La tuberculosis es una de las diez primeras causas de muerte en niños en todo el mundo. Aunque curable, muchos niños con TB no son diagnosticados, y como consecuencia de ello no reciben el tratamiento que podría salvarles la vida.
La doctora Grania Brigden es asesora de Tuberculosis (TB) en la Campaña de MSF para el Acceso a Medicamentos Esenciales (CAME). En esta entrevista, describe los retos en la atención a niños con TB.
Desde una perspectiva global, ¿está teniendo éxito la lucha contra la TB pediátrica?
Desgraciadamente, en estos momentos, no tenemos ningún éxito. Aunque la TB es una enfermedad curable, cada año mueren 130.000 niños por esta causa. Actualmente, se estima que entre un 10 y un 15% de los nueve millones de casos de TB anuales son niños. Pero como las pruebas que tenemos para diagnosticarla no son muy fiables, esta cifra seguramente está muy por debajo de la realidad.
Como médico, ¿cuáles son tus frustraciones a la hora de diagnosticar y tratar a niños?
Sabemos que la TB puede curarse y que pueden salvarse muchas vidas. Pero como no existe ninguna prueba de TB para diagnosticarla de forma fiable en niños, el personal sanitario a menudo tiene dudas sobre si tratar o no. Tenemos que trabajar con varias pruebas, ninguna de ellas concluyente, para intentar obtener el diagnóstico correcto.
Resulta frustrante porque quieres confirmarlo y someter al niño a tratamiento si lo necesita, pero dudas porque, al diagnosticar la TB, estás pidiendo al niño y a los padres o cuidadores que se registren en un programa de tratamiento de seis meses de duración o de hasta dos años si el niño tiene TB resistente a los medicamentos. Y si también está co-infectado con el VIH, puede significar que estés pidiendo a un niño pequeño que tome una gran cantidad de comprimidos cada día.
¿Por qué cuesta tanto diagnosticar a los niños?
Además de un examen para detectar los síntomas, los métodos más frecuentes para diagnosticar la TB no están adaptados a los niños. Para hacer un cultivo de la bacteria y examinarlo al microscopio para hacer el diagnóstico, se necesita una muestra de esputo, y el problema es que, con frecuencia, los niños son demasiado pequeños para producir la necesaria cantidad de esputo.
Necesitamos una prueba más sencilla para niños, por ejemplo un análisis de orina o sangre. Pero hasta entonces, queremos animar a los proveedores de tratamiento a utilizar los diferentes métodos que ya existen para conseguir que los niños produzcan buenas muestras para análisis.
Y dado que no existen pruebas concluyentes o adecuadas disponibles, es muy importante que los proveedores de salud recurran al análisis de los síntomas clínicos para diagnosticar la TB.
Recientemente se ha desarrollado una prueba mejor y más rápida para diagnosticar la TB en adultos y, aunque no es perfecta, supone una mejora. ¿Mejora esto el panorama en materia de diagnóstico pediátrico de la TB?
La nueva prueba puede decirte en solo dos horas si tienes la TB o no, por lo que es una mejora importante respecto a métodos anteriores. Los resultados de los cultivos pueden tardar hasta tres semanas, y a veces incluso tres meses si tienes que identificar los medicamentos que cada paciente necesita en función de las resistencias o tolerancias que presente.
Actualmente no hay pruebas concluyentes de que la nueva prueba sea eficaz en los niños, pero sí que se ha demostrado que su nivel de detección es realmente más alto que el de los análisis al microscopio. Pero, aunque más rápida a la hora de dar resultados que el cultivo, también se está demostrando que es menos sensible que en los adultos, por lo que no siempre identifica a todos los niños con TB.
Así que es una mejora, pero no es un método perfecto. Lo que realmente necesitamos es una prueba más asequible que funcione con otras muestras que no sean esputo. Actualmente hay investigaciones en marcha con el uso de la orina, por ejemplo, que podría ser muy útil porque evitaría todos los problemas asociados a conseguir esputos de los niños.
Pero si se diagnostica correctamente, ¿el tratamiento pediátrico de la TB es efectivo?
