber cómo continuarán accediendo a los servicios básicos, incluida la atención médica, cuando los campos cierren.
“Mi mayor preocupación es cómo conseguiré insulina para mi hija”, dice Isnina Abdullahi. Su hija Idilo necesita inyectarse insulina todas las mañanas y noches desde que le diagnosticaron diabetes tipo 1 en 2009.
Hoy, Idilo es parte de un programa gestionado por Médicos Sin Fronteras (MSF), donde ha aprendido a tomar sus propias lecturas de azúcar en sangre e inyectarse insulina. Ella recibe su insulina todos los meses por parte del hospital, y puede guardarla en una caja de enfriamiento portátil.
Unas 50 personas requieren atención continua para la diabetes en Dagahaley, un campo que alberga a más de 70 mil personas, y otras 300 necesitan medicamentos para enfermedades crónicas como el VIH, la tuberculosis y una variedad de cánceres, así como trastornos neurológicos. Cada año, nuestro personal realiza, en promedio, al menos 700 cirugías que salvan vidas en Dagahaley, incluyendo las cesáreas.
“Si los campos cierran y no hay soluciones alternativas para garantizar que las personas puedan seguir accediendo a la atención médica, esto podría ser desastroso”, asevera Jeroen Matthys, nuestro coordinador de proyecto en Dagahaley. “Para quienes eligen regresar a sus países de origen pero requieren un tratamiento continuo, es vital que se consideren con mucha anticipación soluciones para garantizar que puedan continuar recibiendo sus medicamentos”.
El retorno forzado dejará profundas cicatrices psicológicas
Además de poner en riesgo sus vidas y dejarles con poco acceso a los servicios, obligar a las personas refugiadas a regresar puede causarles profundas cicatrices psicológicas que probablemente tendrán un impacto duradero.
Desde que Halima regresó, está siendo tratada por un trastorno de estrés postraumático en nuestra clínica de salud mental en Dagahaley. La hija mayor de Halima también necesita asesoramiento psicosocial regular; a pesar de tener 16 años, todavía está en segundo grado como su hermana de 8 años.
“Ha sido toda una lucha para mi hija”, cuenta Halima. “No se ha recuperado del trauma que enfrentó [en Somalia], y esto ha afectado su vida diaria e incluso su desempeño en la escuela”.
Falta de claridad sobre los planes de cierre
En abril, ACNUR presentó una hoja de ruta para cerrar el complejo de Daadab, pero el plan final se espera a finales de este año. Esto deja a las personas refugiadas poco tiempo para prepararse para lo que vendrá después. Pase lo que pase, las y los refugiados dicen que, por ahora, solo tienen dos opciones: asentarse en un tercer país o permanecer varados en Kenia.
Hawa, de 35 años, cuyo hermano fue secuestrado y torturado por grupos armados en Somalia dejándole tan traumatizado que se niega a dormir durante la noche, dice: “Estoy feliz de ser reasentada, pero si todo lo demás falla, prefiero integrarme localmente que irme de vuelta a Somalia”.
“Lo que estamos viendo es que el regreso no está resultando ser una solución duradera para muchas personas, no hasta que se establezcan condiciones pacíficas en los países de origen”, asevera Dana Krause, nuestra directora en Kenia. “Muchos refugiados y refugiadas que regresan nos dicen que la inseguridad sigue siendo generalizada en Somalia. Entonces, en lugar de apresurarnos para cerrar los campos, lo que se necesita son consultas significativas con los refugiados y las comunidades de acogida, para que podamos ayudarles a acceder a soluciones sostenibles y dignas”.
Mohamed Noor Mohamed, de 58 años, líder de la comunidad de acogida en Dadaab, dice que las personas refugiadas y las comunidades locales han construido vínculos estrechos a lo largo de los años a través de matrimonios, los negocios juntos y compartir ganado. Dice que las comunidades de acogida no están contentas con el plan de cerrar el campo. “Si los refugiados se van, también tendremos que irnos porque no podemos sobrevivir aquí sin acceso al agua y otros servicios de los que ahora disfrutamos”.
*Los nombres de las personas citadas en este artículo fueron cambiados para proteger su privacidad.