Jez Goeldi supo que algo estaba mal cuando se dio cuenta de que, de repente, ya no se oía el caótico ruido del mercado cercano. El centro de salud había quedado envuelto en el silencio. “Ya no se escuchaba a los burros y las gallinas, así que intuí que la población se había visto obligada a huir una vez más”, recuerda Goeldi, coordinador adjunto de logística de nuestro proyecto de Aburoc, en el Nilo Blanco (en Sudán del Sur).
Momentos más tarde, el silencio quedó roto por las descargas de artillería. Fuera, miles de personas se alineaban en los caminos de barro, huyendo con todas las pertenencias que podían llevar consigo, sin saber si regresarían.
4 millones de ciudadanos del país más joven del mundo comparten una historia similar: la mitad ha huido a los países vecinos desde que estalló la guerra civil hace más de tres años y medio.
Sin embargo, para muchos de los habitantes del Gran Alto Nilo (en el norte del país), verse obligados a abandonar sus hogares y pueblos es mucho más que un episodio traumático aislado: es una historia que han vivido una y otra vez desde diciembre de 2013.
Aburoc se encuentra en la cuenca del Nilo Blanco (en el noreste del país); esta localidad y sus alrededores se han convertido en el hogar temporal de unas 15.000 personas; muchas de las que vivían en Aburoc habían tenido que huir ya en diversas ocasiones.
Cuando atacaron Malakal, la que fuera la segunda ciudad más importante de Sudán del Sur, gran parte de la población huyó a la ciudad de Wau Shilluk. Esta también fue atacada a principios de este año, obligando a toda su población a huir hacia el norte, a los pequeños pueblos de Kodok y Aburoc. De nuevo, cuando Kodok fue atacado, la gente huyó a Aburoc.
A medida que empezaban a escasear el agua y otros servicios básicos, unas 20.000 personas decidieron emprender el largo y peligroso viaje más al norte, hacia el vecino Sudán; otros decidieron quedarse en Aburoc con la esperanza de poder regresar a casa si la paz volvía a reinar.
Las condiciones de vida en el asentamiento y en los alrededores son terribles. Los refugios son estructuras temporales asentadas cerca de un pantano que, durante la estación de lluvias, crece hasta dividir el campamento en dos y enfangar gran parte del terreno. El agua para consumo se saca del pantano e, incluso cuando se trata adecuadamente para potabilizarla, sigue siendo de un amarillo turbio. Dado que el suministro de agua limpia es tan escaso, muchos beben directamente del pantano, con lo que aumenta el riesgo de contraer enfermedades mortales como el cólera.
En este contexto, proporcionamos atención médica de emergencia en una clínica con servicios de maternidad, pediatría, hospitalización, ambulatorio, aislamiento y urgencias abiertas las 24 horas. Según Martino, nuestro electricista, esta clínica se construyó pensando en su movilidad y en su capacidad de adaptación. “Ya la trasladamos después de los enfrentamientos de principios de año, para poder seguir a quienes huían de Wau Shilluk y después de Kodok”, explica.
“Es parte de nuestro plan de evacuación –añade Goeldi–: ir desplazándonos con la comunidad y seguirla adonde vaya”.
Así pues, cuando sonaron los primeros disparos a principios de la semana pasada, tanto nuestro equipo como la comunidad sabían lo que les esperaba. Esta vez, sin embargo, se podía notar la desesperación.
“Vino un hombre mayor –recuerda Goeldi–. Cayó de rodillas; ya no sabía qué hacer, solo lloraba, rodeado de gente, como si no le quedara más esperanza”.
Durante las siguientes 24 horas, nuestros equipos evacuaron el hospital y la población de Aburoc huyó al bosque, mientras los combates alcanzaban al asentamiento y sus alrededores. Pero fue temporal: poco después, al darse cuenta de que el conflicto duraba poco, empezaron a regresar y nosotros pudimos reanudar nuestras operaciones médicas.
A pesar de que la violencia no las alcanzó directamente y de que pudieron regresar a Aburoc, estas personas sufren las consecuencias a largo plazo del conflicto. “Cada vez que la gente se ve obligada a huir, su vulnerabilidad se agrava”, explica nuestro coordinador general, Jaume Rado.
“La lucha pone en situación de riesgo tanto a la población en general como a nuestros pacientes –dice–. Muchos de ellos volvieron a quedarse sin atención médica vital y ayuda humanitaria”.
La población de Aburoc es muy vulnerable y depende totalmente de la asistencia humanitaria, lo que significa que no se pueden interrumpir el suministro de alimentos o agua ni las labores para mejorar las condiciones de higiene y saneamiento.