Yana es de Siria. Tiene 25 años y dos hijos: uno de 11 y una pequeña de 16 meses. Lleva durmiendo varios días en una tienda de campaña junto a la ruta en la turística Kos, junto a su marido y un primo. A la pequeña le están saliendo los dientes. Entre sus llantos, Yana describe qué les trajo hasta aquí.
“Somos refugiados. Vivíamos en la localidad de Deir Azzor. Pero ahora allí lo que hay es guerra, misiles y aviones bombardeando la ciudad.
En Siria no teníamos a nadie que nos defendiera de los combates, carecíamos de toda protección.
Por la noche se nos prohibió encender las luces porque, de lo contrario, aviones y helicópteros arrojarían sus bombas sobre nosotros. Entonces, un día, los misiles golpearon la casa donde vivíamos. Mientras escapábamos, mi padre fue tiroteado en la carretera.
Dejamos Siria y viajamos a Turquía donde permanecimos 40 días. Nos subimos a un bote atestado de personas que partió desde Bodrum, en la costa turca, hacia Kos. Éramos unas 60 personas en una embarcación que, como máximo, podría transportar a unas 10 o 15. Había 8 niños y bebés a bordo, todos viajaban en el centro rodeados de adultos. Íbamos tan hacinados que llegó un momento en el que mi hija pequeña ni siquiera podía respirar. La travesía duró 40 minutos, 40 minutos de pesadilla. Estaba tan asustada que fue como si estuviera viendo a la muerte. Mantenía los ojos cerrados todo el tiempo. El agua estaba entrando en el bote y todos estábamos empapados, incluidos los niños.
Cuando llegamos a Kos estábamos empapados, pero no teníamos ropa para cambiarnos porque habíamos tenido que tirar todo nuestro equipaje por la borda para hacer sitio en la barca. No haría este viaje otra vez. Imposible, no, no, no.
Tuvimos que emprender esta terrible y peligrosa ruta porque queríamos que la vida de nuestros hijos fuese más fácil, más segura, mejor. No hay futuro en Siria para nuestros hijos. Todavía tenemos familia en Siria: mi madre, hermano y hermana siguen allí. No pudieron escapar porque no tienen dinero. Es muy caro llegar hasta aquí clandestinamente. Hemos tenido que pagar 3.000 euros para poder subirnos los cuatro a un bote que nos trajera hasta aquí. Esperamos que, un día, el resto de mi familia pueda escapar y juntarnos de nuevo todos.
Hemos podido ponernos en contacto con nuestros familiares en Siria a través de WhatsApp. Pero resulta muy peligroso para ellos conectarse a Internet ya que el Estado Islámico (EI) ha paralizado todo acceso a la Red. Sin embargo, hay algunos lugares secretos donde se puede acceder a wifi; mi hermano consiguió llegar hasta uno de esos sitios clandestinos para confirmar que habíamos llegado bien.
El EI tiene el control total de la ciudad. Se han hecho con nuestras casas, con las tierras de los agricultores y dicen que ahora son del estado. No son musulmanes, son terroristas. Mi hermano me dijo que hace cinco días el EI ordenó que todas las mujeres debían permanecer en sus casas, sin salir.
Llegamos a Kos sin nada. Hemos tenido que comprarlo todo: la carpa, que costó 50 euros, las ropas para los niños, pañales… todo lo que necesitamos.
Mi hija tiene manchas en la cara a causa de la suciedad, de la basura que hay por todas partes y del calor. Mañana vamos a ver al médico (en la clínica móvil de Médicos Sin Fronteras). Y por la tarde tomaremos el ferry a Atenas, porque hemos conseguido nuestros documentos de registro.
Aspiramos viajar a Alemania donde esperamos ser capaces de encontrar un trabajo y un hogar seguro. Todo lo que hemos hecho ha sido por y para nuestros hijos.
Pero cuando la guerra haya terminado, quiero volver a Damasco. Es una ciudad hermosa. Hemos visto Turquía, Grecia, queremos llegar a Alemania, pero no quiero quedarme allí para siempre. Quiero volver a mi Siria.
En mi mente tengo todos mis recuerdos de la vida en Siria, la mejor vida que he tenido”.
Sólo entre enero y julio de este año 18.600 refugiados llegaron a las costas de la isla de Kos (Grecia) en bote desde Turquía. La mayoría huye de la guerra y violencia en Siria, pero también de Afganistán, Irak, Irán y Pakistán. En Kos no hay un sistema de recepción adecuado para estas personas, lo que derivó en escenas caóticas donde muchos de los recién llegados fueron forzados a dormir en lugares públicos o en el abandonado (y superpoblado) hotel Capitán Elías, que no cuenta con instalaciones básicas. El estado no provee albergue adecuado, instalaciones básicas de higiene, atención primaria sanitaria, protección o comida. Un crucero provee registro y transporte a Atenas, pero sólo para sirios y sólo por un período temporal.
Los equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) proveen atención médica, agua, ítems no comestibles y apoyo psicológico a los refugiados que están en la isla. MSF urge al estado griego a que, con el apoyo de la Unión Europea, provea un sistema adecuado de recepción y tránsito para las personas que llegan a Kos.