Sí, hay un tratamiento disponible y lo bueno es que los niños responden muy bien a él; en realidad los niños generalmente no padecen los mismos efectos secundarios que los adultos. Sin embargo, la duración del tratamiento todavía es muy larga: seis meses para la TB sensible a los medicamentos, y hasta dos años para la TB resistente, y puede implicar tener que tomar muchos comprimidos, especialmente para la TB resistente.
Además, en el caso de esta última, no hay medicamentos adaptados a los niños, lo que significa que hay que partir los comprimidos formulados para adultos. Esto no es lo ideal, necesitamos más medicamentos adaptados a las necesidades de los niños. Pero quiero insistir en que, con los medicamentos existentes, los niños pueden ser tratados y pueden curarse.
A nivel de los programas de TB, ¿qué puede hacerse para mejorar el tratamiento para niños?
Muchos programas ni siquiera incluyen a niños, y esto tiene que cambiar. La gente piensa erróneamente que no hay pruebas ni tratamientos que funcionen, así que me parece que lo importante, para empezar, es superar estas ideas y superar el miedo: existen suficientes pruebas y herramientas disponibles para niños, por lo que estos pueden incluirse sistemáticamente en los programas de TB.
Sería importante además vincularlo al tratamiento pediátrico del VIH en los servicios correspondientes, porque los niños pueden ser examinados por médicos que no estén demasiado familiarizados con los síntomas de la TB y ello causar un retraso en el diagnóstico de esta última.
Necesitamos que los médicos piensen sistemáticamente en la TB. Que cuando un adulto vaya a la clínica con su hijo y lo tenga sentado en las rodillas, el médico piense: ¿Podría este niño tener tuberculosis? ¿Puedo hacer algo para prevenir que la contraiga o para tratarla antes de que se convierta en un problema?
En el ámbito internacional, ¿que tiene que ocurrir para mejorar la respuesta a la TB pediátrica?
Lo más importante ahora mismo es mejorar el tratamiento disponible. Para niños con TB resistente, urge el desarrollo de una nueva dosis fija combinada (cuando diferentes medicamentos se combinan en una sola píldora), porque la Organización Mundial de la Salud revisó sus recomendaciones en materia de dosificación en 2009 y necesitamos una nueva píldora que siga esa nueva guía. Tener tres o cuatro píldoras en una reducirá el número de pastillas que los niños tienen que tomar y también facilitará la administración del tratamiento para los cuidadores, tanto si se trata de profesionales de la salud como de familiares.
Para aquellos niños con formas resistentes de la TB, necesitamos medicamentos adaptados a los niños, también en dosis fijas combinadas, e intentar encontrar una forma de terminar con los medicamentos inyectables.
Y también hay un mensaje para la comunidad investigadora. Tanto si se trata de tratamiento como de diagnóstico, es importante que el sistema de investigación y desarrollo tenga en cuenta las necesidades de los niños. El enfoque pediátrico debe incluirse desde el principio en los ensayos clínicos.
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¿Qué es la tuberculosis?
La tuberculosis (TB) es una enfermedad contagiosa trasmitida por el aire. Sólo una de cada 10 personas infectadas desarrollará la forma activa de la enfermedad; un sistema inmunológico sano la mantendrá en estado latente. Pero estas infecciones pueden reactivarse años, incluso décadas más tarde, si se debilitan las defensas. Esto explica por qué las personas con VIH, al estar inmunodeprimidas, son tan vulnerables a la TB.
La forma pulmonar de la TB se caracteriza por tos persistente, falta de aliento y dolores pectorales. Las personas con la forma activa de la TB, si no se tratan, infectarán de 10 a 15 personas cada año.
La infección también puede afectar a casi cualquier parte del cuerpo, como los nódulos linfáticos, la espina dorsal o los huesos. Ésta es la forma extrapulmonar de la TB, más frecuente en pacientes VIH-positivos y en niños.
Población afectada por tuberculosis
Una tercera parte de la población mundial está infectada con el bacilo de la tuberculosis. Cada año, nueve millones de personas desarrollan la forma activa y 1,7 millones mueren víctimas de la enfermedad. El 95% vive en países pobres.