Desde 2013, cuatro millones de personas han huido de sus hogares a causa del conflicto en Sudán del Sur. Dos millones buscaron seguridad fuera de sus fronteras y otros dos se convirtieron en desplazados internos. En diciembre de 2013, miles de sur sudaneses abandonaron sus hogares y buscaron refugio en las bases de la ONU desplegadas en distintos puntos del país. A medida que se extendió el conflicto, estas bases se convirtieron en lo que se denominaron centros de Protección de Civiles (PoC) custodiados por fuerzas de la Misión de las Naciones Unidas en Sudán del Sur (UNMISS).
Aunque estos centros nunca se previeron más allá de una ventana de protección de 72 horas, han estado operativos de facto durante casi seis años. Los PoC han brindado durante este tiempo un grado de protección a poblaciones vulnerables que, de otro modo, estarían expuestas a la violencia armada fuera de ellos.
Todavía hoy, 180.000 civiles permanecen en seis de estos complejos. De ellos, unos 100.000 están en el centro de Bentiu y 30.000 en el de Malakal, donde trabajamos en ambos.
“Cuando mi aldea fue atacada, muchas familias se separaron. Incluso hubo niños que acabaron huyendo con otras familias y se dispersaron junto a ellas”, recuerda Teresa, originaria de Mayendit, madre de tres hijos y ahora desplazada en Bentiu. Los retos en este PoC son muchos: seguridad, alimentación, agua, salud y refugio.
“En el centro de Bentiu las condiciones no son buenas: los hogares se forman juntando cinco refugios sin separación alguna. Si alguien, por ejemplo, tiene tuberculosis y no lo sabe, tememos que pueda contagiar a quienes viven en el resto de tiendas”, se lamenta Peter, que llegó hace ya cinco años.
Hemos reclamado repetidamente la mejora de los servicios de estos centros y, en particular, de los sistemas de agua y saneamiento. Las condiciones son tan precarias que el desbordamiento de las letrinas hace que los canales de aguas residuales rebosen. Este entorno aumenta el riesgo de enfermedades. Para los desplazados, la relativa calma que encuentran dentro de los PoC conlleva una exposición innecesaria a patologías potencialmente mortales.
Enfermedades por la mala calidad del agua
Casi la mitad de los pacientes atendidos o ingresados en nuestro hospital de 160 camas en Bentiu son niños menores de 5años que padecen enfermedades como diarrea acuosa aguda, enfermedades cutáneas, infecciones oculares y lombrices intestinales, que pueden evitarse mejorando las condiciones de agua y saneamiento.
Sin embargo, para muchos, a pesar de las difíciles condiciones internas, la alternativa fuera es peor. Desde la firma del último acuerdo de paz entre las partes en conflicto en septiembre pasado, están surgiendo conversaciones sobre el regreso de las personas desplazadas y el futuro de los PoC, a pesar de que siguen produciéndose combates esporádicos y brotes de violencia. En las actuales circunstancias, recordamos que los retornos y reubicaciones de desplazados desde los PoC deben comunicarse previamente y ser seguros, dignos y voluntarios. Factores como el riesgo de contraer enfermedades y la exposición a unas condiciones precarias como las que se dan en los PoC no deben condicionar la decisión de una persona de regresar al hogar que abandonó debido al conflicto.
Los pacientes han explicado a nuestros equipos que se están produciendo movimientos momentáneos hacia dentro y fuera de los enclaves de Bentiu y Malakal, pero los desplazados vacilan en trasladarse de manera temporal o definitiva debido a las dudas sobre su seguridad en un contexto que puede cambiar rápidamente. “Si vemos que hay paz, entonces saldremos. Si no, es mejor permanecer aquí», afirma Teresa.
Intentos de suicidio
En Malakal, la segunda ciudad más poblada antes de la guerra y uno de los enclaves más afectados por los combates, cambió de manos varias veces, gestionamos un hospital dentro del PoC. La destrucción de la ciudad sigue siendo visible como si los enfrentamientos hubieran ocurrido ayer. Restos de chatarra, escombros, automóviles calcinados y barrios vacíos son un recordatorio constante de un pasado reciente.
“Nos enfrentamos a muchos retos. Uno de ellos es el hambre. Cuando conseguimos sorgo no sabemos dónde molerlo o no tenemos dinero suficiente para pagar por ello. Incluso si lo logramos, es posible que no tengamos agua para cocerlo”, explica Martha, una desplazada de 27 años de Malakal.
En 2018, 51 personas que habían intentado suicidarse fueron ingresadas en nuestro hospital de MSF en el PoC de Malakal, una media de casi un paciente por semana. Nuestros equipos llevaron a cabo más de 2.400 consultas de salud mental a desplazados con síntomas provocados por una combinación de niveles extremos de violencia sufridos durante el conflicto y sentimientos de desesperación que se ven agravados por el entorno.
“Gran parte de los desplazados llegan con una historia de violencia a cuestas. Muchos han sufrido eventos traumáticos durante la guerra, como la pérdida de familiares y de sus hogares. Esto, sumado a las precarias condiciones de vida en los PoC, puede desencadenar síndromes psicóticos. Así, hemos atendido a personas que han intentado suicidarse y muchos casos de psicosis y depresión. La mayoría de los intentos de suicidio están relacionados con el hacinamiento en el que han vivido durante años. La falta de alimentos y de empleo son factores detonantes que, tras muchos años de padecimiento, se convierten en problemas de salud mental graves y ante los que muchos no ven otra salida que el suicidio”, detalla Carlos Alberto Meza, nuestro esponsable de salud mental en Malakal.
*Nombre modificado por deseo de la paciente.